Los medios se han dejado rebasar por el clima de malestar que ellos mismos han contribuido a crear. No son pocos los informadores que se mimetizan con ese ambiente, dominado por la crispación. Las malas noticias no las inventan los medios. Pero en la circunstancia mexicana reciente los medios, en su mayoría, no se limitan a comportarse como mensajeros. En rigor, ningún medio y ningún informador ofrecen noticias de manera aséptica. Cuando se decide qué publicar y de qué manera, se toman decisiones acerca de los contenidos que conocerá la sociedad. Pero sobre todo, cuando apuestan por el estruendo mucho más que por el contexto, cuando privilegian la conmoción por encima de la explicación, los periodistas contribuyen a fortalecer el ambiente de contrariedad que hoy determina a nuestra escena política y social. Prácticamente no hay actor de la vida pública que no forme parte de esa escaramuza cotidiana. La semana pasada Televisa difundió las acusaciones de un narcotraficante, protegido ahora como testigo de las autoridades judiciales, en contra de la revista Proceso. Ese mismo delincuente había sido considerado fuente confiable, por dicho semanario, para cuestionar al gobierno federal. Evidentemente, los noticieros de Televisa hicieron un uso faccioso de las declaraciones del maleante para golpear a Proceso. En la empresa de Emilio Azcárraga Jean, incomodan sobremanera las denuncias del semanario acerca de los abusos que suele cometer Televisa. Además, las inculpaciones de Proceso al presidente Felipe Calderón podrían explicar el afán para cuestionar el desempeño de esa revista. Al presentar sin contexto ni comprobación las imputaciones del narcotraficante a esa publicación Televisa confirmó que, más que hacer periodismo, le interesa utilizar sus espacios de noticias con propósitos de lucro político. Al difundir los dichos de un testigo protegido, Televisa fungió como instrumento de las autoridades judiciales que filtraron esas declaraciones. Pero no es la única. Antes, Proceso ha difundido numerosas denuncias sustentadas, precisamente, en presuntas declaraciones de testigos protegidos. Hace menos de tres semanas su nota principal estaba apuntalada en afirmaciones del mismo narcotraficante que ahora descalifica a esa revista. En aquella ocasión, el delincuente aseguraba que llegó a coincidir con el presidente Calderón en un evento social. Proceso dio verosimilitud a esas declaraciones sin comprobarlas y sin tomar en cuenta que podían ser falsas. Luego, el mismo informante acusa a la revista y a uno de sus reporteros de recibir sobornos para no publicar algunas noticias acerca del narcotráfico. El diferendo entre Televisa y Proceso es un eslabón más en la cadena de desencuentros entre distintos medios de comunicación debido a conflictos de intereses políticos y mercantiles. El analista Fernando Mejía Barquera ha recordado que hace menos de una década Televisa y Proceso habían alcanzado tanta cercanía que difundieron conjuntamente la entrevista que Julio Scherer le hizo en marzo de 2001 al subcomandante Marcos. En este caso, tan cuestionable es la manipulación que Televisa hace de las imputaciones de un narcotraficante en contra de una revista crítica, como la magnificación –también engañosa– que Proceso ha acostumbrado hacer, sobre todo en los últimos tiempos, de versiones y delaciones sin confirmar. Qué paradoja: el consorcio comunicacional reputado por su conservadurismo y el semanario otrora señalado por su enfoque crítico, coinciden al practicar un periodismo ramplón y embustero. Tiene razón Raymundo Riva Palacio cuando subraya: “Si Proceso es víctima de sí mismo, todos somos culpables por complicidad. Por años hemos usado averiguaciones previas y testigos protegidos para denostar”. Y si en el campo de los medios todos tenemos parte de culpa, en el terreno de la sociedad todos somos víctimas de un periodismo cuyos parámetros profesionales –que para ser precisamente eso han de estar regidos por la ética– se extraviaron en el barullo de intereses a los que prefieren servir muchas empresas comunicacionales. En este río revuelto, los capos criminales deben estar satisfechos: las autoridades encargadas de perseguirlos dilapidan tiempo y esmero suministrando filtraciones para desacreditar a los adversarios políticos del gobierno; el periodismo, cuando se ocupa de ellos, no es para denunciar el daño ni los costos de la actividad delincuencial sino para vilipendiar a los políticos; los ciudadanos quedan así a merced de recriminaciones sin cesar, reyertas que envenenan el clima público y murmuraciones sin prueba. Los medios no han creado tal escenario pero no hacen nada para contribuir a enmendarlo. Peor aún, cada vez que pueden lo deterioran más.
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