JOSÉ WOLDENBERG
Las bancadas del PAN y el PRD en el Senado la han vuelto a poner en la mesa de discusión.
La primera olita a favor de una segunda vuelta para elegir al Presidente apareció -si mal no recuerdo- luego de las cerradas y polarizadas eleccio- nes del 2006. La tensión con que se vivieron las semanas que siguieron a los comicios preocupó a más de uno. Y no era para menos. Los humores públicos estaban caldeados, la animadversión entre los competidores permeó a la sociedad, el ambiente estaba electrizado. ¿Cómo conjurar ese nerviosismo producto de un conflicto real?
Y entonces no faltaron los que sacaron la receta: una segunda vuelta. El problema de la fórmula es que ni lógica ni políticamente resuelve por sí misma lo que se quiere evitar. Nada garantiza que en una segunda vuelta los resultados no sean cerrados. Cierto que hay ejemplos de segundas vueltas donde las cifras finales resultan más abiertas que en la primera ronda, pero nadie en su sano juicio puede asegurar que eso indefectiblemente sucederá. Por el contrario, eventualmente la diferencia entre el primero y el segundo lugar puede ser más apretada.
Tampoco la fórmula garantiza que en el segundo round la polarización sea menor que en el primero. Por el contrario, si solo se enfrentan dos, la temida polarización bien puede agudizarse. Ya sé que los afectos al rational choice dirán que si los candidatos finalistas desean ganar tienen que moverse al centro y que están obligados a ello. No obstante, creo que confunden lo que es una herramienta analítica con un dictado de comportamiento inescapable. Me explico: la fórmula analítica intenta dar respuesta a por qué las personas actúan como actúan, pero nada garantiza que un individuo determinado se salga del canon. Eso es lo que hace difícil -entre muchas otras cosas- la vida en común.
Luego el asunto se sofisticó. Por decirlo de alguna manera. Apareció el tema de la legitimidad. ¿Era legítimo un Presidente con menos del 50 por ciento más uno de los votos? Más allá de que el concepto de "legitimidad" es cada vez más evanescente por su uso excesivo y excedido (cualquier político o comentarista hace alusión a la ilegitimidad de... cuando no le gusta algo), lo cierto es que si las reglas del juego establecen que se es Presidente con la mayoría relativa de los votos, la famosa legitimidad no se afecta. Recordemos que el presidente Fox con apenas el 42 por ciento de los votos no tuvo ese problema porque todos (los perdedores) asumieron que había ganado. Por supuesto en 2006 y 2012 el tema volvió a aparecer pero no por el porcentaje de votos de los ganadores, sino porque el segundo lugar impugnó los resultados (2006) o las condiciones en las que transcurrió la contienda (2012).
El "problema" mayor de nuestros recientes presidentes ha sido otro. Su convivencia con un Congreso en el cual ni él ni su partido tienen la mayoría de los votos para hacer su voluntad. Y en ese terreno la segunda vuelta no ofrece nada. Los ejemplos latinoamericanos son claros: un buen número de presidentes electos en segunda vuelta que no cuentan con el respaldo mayoritario en sus respectivos congresos. Es una derivación natural de haber importado solamente la mitad de la fórmula francesa (allá existe segunda vuelta para Presidente pero también para los legisladores).
No resultó casual que en la propuesta del presidente Calderón para introducir el segundo round para la Presidencia se estableciera que sería coincidente con la primera y única vuelta para elegir al Congreso. La intención ni siquiera quería ser disfrazada: se buscaba que al quedar solamente dos candidatos a la Presidencia, éstos "jalaran" el voto legislativo hacía sus mismos partidos. Quizá de esa manera pudiese obtener la tan anhelada mayoría absoluta en las Cámaras. El problema, en todo caso, sería para la tercera fuerza, que resentiría sin duda su descalificación para competir en el momento definitivo.
Esa original receta para reducir artificialmente la pluralidad creo que topa (por fortuna) con la incertidumbre de las grandes formaciones políticas. En las últimas tres elecciones presidenciales el tercer lugar ha sido diferente: PRD en 2000, PRI en 2006 y PAN en 2012. Así que para todos resulta riesgosa su implantación. En ese terreno no convienen los exorcismos. Hay que asumir que la historia -esa fuerza inclemente- ha forjado tres grandes referentes políticos con los que se conecta la inmensa mayoría de los votantes. Y si no queremos hacerle al aprendiz de brujo hay algunas vías para conjugar esa diversidad de manera productiva: a) a través de negociaciones y pactos o b) buscando el formato político más adecuado para procesar coaliciones.
Pero no hay que exagerar. La segunda vuelta en la elección presidencial sí sirve para una cosa importante: para que al final el ganador no tenga más aversiones que adhesiones. Dado que el triunfador tendrá siempre más del 50 por ciento más uno de los votos, los que tengan más rechazos que afectos no podrán ser titulares del Ejecutivo. No es poca cosa.
*Reforma 23-05-13
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