Se dice que para algunos discípulos de Pitágoras el número cien no existía porque la numeración progresiva concluye en el número noventa y nueve, y de allí se salta al ciento uno. En consecuencia el cien es un enigma. ¿Lo es el centenario de la Revolución Mexicana? Más que de un enigma se trata a mí ver de un centenario inconcluso. La verdad es que se saltó de una etapa a otra dejando un vacío. Y no es esto un cuento de Allan Poe o de Kafka, ni tampoco de Borges a quien le gustaba jugar con el tiempo, ni mucho menos de H. G Wells, apasionado de trastocar las manecillas del reloj para hacerlas avanzar o retroceder, a capricho. Es una realidad histórica con un profundo sentido valorativo. Lo evidente es que la Revolución se detuvo o sigue avanzando a duras penas, a tropezones causados por las insuficiencias y traiciones de los hombres. Y no me refiero únicamente como la mayoría lo hace a la falta de justicia para todos, de equidad social y de vigencia de una democracia plena. A mi juicio hay algo más importante, mucho más importante, que comprende a lo anterior y que impulsó al movimiento revolucionario de 1910. Don Justo Sierra lo dijo con admirable precisión: "México es un pueblo con hambre y sed. El hambre y la sed que tiene no es de pan; México tiene hambre y sed de justicia", refiriéndose como abogado que era a la impartición de justicia proveniente de los tribunales. Es que durante el llamado "porfiriato" los jueces banales estaban al servicio de la dictadura y tenían a su policía que absurdamente se llamaba "judicial". Tal vez por eso Don Justo concibió su teoría política de la "dictadura ilustrada" que recuerda a los "reyes sabios" de la República de Platón y desemboca en la sistematización científica de la administración pública, razón por la cual en su carácter de diputado propuso la educación primaria obligatoria y más tarde la creación de la Universidad. Dictadura ilustrada y no sin lustre, que es con la que hoy sueñan algunos gobernantes empeñados en llevar el país al caos. No niego desde luego la importancia de la justicia y equidad sociales, acompañadas de una democracia que nunca es plena sino siempre perfectible en la historia milenaria de la humanidad. Sin embargo esa hambre y sed han sido propiciadas por la violación a la Constitución en que han incurrido autoridades, gobernantes y por supuesto gobernados. Han sido igualmente propiciadas por la impudicia de jueces, magistrados y ministros. Los "científicos" actuales, por ejemplo, insisten empecinadamente en sostener a toda costa una estrategia política cubierta de sangre y violencia en el entorno frecuente de un peligroso desconocimiento y desdén de la Ley Suprema. Pocos recuerdan que los ideales de la Revolución se vertieron íntegros en la Carta Magna de 1917. En tal sentido yo diría sin temor a equivocarme que la Revolución se juridizó en esa Carta fundamental, e incluso me atrevería a hablar de un Derecho Revolucionario emanado de los postulados jurídicos de nuestra Constitución. Todo el proyecto revolucionario del país deviene de una serie de principios que contiene la Constitución, siendo que en tanto no se acaten y respeten, manoseándolos al antojo frecuente de la insuficiencia ideológica, la Revolución seguirá siendo un concepto abstracto de mera cita, por más que se le rindan homenajes y se la cubra de alabanzas.
Ahora bien, es inconcebible, por decir lo menos, que hablen de Revolución, elogiándola, aquellos que conservan el poder del privilegio. Sólo un ciego no ve la red de intereses que se han tejido alrededor del poder público, y para lograrlo se manipula la ley. No es verdad que todos los mexicanos seamos iguales ante la ley, aunque así lo manifieste solemnemente la Constitución que tan poco se respeta y acata. La desigualdad legal es favorecida por muchos "involucionarios" que hoy gobiernan. Por ejemplo, el clamor popular en 1910 era el de una justicia real, efectiva, verdadero alarido de las masas afligidas que llegó hasta el constituyente de Querétaro en 1917. No hay más que leer el Diario de los Debates de este Congreso para darse cuenta del estado de cosas que privaba en la procuración e impartición de justicia anteriores al estallido revolucionario. La Carta Magna de Querétaro es en rigor lo opuesto a aquello y a partir de su creación, hasta después del gobierno del Presidente López Mateos, no se la tocó en lo substancial. Luego han venido las alteraciones de fondo en un lento proceso de estancamiento o involución jurídica de los ideales revolucionarios. Hoy nuestra Carta Magna no obedece al plan original resultando paradójico que se le rinda tributo a un documento tantas veces cambiado, estropeado en su esencia y forma. Habría que preguntarles a los que hacen arder el incienso ante el monumento constitucional, a qué le rinden homenaje exactamente. ¿A la Carta original o a la que hoy nos rige? ¿O acaso a las dos buscando una simbiosis imposible? Han acomodado la Ley Suprema a intereses y convenciones pasajeros con el pretexto de que son permanentes. Las garantías individuales no se respetan a plenitud. Y luego se dice que se abusa del juicio de amparo. No, lo que pasa es que la realidad obliga a buscar constantemente la protección de la Justicia Federal, con todas las consecuencias que conocemos. En suma, una verdadera revolución, como la mexicana, no se consolida histórica ni políticamente sin la fragua jurídica de sus ideales. Cualquier sistema jurídico parte de un origen revolucionario que ha modificado el decurso de las cosas en el tiempo histórico, modificación que implica inevitablemente la presencia del Derecho. Por eso a nivel de conmemoración festiva el centenario de la Revolución Mexicana está inconcluso, inacabado. Mejor se haría en recapacitar muy seriamente sobre los principios jurídicos emanados de la Carta Magna de 1917 y su vigencia. ¿Se los ha desviado o no? Yo sostengo que sí. Entonces, ¿qué se festeja en ese sentido? Sin que se niegue la importancia de actualizar o, mejor, vigorizar esos principios es imprescindible que se los rescate del manoseo y desviación al que han sido sometidos. Sería el mejor homenaje a una Revolución todavía incompleta, inacabada.
Ahora bien, es inconcebible, por decir lo menos, que hablen de Revolución, elogiándola, aquellos que conservan el poder del privilegio. Sólo un ciego no ve la red de intereses que se han tejido alrededor del poder público, y para lograrlo se manipula la ley. No es verdad que todos los mexicanos seamos iguales ante la ley, aunque así lo manifieste solemnemente la Constitución que tan poco se respeta y acata. La desigualdad legal es favorecida por muchos "involucionarios" que hoy gobiernan. Por ejemplo, el clamor popular en 1910 era el de una justicia real, efectiva, verdadero alarido de las masas afligidas que llegó hasta el constituyente de Querétaro en 1917. No hay más que leer el Diario de los Debates de este Congreso para darse cuenta del estado de cosas que privaba en la procuración e impartición de justicia anteriores al estallido revolucionario. La Carta Magna de Querétaro es en rigor lo opuesto a aquello y a partir de su creación, hasta después del gobierno del Presidente López Mateos, no se la tocó en lo substancial. Luego han venido las alteraciones de fondo en un lento proceso de estancamiento o involución jurídica de los ideales revolucionarios. Hoy nuestra Carta Magna no obedece al plan original resultando paradójico que se le rinda tributo a un documento tantas veces cambiado, estropeado en su esencia y forma. Habría que preguntarles a los que hacen arder el incienso ante el monumento constitucional, a qué le rinden homenaje exactamente. ¿A la Carta original o a la que hoy nos rige? ¿O acaso a las dos buscando una simbiosis imposible? Han acomodado la Ley Suprema a intereses y convenciones pasajeros con el pretexto de que son permanentes. Las garantías individuales no se respetan a plenitud. Y luego se dice que se abusa del juicio de amparo. No, lo que pasa es que la realidad obliga a buscar constantemente la protección de la Justicia Federal, con todas las consecuencias que conocemos. En suma, una verdadera revolución, como la mexicana, no se consolida histórica ni políticamente sin la fragua jurídica de sus ideales. Cualquier sistema jurídico parte de un origen revolucionario que ha modificado el decurso de las cosas en el tiempo histórico, modificación que implica inevitablemente la presencia del Derecho. Por eso a nivel de conmemoración festiva el centenario de la Revolución Mexicana está inconcluso, inacabado. Mejor se haría en recapacitar muy seriamente sobre los principios jurídicos emanados de la Carta Magna de 1917 y su vigencia. ¿Se los ha desviado o no? Yo sostengo que sí. Entonces, ¿qué se festeja en ese sentido? Sin que se niegue la importancia de actualizar o, mejor, vigorizar esos principios es imprescindible que se los rescate del manoseo y desviación al que han sido sometidos. Sería el mejor homenaje a una Revolución todavía incompleta, inacabada.
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