jueves, 30 de mayo de 2013

LAS HERENCIAS ÉTICAS DE MARTÍNEZ VERDUGO Y PÉREZ GAY*

CIRO MURAYAMA

La semana anterior fallecieron Arnoldo Martínez Verdugo (AMV) y José María Pérez Gay (JMPG). Por sus respectivas trayectorias y contribuciones a la democracia y a la cultura, dimensiones finalmente inseparables, se trata de dos pérdidas mayúsculas.

Siendo militante del Partido Comunista Mexicano, en los años duros de la Guerra Fría, Martínez condenó la invasión de Checoslovaquia por la URSS en 1968. Su deslinde frente al autoritarismo soviético, viniendo de una organización dogmática y disciplinada a la “línea” de Moscú, resultó atípico no sólo en México sino en las filas comunistas a nivel mundial. AMV se comprometió con la libertad sobre el riesgo de ser acusado de “hacer el juego al imperialismo”. Un gesto de enorme valentía que muestra el talante ético de AMV.

Arnoldo, como le decían sus camaradas, jugó un papel clave en la unificación de la izquierda en México. Ese proceso, a inicio de los años 80, para ser real y viable requería de la participación del PC. AMV impulsó la unificación y fue el primer candidato formalmente registrado de la izquierda a la Presidencia en 1982. Las izquierdas han sido propensas al sectarismo, a confundir intransigencia con congruencia. El sectarismo, con frecuencia un camino corto a la marginalidad política, se nutre de autoritarismo y de un autoconcedido velo de superioridad moral frente al resto. A eso renunció AMV al empeñar su energía en la construcción de un amplio partido de izquierda con arraigo popular: sin su tarea no se entenderían los triunfos que dos décadas después comenzara a cosechar el PRD.

AMV fue secuestrado en 1985, siendo secretario general del Partido Socialista Unificado de México, por los restos de una organización guerrillera. Tras su liberación, previo pago del rescate exigido por los secuestradores, el PSUM ratificó su compromiso con las vías legales, institucionales y democráticas para la transformación del país: una definición central para dejar atrás el delirio revolucionario por parte de la izquierda democrática.

José María Pérez Gay fue un introductor indispensable del pensamiento y la filosofía alemana y austriaca en México. Su tarea como traductor y divulgador de la cultura permitió que aquí se conocieran las vidas y obras de autores austrohúngaros como Hermann Broch, Robert Musil, Karl Kraus, Joseph Roth y Elías Canetti (a los que dedicó su libro “El imperio perdido”). Como escritor e intelectual, si es que cabe alguna distinción, Pérez Gay dedicó parte de su obra a tratar de entender los excesos totalitarios, quizá en la búsqueda de vacunas intelectuales contra ellos (véase “El príncipe y sus guerrilleros. La destrucción de Camboya” sobre la carnicería del Jemer Rojo).

El amplio bagaje cultural y la curiosidad intelectual de JMPG le permitieron poner en marcha un perdurable proyecto de televisión pública en nuestro país: el Canal 22, del que fue su primer director.

JMPG también fue, en los últimos años, uno de los compañeros fundamentales en el proyecto político de López Obrador. Desde esa trinchera, Chema siempre mantuvo puentes y lazos de diálogo con quienes no simpatizaban con el proyecto o incluso con quienes se le oponían, y supo, con la generosidad e inteligencia que le caracterizaban, conservar amistades y afectos por encima de los vaivenes de la política. Jamás le leí o escuché un improperio contra algún adversario, aunque sí juicios críticos; tampoco se deslizó a la comodidad de tachar como ignorante o corrupto a todo aquel ajeno a la misma causa política. Lo recuerdo en días aciagos, como el 3 de julio de 2006, cuando nos encontramos en las oficinas de “Nexos”, muy preocupado, no colérico, y conversador, ese don que lo distinguió y que es propio de las inteligencias con buena pluma.

AMV nos deja el legado de su coherente trayectoria; Pérez Gay la valía de su rigurosa obra intelectual. Nos corresponde a los vivos honrar el legado de esos dos mexicanos excepcionales.

*El Universal 30-05-13

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