viernes, 29 de enero de 2010

SOBRE LAS FIESTAS DEL CENTENARIO

HERMILIO LÓPEZ-BASSOLS

¡Bienvenido a este mundo! Kian
Es mi propósito este año publicar, en la última colaboración del mes, un documento o una reflexión alusivos a las efemérides que celebramos. Inicio con un fragmento de unas "Notas" escritas en septiembre de 1910 por el ilustre veracruzano, Diódoro Batalla (1867-1911). Hijo del pueblo, de vendedor ambulante llegó a ser uno de los más vehementes enemigos de los científicos y de la reelección de Díaz. Amigo de los Flores Magón, sólido anticlerical, presidente de la Asociación Liberal Reformista -primer paso para la organización del pueblo después de la Reforma-, amigo de Díaz Mirón y Rubén Darío, Diputado en 1910, clarividente, denunció las amenazas del imperialismo yanqui ("All is well in Mexico", dijo el embajador de Estados Unidos, ¡diez días antes del inicio de la Revolución!), se le invitó a formar parte del primer gabinete de la Revolución y murió, al parecer, envenenado por los esbirros de la dictadura. Benito Juárez Maza se quedó a cargo de sus hijos, entre ellos mi abuela, mujer formidable, Doña Clementina Batalla.
El pueblo romano, que ocupa con fulgores de relámpago y resplandores de gloria páginas de las más hermosas de la historia mundial, tuvo época en que por proezas y por su dignidad, por su genio y su energía, mereció el título de Pueblo Rey, obteniendo la no igualada gloria de pasear sus victoriosos estandartes por todos los confines del mundo. Y dentro de su propio recinto, en la ciudad de las Siete Colinas, en el foro y en el circo, la voz augusta del pueblo, vencedor de pueblos, hacía oír su voluntad y ella circulaba por dondequiera que las legiones plantaban sus campamentos y por cualquier lugar donde los pro-cónsules hacían sentir su poderío...
Pero toda hoguera pierde su resplandor y todo Sol tiene su ocaso: los antecedentes gloriosos del Pueblo Rey fueron a morir como último movimiento de oleaje en las tiránicas atonías de los emperadores romanos, y los nobles alientos de la Francia republicana perdiéronse como luces débiles en los estrechos criterios de la restauración...
Y el Puelo Rey, renunciando a todas sus libertades, perdiendo todos sus privilegios, abdicando a todas sus dignidades, doblando su frente ante los emperadores, pedía con ahínco y con voz imperante "pan y circo", para ahogar con ellos sus recuerdos, para perder la memoria de las glorias idas, para no traer a la mente las victorias viejas, para olvidar los lustres de ayer con el regocijo de hoy. ¿Y en dónde están el "pan y el circo" para las fiestas próximas del Centenario? ¿Adónde irá el pueblo a depositar la humilde violeta en honor de Hidalgo en los venideros días de septiembre?
Ni pan ni circo: el programa del Centenario se reduce a la larga enumeración de banquetes que llevará a cabo en la metrópoli la falange aristocrática de los advenedizos. De los innumerables millones empleados en presentar ante los embajadores extranjeros un México convencional y ficticio, ¿qué hay para el pueblo sino oír a través de las rendijas el ruido armonioso de las copas de champagne?
En honor de los insurgentes se colocarán muchas primeras piedras; se celebrarán múltiples banquetes; la burocracia y la banca asistirán a ágapes innumerables, ¿y para el pueblo?... Nada, nada. ¿Qué iría a hacer la sotana raída del párroco de Dolores junto a las casacas rojas de los aristócratas?
¡Oh triste Centenario! ¡Oh Hidalgo, Padre de la Patria! A ti no te llegará más ofrenda sincera que la que del fondo de las cárceles te envíen los procesados políticos.
El pueblo metropolitano verá la Ciudad de México como un ascua de oro, contemplará melancólico el suntuoso desfile de los automóviles paseando por las calles de la capital exóticos uniformes y en el firmamento, como dos aguas atravesando las negruras del cielo, las torres de Catedral con sus millares de bujías, con su alumbrado fascinador, pero al resonar la humilde esquila de Dolores no entonará un cántico alegre precursor del alba, como el de los pájaros en el bosque; será más bien un doble a muerte, un triste acento o quizás las almas de fe robusta crean oír un nuevo llamamiento tras de cien años a nuevas luchas democráticas y tranquilas por una nueva Independencia.
Las fiestas del Centenario dejarán grata impresión en los que a ellas asistan, en los dos mil 500 invitados, según el criterio de los señores Fagoaga y Sierra Méndez, pero serán las siete vacas gordas del sueño faraónico. Ya vendrán las siete vacas flacas a la hora de recoger los trastos rotos y no olvidar el adagio: "baile y cochino, en la casa del vecino".

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