sábado, 18 de mayo de 2013

'PALABRAS MÁGICAS'*


JOSÉ WOLDENBERG

Un ensayo personal y dolido sobre la forma en que la esperanza fue defraudada. Así podría definirse la película de Mercedes Moncada, Palabras mágicas; para romper el encantamiento; documental sobre las promesas que desató el triunfo de la revolución sandinista y la triste desembocadura de la misma.

Aquel 19 de julio de 1979 está en la memoria de muchos nicaragüenses (y no solo de ellos). La derrota de la dictadura familiar de los Somoza que se alargó de 1934 hasta esa fecha fue recibida con optimismo no solamente en aquel país sino en el resto de América Latina. Unos milicianos jóvenes entraron a Managua y desencadenaron el júbilo de la población. Grandes concentraciones, banderas rojinegras ondeantes, música, bailes, retórica, pero sobre todo monumentales ilusiones envolvían el ambiente. Era el día cero, dice Mercedes Moncada. El punto de partida del "hombre nuevo".

Su testimonio es un ir y venir a partir de esa fecha. Con imágenes de archivo y las más filmadas por ella, en tono documental pero incluyendo sosegadas o perturbadoras escenas ¿surrealistas o hiperrealistas?, recuperando testimonios pero sobre todo con un texto personal (ísimo), Moncada cuenta una historia trágica, circular, desencantada. Una gesta transformada en un nuevo gobierno abusivo, patrimonialista, gangsteril.

El último no es un adjetivo al azar. La larga secuencia en la cual un grupo de jóvenes lumpen se ufana de sus "hazañas" resulta no solo elocuente sino desconsoladora. "Cuando los liberales iban a hacer sus cosas, los sandinistas venían y nos armaban para que les metiéramos la bronca", dice uno de ellos con esa arrogancia producto de un machismo elemental (¿hay de otro?), una cultura de la violencia bien enraizada y la convicción de que serán impunes. Les prometen que "los van a sacar si caen presos". "Ellos son la fuerza del Estado", dice sonriendo y satisfecho un chavo.

La relación de Moncada con Nicaragua no es solo racional. La película deja ver una pasión contenida, una tensión de amor y odio de quien sabe que jamás podrá escapar de ese laberinto bipolar que es el país centroamericano. "Su fuerza de gravedad" es irresistible, inescapable y ella sabe o intuye que así será y seguirá siendo: "este país no me va a soltar". Quizá ese resorte es el que hace que la película resulte querible. No un manifiesto, no una diatriba, sino una narración desencantada producto de una fe que se ha evaporado.

Tres claves creo encontrar en la película para ese desengaño: la distancia crítica ante la violencia, ante la fusión de la política y la religión y la oceánica corrupción. Luego de los años de guerra, de asesinados y más asesinados, de entierros solemnes y féretros cobijados por las banderas o las flores, de llamadas reiteradas a la lucha y a ofrendar la vida por la patria, "cuando el humo se disipó y finalmente pude ver ya no éramos los mismos; la muerte dejó de ser heroica y fecunda". Esa revelación fruto de la experiencia, de la afligida e insobornable realidad, es quizá uno de los resortes fuertes del testimonio. "La muerte es solo muerte, nada más; no fecunda nada". "Muertos, muertos y más muertos. Muertos inútiles, inútilmente muertos". Un tema espinoso para los que siguen pensando que la violencia es la partera de la historia.

La otra es la que tiene que ver con la utilización de la religión para fines políticos. En una sociedad donde las procesiones se suceden y cobijan una fe popular dilatada y expansiva, donde los santos son paseados por las calles en un clima de fiesta y redención, el culto religioso se mezcló en el combate político. Moncada parece extrañar aquella religiosidad primera del FSLN. Aquel Cristo "proletario, hambriento, revolucionario", substituido por una alianza de clara conveniencia entre el presidente Ortega y la Iglesia oficial. Soy más pesimista. Me temo que el desenlace estaba ya incubado en una política insuficientemente escindida de la fe, lo que ha desembocado en esos mensajes espectaculares en las calles de Managua que rezan: "Nicaragua cristiana, socialista, solidaria".

La tercera fuente de desencanto no es otra que la corrupción. La repetida, cansina, recurrente corrupción. Las empresas de la familia Ortega a través de las cuales -dice la película- se "administran" los recursos que llegan del exterior, sobre todo de Venezuela. Una nueva elite de origen revolucionario que desde las instituciones estatales realiza los negocios más lucrativos (¿dónde he escuchado eso antes?) y que en su momento se benefició de la "piñata"; no otra cosa que la conversión de empresas y recursos estatales en propiedades de los prominentes hombres del FSLN. "Yo me sentí traicionada por todos; los unos por la corrupción, los otros por haberse callado tanto tiempo y ser cómplices del engaño".

Una secuencia, casi al final, es un montaje de las aguas de lluvia encharcadas y de los ríos que corren por las calles. Son escenas de 1979 y de ahora. Parece que nada ha cambiado. "Caminamos en círculos sin parar... regresamos al mismo punto".

*Reforma 16-05-13

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