jueves, 4 de noviembre de 2010

UJPEST

JOSÉ WOLDENBERG KARAKOSKY

La primera vez que oí el extraño nombre fue hace casi 50 años, para ser exactos en 1962. Se trataba de ir al estadio de Ciudad Universitaria (todavía no era olímpico) a ver un juego del Pentagonal. Aquellos torneos cortos en los cuales tres equipos mexicanos de futbol se enfrentaban a dos muy buenos clubs extranjeros. Jugaban a lo largo de dos o tres semanas, todos contra todos, y el que lograba más puntos resultaba el campeón. Eran días que les permitían a los futbolistas nacionales "foguearse" contra los mejores del mundo. Bajo ese formato desfilaron por México equipos cuyos nombres son legendarios y remiten sin más a un pasado de gloria y esplendor (¡hombre, por lo menos en la memoria!, que ya se sabe que es más dúctil que la plastilina): Botafogo, Vasco da Gama, UDA Dukla, Santos de Pelé, River Plate, Independiente.
Del Ujpest ya no recuerdo casi nada. Ni siquiera el color de su uniforme. La memoria es una coladera por la que se va lo fundamental de la vida. Sólo sé que ese día se enfrentaba al Toluca, que los húngaros ganaron 2 a 0, pero sobre todo recuerdo el patadón que el "Monito" Carús le dio al portero Torok y que le impidió ir al mundial de Chile como guardameta de su selección. El delantero persiguió una pelota filtrada al área, el portero se deslizó para atajarla, Carús tiró una patada con fuerza, pero en vez de al balón, le dio a la pierna del guardameta. Creo que la ruptura se escuchó hasta la tribuna. Al día siguiente, en la primera plana del Esto, se podía observar al portero, tirado en el césped, con un gesto de agudo dolor, con su pierna derecha convertida en arco (no es metáfora). La "garra" del "Monito" le había roto la tibia y el peroné. Hay quien dijo que en los vestidores el "Monito" lloró, pero esa versión se adentra en los pasillos de la leyenda. Lo que casi es seguro es que a Torok le arruinó su carrera.
Nada de lo anterior lo hubiera recordado si en una novela de Maj Sjöwall y Per Wahlöö no apareciera la palabra mágica: Ujpest. Existen voces que actúan como activadoras de la memoria, son como resortes adormecidos que saltan al escuchar una señal que nos transporta al pasado. La novela El hombre que se esfumó de 1966 (RBA. Barcelona. 2010) es la única en la que el investigador Martin Beck sale de Suecia para averiguar la presunta desaparición de un periodista en Hungría. Son los años de la Guerra Fría y Alf Matsson, especialista en reportajes sobre los países de Europa Oriental, desaparece sin dejar huella en Budapest.
Así empieza una trama truculenta. El recorrido del detective es pausado porque no hay vuelos directos entre Estocolmo y Budapest. Viaja entonces a Copenhague y luego a Praga antes de llegar a su destino. Y en la capital húngara inicia su tambaleante y precaria indagación. Hasta que un colaborador suyo desde Estocolmo le llama para decirle que se ha enterado que al parecer Matsson tenía una amiguita que vivía en "penzió XII Venetiener út 6 292-173". "En el mostrador de recepción una joven ocupaba el lugar del venerable conserje. -¿Qué significa esto? -Penzió, pensión. ¿Quiere que llame a este número? Él negó con la cabeza. -¿Dónde está esta calle? -En el distrito 12, en Ujpest" (p. 78).
No contaré la historia. No es ése el motivo de estas remembranzas. Sino que al reaparecer Ujpest, luego de 48 años, se despertaron algunos recuerdos en estado de hibernación a lo largo de los años y que hoy se encuentran resumidos en los primeros dos párrafos de esta nota.
En alguno de los años ochenta -otra vez la desmemoria me impide recordar la fecha exacta- fui parte de una delegación del PSUM que viajó a Budapest para entrevistarse con la dirección del Partido Comunista de Hungría. Integrábamos ese reducido grupo Pablo Gómez, Cuauhtémoc Sandoval y yo. Hungría era quizá el país más abierto entre aquellos que formaban el Pacto de Varsovia y había empezado un dubitativo proceso de liberalización e incluso de privatizaciones. Nos informaron, por ejemplo (congelen las risas), que los baños del Metro -el primero de toda Europa según Sjöwall y Wahlöö- acababan de ser concesionados y que desde entonces se encontraban limpios y no escaseaba el papel. Pero lo que más me llamó la atención, además del intercambio de opiniones, fue que en el hotel nos asignaron a cada uno de nosotros una habitación conforme a nuestro rango. A Pablo, entonces secretario general del Partido, una suite con sala y si mal no recuerdo hasta comedor; a mí, integrante del secretariado, un espacio amplio con cama matrimonial; y a Cuauhtémoc, integrante del Comité Central que trabajaba en las relaciones internacionales del Partido, una estrecha habitación con una pequeña cama. En una de las "patrias del socialismo" nos trataban como en el famoso cuento de los tres ositos.
Creo que si para entonces hubiera leído El hombre que se esfumó, habría recordado el encuentro de 1962 y la desgracia de Carús y Torok, y les hubiera solicitado a nuestros anfitriones que nos llevaran a conocer Ujpest.

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