¿Todo es según del color del cristal con que se mira? Sí y no, parece responder Rafael Pérez Gay. Hay sucesos que aceptan ser leídos en claves diversas incluso enfrentadas, pero otros nos obligan a verlos obsesivamente como son: trágicos, tristes, irremediables.La vida cotidiana, el trato con los otros y la persistente memoria son la materia prima de los breves relatos que encadenados conforman El corazón es un gitano, el más reciente libro de Rafael Pérez Gay (Planeta. 2010).La estafa minúscula de aquel que finge que perdió un hermano, las tribulaciones de un padre ante las salidas nocturnas de sus hijos, la descompostura de un tinaco, los anuncios reiterados en internet ofreciendo el alargamiento del pene, sirven no sólo para recrear la vida sino para observarla a través de un lente irónico que sabe que de esos retazos está lleno el sinsentido de la existencia. Una infinita sucesión de pequeños dramas que tiñen la convivencia y que cualquier intento por asumirlos en serio está condenado a la esterilidad o peor aún a la solemnidad hueca. No es que no puedan leerse de manera grave, pero sólo el sarcasmo, la distancia satírica, el ojo mordaz pueden desnudar el significado de nuestros afanes, la pequeñez de la inmensa mayoría de nuestras calamidades.Si a usted le avisan por correo electrónico que acaba de ganar un millón de euros o se le pierde su perro (para mayores datos llamado Max Bebe Ocampo) o tiene que decidir por un armazón para sus lentes, puede optar por hacer un marco teórico para entender el impacto de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana, acudir a consultar una enciclopedia sobre perros o buscar las cifras agregadas de la industria oftalmológica, pero lo más sensato, parece decir Pérez Gay, es narrar la forma en que suceden las cosas introduciendo un pequeño correctivo: el humor. Hace años, existían unas cámaras de cine que no filmaban exactamente lo que se veía a través del lente, y para no equivocarse y que los actores quedaran en off, era necesario acudir a un implemento corrector al que se llamaba paralaje. Pues bien, ese corrector en los textos de Pérez Gay es el de subrayar los tintes absurdos de la inmensa mayoría de las situaciones y las relaciones.La mujer, los hijos, el plomero, el técnico que repara televisores, los dueños de la calle (es decir, los franeleros), todos son parte del paisaje y no sólo eso, son los actores de una mascarada en la que sin salida los sujetos se encuentran envueltos. Esas relaciones están cargadas de tensión, desencuentros, conflictos, pero viéndolos bien no son más que minúsculos episodios que merecen por respuesta la recreación sardónica. Se trata de presentar un aluvión de desgracias habituales como si estuvieran filtradas por los espíritus combinados de Groucho Marx, Jorge Ibargüengoitia y Woody Allen. Porque al final eso que llamamos realidad, dirían los constructivistas, sólo adquiere sentido a través de una modulación subjetiva, y en el caso de El corazón es un gitano, la mayoría de sus páginas están marcadas por una machacona y eficiente visión lúdica. Es el juego con "la realidad" lo que devela el (sin) sentido de la misma.Otro nutriente de los relatos es la memoria: lo específicamente humano dirían algunos. La forma en que el nombre de un teatro, un cómico, un programa de televisión, una película, la inauguración del Metro o el viaje a la luna, nos remiten a una época ida que nos convierte en otros. Esas voces son la puerta de entrada a los recuerdos, que como fantasmas, escoltan a la vida. Esas evocaciones son las que nos vuelven únicos e irrepetibles y al mismo tiempo nos hermanan con nuestros contemporáneos. La memoria es como un aura que labra el perfil de cada quien. Y Pérez Gay sabe o intuye que en esa dimensión se juega buena parte de lo que somos.Pero en los relatos hay un vuelco. No todo lo que (nos) sucede acepta el tratamiento distante de la ironía. El envejecimiento, el deterioro, la enfermedad, la agonía, la muerte o el engaño, son los contrapuntos radicales de las vicisitudes menores que carcomen el paso de los días. Se puede bromear sobre los instructivos de los aparatos electrónicos, la falta de agua o la "creatividad" de la nueva cocina, pero la enfermedad o la decrepitud de los padres no soportan -al parecer- un tratamiento ligero. La sonrisa se apaga, el gesto se congela, y aparece con toda su contundencia la finitud de la vida y la estela de desolación que deja a su paso.Son esos registros -aparentemente en las antípodas- los que vuelven el texto de Pérez Gay un libro único. Se trata de los contrastes que como un péndulo modulan los estados de ánimo. El comportamiento del hipocondríaco arranca una sonrisa, la situación del enfermo terminal no. Los proyectos delirantes, los dichos melodramáticos o las correrías del padre resultan con la distancia (irónica) simpáticos; la infidelidad o la decadencia por supuesto no. ¿"Lágrimas y risas"? Quizá, pero no las de las fotonovelas.
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