La primera Evita, la original, ha motivado múltiples libros, películas y un musical en Broadway, fallido al pasar a Hollywood pues el director confió el papel protagónico a Madonna, más ocupada de su físico que de la actuación, y en papel secundario al joven Antonio Banderas, en el papel de un "Che", metido al guión con calzador. Por cierto, veo por la TV que en la Casa Rosada cuelga, en muro de honor, la célebre foto del guerrillero sacrificado en Bolivia, tomada en 1960 por el cubano Alberto Díaz, "Korda".
Evita Perón murió de cáncer en 1952; a sus funerales acudieron, en ríos dolientes, miles y miles de trabajadores y gente del pueblo. Las peripecias que su cadáver sufrió han sido contadas por Tomás Eloy Martínez, en una novela histórica que nadie que quiera entender lo que es Argentina y los argentinos puede dejar de leer. Juan Domingo Perón presidió los funerales. Las fotos lo muestran con gesto duro, sin lágrimas, dejando constancia que la fallecida era su cimiento y pilar, que al poco tiempo se derrumbaron por un golpe militar que lo envió al exilio, del que volvería, viejo y cansando, lustros después, al lado de María Martínez, su esposa, obsesionada en ser, más por magia que por obra, la segunda Evita.
Perón duró poco en su retorno a la Presidencia de Argentina. Al morir, en 1974, su viuda, conocida como Isabelita, que había sido electa vicepresidenta, asumió el cargo. Al lado suyo, un asesor en la sombra, José López Rega, al que llamaban "el brujo", se encargó del poder. Fueron meses de inestabilidad y polarizante conflicto. Los obreros y las juventudes peronistas se radicalizaron. Isabelita no tenía control alguno del país ni del poder. El brujo hacía y deshacía, hasta que la cúpula militar -con el respaldo de la Casa Blanca- la depuso con el golpe de Estado de 1976, que abrió la época más negra de la historia del país sureño. Isabelita salió al exilio en 1981.
Por historia y cultura, los argentinos pueden ser, de entre los pueblos de América Latina, los más proclives al caudillismo, y a los ídolos deportivos. Cuando la democracia regresó, de Carlos Menem hicieron su nuevo caudillo. El "turco", como le llamaban, hizo de Evita, más que de Perón, su icono publicitario. Recuperó el mito y lo convirtió en obligado referente. Recuerdo que a finales de los noventa, en una visita que la secretaria de Turismo de México hizo a la Argentina, la acompañé a la entrevista con el entonces gobernador Eduardo Duhalde, cuya oficina presidía un altar, con flores y cirios, que rendía homenaje a una enorme fotografía de Evita Perón.
Después de la enorme inestabilidad que hizo salir a De la Rúa del poder y con Duhalde tuvo solución interina, Néstor Kirchner desbancó a Carlos Menem, le impidió volver por sus fueros. Gobernador de Santa Cruz, el ahora fallecido tuvo la audacia de ocupar el vacío de poder que la crisis económica abrió. A su lado, esposa, consejera y cómplice, tenía a Cristina Fernández.
Los Kirchner se convirtieron en la pareja presidencial, una dupla sin freno ni contrapeso; atrás quedaron sus escándalos políticos y financieros; la ilegal transferencia de fondos públicos, en plena crisis, a cuentas privadas a su nombre en Suiza; los fondos que, se dice, envió Hugo Chávez para apoyar sus campañas. Néstor y Cristina decidieron crear una dinastía que habría de alternarse en el poder. Ella lo sucedió en la Presidencia. Y él ya estaba en campaña para sucederla cuando la muerte lo sorprendió.
Mirando los funerales de Néstor Kirchner me saltó una pregunta; ¿qué habría pasado si al que le da cáncer y se muere hubiese sido Perón, y no Evita? Creo que la historia habría sido diferente. Que quizá Evita se habría convertido en la dictadora de Argentina. Como ahora, lo puede hacer Cristina Fernández viuda de Kirchner. A la que sus brujos llaman a seguir en el poder, a llenar el vacío que dejó su marido, postulándose para un segundo mandato.
Encuentro en estos hechos y circunstancias un símbolo de la fragilidad de las democracias, con instituciones débiles y pueblos que apuestan a los caudillos, éstos ven al poder como patrimonio personal, hereditario, y a la publicidad televisada como el medio más directo para alcanzarlo.
Vuelvo a ver la foto tomada por Korda. ¿Qué diría el Che?
Descanse en paz Néstor Kirchner.
Evita Perón murió de cáncer en 1952; a sus funerales acudieron, en ríos dolientes, miles y miles de trabajadores y gente del pueblo. Las peripecias que su cadáver sufrió han sido contadas por Tomás Eloy Martínez, en una novela histórica que nadie que quiera entender lo que es Argentina y los argentinos puede dejar de leer. Juan Domingo Perón presidió los funerales. Las fotos lo muestran con gesto duro, sin lágrimas, dejando constancia que la fallecida era su cimiento y pilar, que al poco tiempo se derrumbaron por un golpe militar que lo envió al exilio, del que volvería, viejo y cansando, lustros después, al lado de María Martínez, su esposa, obsesionada en ser, más por magia que por obra, la segunda Evita.
Perón duró poco en su retorno a la Presidencia de Argentina. Al morir, en 1974, su viuda, conocida como Isabelita, que había sido electa vicepresidenta, asumió el cargo. Al lado suyo, un asesor en la sombra, José López Rega, al que llamaban "el brujo", se encargó del poder. Fueron meses de inestabilidad y polarizante conflicto. Los obreros y las juventudes peronistas se radicalizaron. Isabelita no tenía control alguno del país ni del poder. El brujo hacía y deshacía, hasta que la cúpula militar -con el respaldo de la Casa Blanca- la depuso con el golpe de Estado de 1976, que abrió la época más negra de la historia del país sureño. Isabelita salió al exilio en 1981.
Por historia y cultura, los argentinos pueden ser, de entre los pueblos de América Latina, los más proclives al caudillismo, y a los ídolos deportivos. Cuando la democracia regresó, de Carlos Menem hicieron su nuevo caudillo. El "turco", como le llamaban, hizo de Evita, más que de Perón, su icono publicitario. Recuperó el mito y lo convirtió en obligado referente. Recuerdo que a finales de los noventa, en una visita que la secretaria de Turismo de México hizo a la Argentina, la acompañé a la entrevista con el entonces gobernador Eduardo Duhalde, cuya oficina presidía un altar, con flores y cirios, que rendía homenaje a una enorme fotografía de Evita Perón.
Después de la enorme inestabilidad que hizo salir a De la Rúa del poder y con Duhalde tuvo solución interina, Néstor Kirchner desbancó a Carlos Menem, le impidió volver por sus fueros. Gobernador de Santa Cruz, el ahora fallecido tuvo la audacia de ocupar el vacío de poder que la crisis económica abrió. A su lado, esposa, consejera y cómplice, tenía a Cristina Fernández.
Los Kirchner se convirtieron en la pareja presidencial, una dupla sin freno ni contrapeso; atrás quedaron sus escándalos políticos y financieros; la ilegal transferencia de fondos públicos, en plena crisis, a cuentas privadas a su nombre en Suiza; los fondos que, se dice, envió Hugo Chávez para apoyar sus campañas. Néstor y Cristina decidieron crear una dinastía que habría de alternarse en el poder. Ella lo sucedió en la Presidencia. Y él ya estaba en campaña para sucederla cuando la muerte lo sorprendió.
Mirando los funerales de Néstor Kirchner me saltó una pregunta; ¿qué habría pasado si al que le da cáncer y se muere hubiese sido Perón, y no Evita? Creo que la historia habría sido diferente. Que quizá Evita se habría convertido en la dictadora de Argentina. Como ahora, lo puede hacer Cristina Fernández viuda de Kirchner. A la que sus brujos llaman a seguir en el poder, a llenar el vacío que dejó su marido, postulándose para un segundo mandato.
Encuentro en estos hechos y circunstancias un símbolo de la fragilidad de las democracias, con instituciones débiles y pueblos que apuestan a los caudillos, éstos ven al poder como patrimonio personal, hereditario, y a la publicidad televisada como el medio más directo para alcanzarlo.
Vuelvo a ver la foto tomada por Korda. ¿Qué diría el Che?
Descanse en paz Néstor Kirchner.
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