Sometido a la dictadura del mito fiscal, el tristemente célebre hueco” que el ahora gobernador del Banco de México dejó en la Secretaría de Hacienda como pliego de mortaja, el gobierno no pudo sino acogerse a la sabiduría convencional y sus ramplonas metáforas contra factuales. En su comparecencia ante la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, el flamante secretario de Hacienda se las arregló para no responder a las preguntas de los legisladores y se refugió en apelaciones reiteradas a la responsabilidad gubernamental para evitar males mayores.
“Volver a congelar los precios de la gasolina sería actuar de manera irresponsable... sabiendo que no vamos a poder financiar el Presupuesto... habría que endeudarse para llevar el ritmo de gasto aprobado”. Así, en una nuez, Ernesto Cordero forma filas en una ortodoxia que hoy pocos aplauden y se aferra a hipótesis improbables como aquella de que la recuperación está a punto de adoptar velocidad de crucero.
Sin querer queriendo, el secretario de la OCDE nos anuncia un 2010 incierto donde lo único cierto es un desempleo mayúsculo e inconmovible, mientras que en Estados Unidos la desazón cunde ante las más recientes cifras sobre ocupación y Barack Obama deshoja la margarita de nuevos programas de estímulo que salgan al paso de una reincidencia recesiva. Nada, pues, con la superchería del déficit cero.
Aquí, sin embargo, se mantiene el credo contra la corriente del mundo: en vez de gasto, más impuestos; en vez de apoyar al consumo y el riesgo empresarial, aumentos en insumos de uso difundido; en vez de concertación política frente a la desolación productiva y social, declaraciones de guerra renovadas contra los malquerientes de la patria, los gobernadores opacos y dilapidadores, los Casandras de siempre.
Como ayer, todo se quiere justificar a la vista de los males mayores que habrían venido o vendrán de no actuar de inmediato. En este panorama del todo hubiese sido peor, los descalabros reales y los males evidentes y contables se convierten en algo que la sociedad debe agradecer al gobierno, necesitado como nunca de píldoras de autoestima que compra a granel.
Mientras tanto, la política económica apenas respira bajo la losa fatídica de una nueva economía política inaugurada al calor del patético debate sobre las alzas de la gasolina y demás: la del nadie sabe, nadie supo, nadie sabrá. La irrelevancia como placebo.
Si el Presidente honró o no el pacto anticíclico del año pasado, o algún acuerdo de pasillo con la nomenclatura priísta, se responde con el expediente novísimo de que “no había de otra”. Si aquella política pudo en efecto salir al paso de la recesión se resuelve con el hubiera sido peor. Si se puede montar un rumbo de recuperación que asuma con claridad la gravedad de la situación social, y el compromiso del gobierno para encararla pronto y con firmeza, se resuelve con la convocatoria presidencial a soñar con días de gloria.
Lo que se vive, así, es un formidable desbarajuste en el mando del Estado y la erosión de la forma de hacer política económica y social que le heredó al panismo el priato tardío. Los chistoretes del secretario general de la OCDE no compensan sus advertencias ominosas sobre lo sinuoso y cansino de la recuperación, pero el gobierno opta por seguir con la fuga hacia adelante como manera de no acercarse demasiado a la realidad circundante.
La referida andanada de Felipe Calderón contra el “federalismo salvaje”, no hará sino mandar todavía más lejos la reflexión que urge hacer para acomodar las restricciones y alinear las nuevas prioridades que el alza de precios, temporal o no, y la realidad oprobiosa de la caída vertical de los niveles de vida de la mayoría, reclaman. Podemos suponer, sin conceder como enseñan los abogados, que el campo fiscal para endeudarse es estrecho, pero el comportamiento de los petroprecios habla de la posibilidad de un relativo relajamiento del cerco financiero y los cálculos sobre los fondos prestables en el mundo señalan capacidades de endeudamiento que ni las (des) calificadoras pueden desmentir.
Un examen preciso por parte del Congreso de lo que realmente ocurre con las cuentas del Estado, podría servir de antesala a una autocrítica nacional y de la coalición de facto que gobierna, sobre la conducción económica y social. Aferrarse a la versión vernácula del nefasto dicho de la señora Tatcher de que “no hay alternativa” (there is no alternative: tina), es condenar al país y al Estado a navegar sin instrumentos, sabiendo que lo que hay al frente son arrecifes, y mucha niebla.
Del “topen chivas” que inspiró el ajuste del presidente Miguel de la Madrid en los momentos más duros de los ochenta, transitamos ahora al “ahí se ven”, dirigido por igual a embajadores, empresarios, comunicadores, políticos, exégetas, si no se allanan a las convicciones y dogmas numantinos que el gobierno quiere hacer pasar como visiones estratégicas, ¡y valientes!
Todo fluye, pero sin mayor efecto, consecuencia, jerarquía. Del reino de la igualdad política prometido festivamente por el arribo de la democracia en caballo cristero, pasamos sin más a la estrategia de la irrelevancia administrada.
“Volver a congelar los precios de la gasolina sería actuar de manera irresponsable... sabiendo que no vamos a poder financiar el Presupuesto... habría que endeudarse para llevar el ritmo de gasto aprobado”. Así, en una nuez, Ernesto Cordero forma filas en una ortodoxia que hoy pocos aplauden y se aferra a hipótesis improbables como aquella de que la recuperación está a punto de adoptar velocidad de crucero.
Sin querer queriendo, el secretario de la OCDE nos anuncia un 2010 incierto donde lo único cierto es un desempleo mayúsculo e inconmovible, mientras que en Estados Unidos la desazón cunde ante las más recientes cifras sobre ocupación y Barack Obama deshoja la margarita de nuevos programas de estímulo que salgan al paso de una reincidencia recesiva. Nada, pues, con la superchería del déficit cero.
Aquí, sin embargo, se mantiene el credo contra la corriente del mundo: en vez de gasto, más impuestos; en vez de apoyar al consumo y el riesgo empresarial, aumentos en insumos de uso difundido; en vez de concertación política frente a la desolación productiva y social, declaraciones de guerra renovadas contra los malquerientes de la patria, los gobernadores opacos y dilapidadores, los Casandras de siempre.
Como ayer, todo se quiere justificar a la vista de los males mayores que habrían venido o vendrán de no actuar de inmediato. En este panorama del todo hubiese sido peor, los descalabros reales y los males evidentes y contables se convierten en algo que la sociedad debe agradecer al gobierno, necesitado como nunca de píldoras de autoestima que compra a granel.
Mientras tanto, la política económica apenas respira bajo la losa fatídica de una nueva economía política inaugurada al calor del patético debate sobre las alzas de la gasolina y demás: la del nadie sabe, nadie supo, nadie sabrá. La irrelevancia como placebo.
Si el Presidente honró o no el pacto anticíclico del año pasado, o algún acuerdo de pasillo con la nomenclatura priísta, se responde con el expediente novísimo de que “no había de otra”. Si aquella política pudo en efecto salir al paso de la recesión se resuelve con el hubiera sido peor. Si se puede montar un rumbo de recuperación que asuma con claridad la gravedad de la situación social, y el compromiso del gobierno para encararla pronto y con firmeza, se resuelve con la convocatoria presidencial a soñar con días de gloria.
Lo que se vive, así, es un formidable desbarajuste en el mando del Estado y la erosión de la forma de hacer política económica y social que le heredó al panismo el priato tardío. Los chistoretes del secretario general de la OCDE no compensan sus advertencias ominosas sobre lo sinuoso y cansino de la recuperación, pero el gobierno opta por seguir con la fuga hacia adelante como manera de no acercarse demasiado a la realidad circundante.
La referida andanada de Felipe Calderón contra el “federalismo salvaje”, no hará sino mandar todavía más lejos la reflexión que urge hacer para acomodar las restricciones y alinear las nuevas prioridades que el alza de precios, temporal o no, y la realidad oprobiosa de la caída vertical de los niveles de vida de la mayoría, reclaman. Podemos suponer, sin conceder como enseñan los abogados, que el campo fiscal para endeudarse es estrecho, pero el comportamiento de los petroprecios habla de la posibilidad de un relativo relajamiento del cerco financiero y los cálculos sobre los fondos prestables en el mundo señalan capacidades de endeudamiento que ni las (des) calificadoras pueden desmentir.
Un examen preciso por parte del Congreso de lo que realmente ocurre con las cuentas del Estado, podría servir de antesala a una autocrítica nacional y de la coalición de facto que gobierna, sobre la conducción económica y social. Aferrarse a la versión vernácula del nefasto dicho de la señora Tatcher de que “no hay alternativa” (there is no alternative: tina), es condenar al país y al Estado a navegar sin instrumentos, sabiendo que lo que hay al frente son arrecifes, y mucha niebla.
Del “topen chivas” que inspiró el ajuste del presidente Miguel de la Madrid en los momentos más duros de los ochenta, transitamos ahora al “ahí se ven”, dirigido por igual a embajadores, empresarios, comunicadores, políticos, exégetas, si no se allanan a las convicciones y dogmas numantinos que el gobierno quiere hacer pasar como visiones estratégicas, ¡y valientes!
Todo fluye, pero sin mayor efecto, consecuencia, jerarquía. Del reino de la igualdad política prometido festivamente por el arribo de la democracia en caballo cristero, pasamos sin más a la estrategia de la irrelevancia administrada.
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