Las alianzas entre partidos políticos son parte de la normalidad de los sistemas electorales; en México están permitidas, por tanto reguladas en la ley desde hace décadas y fueron una constante en el viejo sistema. Recordemos que el PPS y el PARM, salvo en su etapa final, hacían suyas las candidaturas presidenciales del PRI (también para gobernadores) mediante la figura del candidato común; misma que en 1988 puso en jaque al partido dominante al posibilitar la creación del FDN y la postulación de Cuauhtémoc Cárdenas.
La novedad introducida en 2007 es que cada partido coaligado aparece en la boleta con su propio emblema, de tal forma que se sabe cuántos votos obtiene cada uno; la mayoría de las leyes locales han incorporado tal norma. Se trata, como han señalado algunos especialistas, de coaliciones con candidatura común, lo que significó un avance en beneficio de los electores.
La ley establece para las coaliciones requisitos formales, como tener un convenio y una plataforma común, celebrar reuniones de los órganos dirigentes, etcétera. No exige que los partidos que se coaligan tengan identidad ideológica, o que compartan una misma visión sobre los problemas y soluciones que plantean al electorado. Así es la ley.
A usted o a mí nos pueden gustar o no las coaliciones, los partidos que las integran y los candidatos que postulan, lo expresaremos al opinar y votar. Coaligarse no es asegurar el triunfo, como lo demuestran muchos casos, tanto en México como en otros países. Decir que un partido de izquierda no puede coaligarse con la derecha, que eso es "contra natura", que es "una vergüenza", que es "asqueroso" -como dijo un diputado del PRI- son expresiones retóricas, entendibles en la arena electoral, pero que no alteran un ápice la ley.
Por lo demás, el pragmatismo es signo común de los partidos mexicanos, de todos. No fue "asqueroso" -¿o sí?- que el PRI se haya coaligado con el PVEM en 2006, después de que este último le dio su respaldo al PAN y a Fox seis años antes; tampoco que el PRI busque el apoyo de la profesora Gordillo y su partido en donde lo requiere, o que el PRI y el PRD se hayan coaligado en Guanajuato hace unos meses.
Entiendo que si la debilidad es el signo del PRD y del PAN en la mayoría de los estados en que habrán de elegirse gobernadores este año, busquen juntarse para tener algún chance de competir, más allá de si el primero no reconoce como presidente a Calderón y el segundo detesta a López Obrador. De mi parte, prefiero ver las alianzas electorales entre partidos de diferente signo con los escépticos ojos que la experiencia me permite. Ante el pragmatismo, opto por conocer al candidato o candidata que la pretensa coalición busca postular, tomando distancia del coro mediático que, de manera casi histérica, se rasga las vestiduras por la pérdida de la virginal identidad partidista.
También entiendo que no es lo mismo tener al IFE como árbitro que enfrentar maquinarias caciquiles que han recuperado terreno local, donde han impuesto controles electorales que harían la envidia de Gonzalo N. Santos. Nuestra democracia sigue teniendo vastos territorios intocados, en los que sobreviven las prácticas de antaño, incluso reproducidas por gobernadores del PRD y del PAN. Por fortuna, de lo que no escapan esos cacicazgos es de la competencia final e inapelable del TEPJF.
En Chile, dos partidos de ideología opuesta, antaño irreconciliables, han gobernado durante dos décadas, acaban de perder. En Alemania, el anterior gobierno fue producto de la unidad de la socialdemocracia y el centro-derecha. En Guanajuato, Nicéforo Guerrero es alcalde gracias a la alianza del PRI con el PRD; en Chiapas dos gobernadores consecutivos surgieron de la coalición del PRD con el PAN. De todo hay en la viña electoral.
En materia de alianzas electorales los partidos se comportan como los llamados swingers, que llegan a una fiesta dispuestos a ligar e intercambiar pareja, sin preguntar por afinidades o ideas. Mientras sean mayores de edad, cada quien su gusto... y cada quien su voto.
La novedad introducida en 2007 es que cada partido coaligado aparece en la boleta con su propio emblema, de tal forma que se sabe cuántos votos obtiene cada uno; la mayoría de las leyes locales han incorporado tal norma. Se trata, como han señalado algunos especialistas, de coaliciones con candidatura común, lo que significó un avance en beneficio de los electores.
La ley establece para las coaliciones requisitos formales, como tener un convenio y una plataforma común, celebrar reuniones de los órganos dirigentes, etcétera. No exige que los partidos que se coaligan tengan identidad ideológica, o que compartan una misma visión sobre los problemas y soluciones que plantean al electorado. Así es la ley.
A usted o a mí nos pueden gustar o no las coaliciones, los partidos que las integran y los candidatos que postulan, lo expresaremos al opinar y votar. Coaligarse no es asegurar el triunfo, como lo demuestran muchos casos, tanto en México como en otros países. Decir que un partido de izquierda no puede coaligarse con la derecha, que eso es "contra natura", que es "una vergüenza", que es "asqueroso" -como dijo un diputado del PRI- son expresiones retóricas, entendibles en la arena electoral, pero que no alteran un ápice la ley.
Por lo demás, el pragmatismo es signo común de los partidos mexicanos, de todos. No fue "asqueroso" -¿o sí?- que el PRI se haya coaligado con el PVEM en 2006, después de que este último le dio su respaldo al PAN y a Fox seis años antes; tampoco que el PRI busque el apoyo de la profesora Gordillo y su partido en donde lo requiere, o que el PRI y el PRD se hayan coaligado en Guanajuato hace unos meses.
Entiendo que si la debilidad es el signo del PRD y del PAN en la mayoría de los estados en que habrán de elegirse gobernadores este año, busquen juntarse para tener algún chance de competir, más allá de si el primero no reconoce como presidente a Calderón y el segundo detesta a López Obrador. De mi parte, prefiero ver las alianzas electorales entre partidos de diferente signo con los escépticos ojos que la experiencia me permite. Ante el pragmatismo, opto por conocer al candidato o candidata que la pretensa coalición busca postular, tomando distancia del coro mediático que, de manera casi histérica, se rasga las vestiduras por la pérdida de la virginal identidad partidista.
También entiendo que no es lo mismo tener al IFE como árbitro que enfrentar maquinarias caciquiles que han recuperado terreno local, donde han impuesto controles electorales que harían la envidia de Gonzalo N. Santos. Nuestra democracia sigue teniendo vastos territorios intocados, en los que sobreviven las prácticas de antaño, incluso reproducidas por gobernadores del PRD y del PAN. Por fortuna, de lo que no escapan esos cacicazgos es de la competencia final e inapelable del TEPJF.
En Chile, dos partidos de ideología opuesta, antaño irreconciliables, han gobernado durante dos décadas, acaban de perder. En Alemania, el anterior gobierno fue producto de la unidad de la socialdemocracia y el centro-derecha. En Guanajuato, Nicéforo Guerrero es alcalde gracias a la alianza del PRI con el PRD; en Chiapas dos gobernadores consecutivos surgieron de la coalición del PRD con el PAN. De todo hay en la viña electoral.
En materia de alianzas electorales los partidos se comportan como los llamados swingers, que llegan a una fiesta dispuestos a ligar e intercambiar pareja, sin preguntar por afinidades o ideas. Mientras sean mayores de edad, cada quien su gusto... y cada quien su voto.
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