martes, 28 de mayo de 2013

CANTIDAD Y CALIDAD*

JORGE ALCOCER

En memoria de Arnoldo Martínez Verdugo.

 
En los años que comprende la transición, que para limitarnos al ámbito electoral ubicaré entre 1979 al 2000, las relaciones entre los partidos y sus grupos parlamentarios en el Congreso federal se caracterizaban por la predominancia de las directrices partidistas sobre el trabajo de los legisladores, cuyos coordinadores eran designados, en casi todos los casos, por los comités ejecutivos; las excepciones eran el PRI y el PAN. En el partido tricolor, el Ejecutivo ejercía la facultad -metaconstitucional- de poner y quitar coordinadores parlamentarios, mientras que en el blanquiazul los estatutos otorgaban -y otorgan- tal facultad al "jefe nacional", o sea al presidente del partido, previa consulta a los integrantes de cada grupo.

En las oposiciones, la tarea de coordinar a los diputados recaía, por lo general, en dirigentes de probada trayectoria y capacidad política; recuerdo, en las filas de la izquierda: Arnoldo Martínez Verdugo, Alejandro Gascón Mercado, Rolando Cordera; en el PAN: Abel Vicencio Tovar, Bernardo Bátiz, Diego Fernández de Cevallos. En el PRI esas tareas eran encomendadas a políticos de la confianza del Presidente en turno, como Luis Marcelino Farías; Eliseo Mendoza, Arturo Núñez. En el Senado, monocolor hasta 1988, las preferencias presidenciales dieron para designar coordinador del PRI a un intelectual, como Miguel González Avelar, o a un líder cetemista, como Emilio M. González.

Varios hechos vinieron a cambiar las relaciones entre grupos parlamentarios y partidos políticos; algunos ocurrieron de manera concatenada, como fue el caso del incremento en el número de diputados plurinominales, que pasó de 100 a 200, merced a la reforma de 1986, impulsada por Manuel Bartlett, secretario de Gobernación, y a los resultados electorales de 1988, que dejaron al PRI al borde de un ataque de nervios, con apenas 256 diputados, de un total de 500.

Vino en 1996 una nueva reforma electoral, y con ella la apertura del Senado a las oposiciones, con la creación de los 32 senadores de primera minoría y los 32 de lista nacional, que sumados significan la mitad del total. Valga resaltar lo anterior, ya que en la Cámara alta solamente la mitad del total de senadores son producto del voto directo y mayoritario de los ciudadanos, además de que los senadores plurinominales dieron al traste con la igualdad de representación de las entidades federativas en esa Cámara. En la elección federal inmediata siguiente a aquella reforma (1997) el PRI perdió la mayoría en San Lázaro. En 2000 perdería la Presidencia de México y la mayoría en el Senado.

El dramático incremento de la competencia electoral y el hecho de que en dos décadas (1976-1996) las cámaras duplicaron el número de sus integrantes, provocaron cambios cualitativos en el funcionamiento y peso específico del Congreso de la Unión, y en las relaciones entre los grupos parlamentarios y las dirigencias partidistas.

En el PRI la pérdida del Poder Ejecutivo liberó a los coordinadores parlamentarios del yugo presidencial, otorgándoles un poder y un protagonismo sin precedente; sin embargo, como lo demostró en 2001 la remoción de Elba Esther Gordillo, ese poder tenía contrapesos. En contraste, la llegada de Vicente Fox a los Pinos provocó no pocos conflictos entre aquél con Diego Fernández de Cevallos (Senado) y Felipe Calderón (Diputados), atemperados por la prudencia de Luis Felipe Bravo Mena, entonces jefe nacional del panismo. Más tarde, fue el presidente Felipe Calderón quien hizo destituir a Santiago Creel de la coordinación senatorial, poniendo el mal ejemplo.

En el PRD las coordinaciones son parte de las negociaciones y acuerdos entre las tribus, y aunque todas aceptan la formalidad de la investidura del respectivo coordinador, en los hechos los grupos parlamentarios perredistas reproducen la lógica de su vida interna partidista, cada tribu tiene sus jefes, cargos y territorios.

La transición y las alternancias provocaron un cambio radical en las relaciones entre los partidos y sus grupos parlamentarios, éstos pasaron al primer plano, pero lo que no han generado, aún, es la elevación de la calidad del trabajo legislativo. Para eso, hay que volver a anudar las relaciones entre los partidos y sus legisladores.

*Reforma 28-05-13

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