Gilbert Keith Chesterton pasó a la historia por ser uno de los más celebrados satíricos de su tiempo, su prosa límpida y clara y, además, al haber emprendido su conversión del anglicanismo al catolicismo romano, en una sociedad en la que ello implicaba rebeldía a la clase aristocrática dominante. Su libro Ortodoxia es el resumen de ese proceso de conversión. Decía el autor de El hombre que fue jueves, que su época estaba infatuada con los hombres que confiaban en sí mismos, mientras que aquellos que ponían su fe en otra parte, fuera de sí, eran despreciados. Al respecto, dijo: “He visto a muchos hombres que confiaban en sí mismos, a todos ellos los puede visitar en el manicomio”. Chesterton pensaba que sólo depositando la fe en el absoluto se pueden alcanzar los mejores beneficios de la civilización: la justicia, la verdad, la felicidad. Llevado al extremo, se tiene la radiografía de la mentalidad terrorista. El terrorista piensa en términos de absolutos: salvación o condenación; verdad o mentira; yo o el otro. Por eso, el éxito final de su idea y la misión individual no están relacionados. Poco importa una misión en particular que falla o el terrorista aprehendido o asesinado, si eso contribuye a lograr objetivos de largo alcance. La mentalidad civilizada occidental poco puede frente a ese depósito total de la inteligencia y la vida. Habitualmente, un cálculo de decisión se hace mediante la fórmula de costo-beneficio. Sin embargo, los incidentes terroristas generalmente son actos simbólicos, ya como propaganda armada ya como castigo ejemplar, usan la violencia por su valor mediático. La vieja guardia de la OLP acuñó un refrán que se volvió paradigmático del terrorismo contemporáneo: “Si un individuo es castigado, entonces cien tendrán miedo”. Desde luego, ello trae consigo una distorsión en la percepción de la realidad. Se tiende a pensar, por ejemplo, que el terrorista arriesga su vida, cuando lo cierto es, estadísticamente, que los ataques terroristas son suicidas en menos de 10% de los casos. Si existe un aura de heroicidad, sacrificio y aventura, eso es producto del efecto mediático. El terrorista es hoy un profesional que planea científica y técnicamente sus tareas. Adoctrinado como lo está, el terrorista es comprometido y está preparado para morir por su causa, pero normalmente no planean morir, sino reivindicar el ataque, cerrando así el ciclo de la espectacularidad que es fuente de su poder. Nadie olvida los secuestros de aviones en la década de los setenta, Septiembre Negro y los tristes sucesos de la Olimpiada de Munich. Aquellos terroristas se identificaban con movimientos de liberación nacional y convertían las reivindicaciones territoriales en una suerte de guerrilla inhumana que mal disfrazaban de revolución. Hoy, ese pretexto es lo menos importante en su discurso, ahora se han arrogado la batalla final de la sobrevivencia y el Occidente de los derechos humanos y la libertad de expresión es su objetivo. La globalización ha acudido en su ayuda, los efectos de sus actos repercuten en el mundo de manera instantánea mientras nosotros tardamos en reaccionar. Después de todo, nosotros sólo nos tenemos a nosotros mismos, nuestro derecho y nuestras instituciones, mientras que ellos confían ciegamente en su absoluto.
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