jueves, 28 de enero de 2010

LA IGLESIA Y EL MÁS ACÁ

RAÚL CARRANCÁ Y RIVAS
La Iglesia Católica puede sin duda abordar diversos temas correspondientes a la problemática actual, referirse a ellos. Sería absurdo pedirle que sólo se ciñera al más allá, dándole una interpretación equivocada a las palabras de Jesús: "Pero mi Reino no es de aquí, no es de este mundo" (Juan, 18-36). Sería absurdo ya que entre el más allá y el más acá hay una estrecha correlación: la Ciudad del Hombre conduce a la Ciudad de Dios. De acuerdo, pero esto no implica que la prédica eclesiástica vaya precisamente más allá de los límites del Estado laico e irrumpa en el espacio de toda la vida civil. El discurso de la Iglesia Católica ha de estar dirigido a los católicos. ¿Por qué le cuesta al clero, o a cierto clero, tanto trabajo entenderlo? Es un absurdo pretender que ese discurso tenga como destinatario a todo el cuerpo social, lo que es desconocer la libertad de conciencia de cada individuo, o sea, la libertad religiosa. El discurso católico puede estar allí, con la resonancia que se quiera, pero nunca como discurso impositivo sino propositivo. Si me convence lo acepto, lo tomo, y si no lo dejo. La Iglesia Católica merece el mayor respeto, igual que las otras iglesias. Sin embargo lo inaceptable es que se confundan los términos. ¿Por qué erosionar las capas más finas de la sociedad civil? Los católicos no deben aceptar los matrimonios homosexuales, ni que en estos se dé la adopción, ni aceptar tampoco el aborto. Pero traspasar las fronteras del catolicismo y oponerse al laicismo constitucional es de plano retar al Estado de Derecho, entremeterse en sus atribuciones. En el caso la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México hizo lo que hizo de acuerdo con sus facultades. ¿No nos parece, no nos gusta? Hay medios de expresar la inconformidad (por ejemplo, una acción de inconstitucionalidad, que yo aconsejo con base en mi ideología). Hasta allí. Olvidan ciertos sectores del alto clero mexicano que guste o no somos parte de una cultura cristiana o, dicho de otra manera, estamos integrados a la cultura occidental cristiana, que no específicamente católica. Lo que significa que nos ha permeado una serie muy rica de valores que ya son parte de nuestra conciencia colectiva. El resto, el afiliarse a una determinada iglesia, le corresponde a cada persona en uso de su libertad y convicciones. ¿Por qué aferrarse a un pasado impositivo? A mi juicio esto riñe incluso con el espíritu de la verdadera evangelización, que es la prédica de la fe en Jesucristo y de las virtudes cristianas. La prédica, nunca la imposición.
Ahora bien, no es el momento en México de enfrentamientos religiosos, siempre matizados de política y particularmente en los tiempos actuales. La Iglesia Católica tiene su espacio propio y lo debe seguir teniendo. No hay que perder de vista que cuando el artículo 24 de la Constitución garantiza la libertad de creencias religiosas y de culto, parte del supuesto de que hay sitios para expresar o manifestar esas creencias y celebrarlas junto con su culto. El propio texto se refiere a los templos. Y al templo no se va o no se debe ir a la fuerza, bajo presión moral, sino por convicción. No obstante somos un Estado laico que conforme a lo prescrito en el artículo 130 constitucional se sustenta en el principio histórico de la separación del Estado y las iglesias. Está muy claro, ¿por qué torcerlo o forzarlo? Lo que hay que hacer es insistir en que los límites ya están claramente fijados, repetirlo una y mil veces la Iglesia Católica, los partidos, los políticos, los creyentes, los laicos y los ateos. No hay otro camino. Yo puedo leer, por ejemplo, en estas mismas páginas un magnífico artículo religioso, meditarlo, aceptarlo o rechazarlo. Esa es la clase de libertad que requerimos en México. Por eso mismo no hay que dejarse llevar por el engaño. Cada quien su fe, su iglesia, sus creencias personales. La Iglesia Católica puede y debe hablar sobre cualquier tema. Es su derecho, como el de la sociedad mexicana aceptarlo o no. Y que al hacerlo la Iglesia se constriña a sus límites porque no tiene en cambio el derecho de tildar de inmorales y demás apelativos denigrantes a los que no comparten su fe y sus creencias. El derecho de disensión de la Iglesia no debe querer permear, modificar o alterar las decisiones de los órganos y organismos del Estado. Es como si uno quisiera que todos fueran abogados, o arquitectos, o médicos. ¿Por qué? Otra cosa es ensalzar las virtudes de mi profesión. Hasta allí.
En efecto, hay un hasta allí, un más allá y un más acá. ¿Por qué no buscar el sincretismo entre los tres? Son conciliables a condición de no caer en la tentación -¿será pecado?- de la soberbia que desplaza lo ajeno en exaltación indecorosa de lo propio.

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