jueves, 11 de noviembre de 2010

PALABRAS DEL DR. LORENZO CÓRDOVA EN LA ENTREGA DEL RECONOCIMIENTO DISTINCIÓN UNIVERSIDAD NACIONAL PARA JÓVENES ACADÉMICOS

Antes que nada quiero decir es para mí un honor hablar a nombre de los jóvenes académicos que hemos recibido en este año, el del centenario de la fundación de la Universidad Nacional, estos reconocimientos a nuestra trayectoria académica.

Sin pretender abarcar y sustituir con mis palabras los agradecimientos y el ánimo que cada uno de mis colegas tiene por la distinción que hoy recibimos, permítanme decir que éste, tal como lo señaló el señor Rector en las cartas de notificación que nos remitió informándonos de la decisión del jurado, constituye, más que un reconocimiento a nuestra labor y desempeño académicos, un generoso estímulo para seguir trabajando por nuestra Universidad y por el país.

Pertenecer a la Universidad Nacional Autónoma de México constituye, siempre lo he sostenido, un privilegio que nos permite contar con un mirador invaluable para analizar a nuestra sociedad y su contexto con rigor, independencia científica y pluralidad de perspectivas.

Desde su origen, la Universidad ha estado íntimamente vinculada con los sucesos políticos, económicos, sociales, culturales y científicos que han marcado el México del último siglo, hoy como pocas veces antes, esa institución se proyecta de manera muy importante como un potencial puntal de transformación del país hacia el futuro.

Y es que, a mi juicio, una de las más importantes virtudes de la UNAM es que constituye un foro privilegiado de discusión y de debate de los grandes problemas nacionales que, desafortunadamente, con el paso de los días crecen exponencialmente en el país y cada vez son más graves y complejos.

En ese sentido, y retomando la idea de Ortega y Gasset de que la Universidad es “consciencia crítica de la sociedad”, la UNAM, creo, está llamada a jugar un papel y una responsabilidad histórica que, en los “malos tiempos” que corren en nuestro país, deben constituir un asidero para el futuro.

En la Universidad tenemos la responsabilidad de diagnosticar los problemas que hoy nos aquejan y de proponer soluciones de largo aliento, este espacio privilegiado nos permite tener una capacidad de reflexión no atada a las coyunturas, al inmediatismo, a la irresponsabilidad y cortedad de miras, y, hay que decirlo también, a la mezquindad que desafortunadamente permean en el espacio de discusión pública de nuestros días.

Hoy como pocas veces, necesitamos mirar lejos y hacer reflexiones y propuestas de largo plazo para empezar a resolver los problemas cotidianos que nos aquejan y nos agobian, y la Universidad tiene la responsabilidad de ser el espacio desde donde con propuestas de largo alcance se contribuya al debate y discusión públicas.

Y no creo que se trate de mera retórica. A pesar de sus problemas –evidentes y sobradamente diagnosticados- la UNAM es una institución que como pocas cuenta con una masa crítica y con un prestigio capaz de incidir en los destinos nacionales en un contexto en el que las políticas públicas parecen haber perdido sentido de orientación.

Así, por ejemplo, quienes nos ocupamos de las cuestiones jurídicas, debemos reivindicar el papel transformador de los derechos sociales en sociedades tan injustas y desiguales como la nuestra y colocar la defensa y efectiva garantía de esos derechos como una de las exigencias más apremiantes del desarrollo inmediato del país. Durante décadas ha prevalecido la idea de que esos derechos tienen un carácter programático e ideológico; que se trata de cartas de buenas intenciones plasmadas en la Constitución y en los tratados internacionales y que, consecuentemente, no tienen algún grado de obligatoriedad para el Estado.

Toca a nosotros desde la Universidad denunciar y desmontar ese discurso y construir uno nuevo que reivindique la obligatoriedad del respeto y satisfacción de todos los derechos fundamentales y en particular de los sociales, así como de su exigibilidad, como una vía transitable para lograr una sociedad más igual y más justa.

A nosotros corresponde, desde la academia, encauzar los esfuerzos y construir los contextos de exigencia necesarios para que los encargados de definir las políticas públicas de desarrollo atiendan y cumplan las obligaciones que al Estado le impone el reconocimiento de esos derechos.

Y es que no podemos dejar pasar el buen momento que pasa la Universidad y el innegable peso que tiene en el ámbito público para incidir en el futuro de México. Y eso es algo que nos corresponde hacer a todos los universitarios desde los distintos ámbitos del conocimiento científico, cada quien en su respectiva área de especialidad.

Permítanme para terminar, y abusando de la generosidad para dirigir estas palabras un breve espacio de egoísmo para poder hacer unos agradecimientos personales.

Quiero en primer lugar agradecer a dos instituciones de la UNAM, a la Facultad de Derecho, la cuna de mi formación profesional y al Instituto de Investigaciones Jurídicas, mi casa, por acogerme y darme un espacio inigualable para desarrollar mi trabajo académico.

En segundo lugar quiero agradecer a mi madre cuya amorosa memoria me inspira todos los días a luchar por un país más justo e igual.

Quiero también agradecer a mi padre, mi maestro y amigo por sus enseñanzas, respaldo y por permitirme tener en él a un ilustrado y afectuoso interlocutor intelectual.

Y finalmente, pero antes que a nada y nadie, a Malena, mi compañera de vida y de causas, gracias por su amor, por su paciencia, por su apoyo y por hacerme, junto con Sofía y Andrés un hombre, perdón un “joven académico” –aunque cada día menos joven-, lleno y feliz.

Gracias en fin, a todos ustedes.

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