La elección intermedia de 2009, con nueva legislación, dejó claro que el triunfador se decide en las trincheras; en las llamadas campañas de promoción del voto, que en muchos casos se transforman en operativos de compra y coacción del voto, con el decidido apoyo de los Gobiernos estatales, que inyectan recursos (efectivo y personal) a sus respectivos institutos políticos, pero que también implementan "oportunas" políticas públicas populistas (como el Metro y el agua gratis durante dos meses, del Gobierno de Nuevo León) que se traducen en votos para los candidatos de sus partidos.
Por eso es importante el resultado de las 12 gubernaturas que estarán en juego el domingo 4 de julio de este año, pues si el PRI logra conservar las nueve entidades que actualmente gobierna (Chihuahua, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Sinaloa, Tamaulipas y Veracruz) y arrebatarle Aguascalientes y/o Tlaxcala al PAN y/o Zacatecas al PRD, estará en inmejorable posición para aprestarse a recuperar la Presidencia en 2012; pero en cambio, si PAN y PRD logran mantener sus estados y arrebatarle alguna o las tres gubernaturas que estuvieron a punto de ganar en 2004 (Oaxaca, Sinaloa y Veracruz), le habrán asestado un severo golpe a sus aspiraciones.
Los tres principales contendientes saben que su éxito o fracaso depende, en buena medida, de cómo resuelven sus procesos de elección interna. El PRI ya mostró que repetirá la estrategia que tan buen resultado le dio en 2009: en las entidades que gobiernan, al margen del procedimiento formal, siempre llega un candidato único, que cuenta con el respaldo del gobernador en turno.
Los otros dos partidos, saben que tienen que cambiar. El PRD ya acordó, incluso a nivel de Diálogo por la Reconstrucción de México (Dia) -organización que sustituyó al Frente Amplio Progresista (FAP)-, designar candidato al aspirante que resulte mejor posicionado de acuerdo a encuestas previamente consensuadas. Trata de asegurar las coaliciones entre los tres partidos: PRD, PT y Convergencia. Al menos en el caso de Oaxaca ya se concretó con Gabino Cué, como candidato.
Mientras tanto en el PAN todo indica que dejarán atrás el dedazo presidencial, que tanto daño les hizo en Yucatán, Querétaro y San Luis Potosí, las tres entidades cuyas gubernaturas han perdido en lo que va del presente sexenio. De acuerdo a lo que declaran los dirigentes estatales en Sinaloa y Chihuahua, incluso están pensando en recurrir a procesos de selección abierta a todo el electorado.
Pero además de ello (de acuerdo a lo publicado en El Universal en su edición del sábado 16 de enero) el secretario general adjunto del Comité Ejecutivo Nacional del PAN, Alfredo Rivadeneyra, irá en coalición con la izquierda en Oaxaca, Puebla y Sinaloa. Rivadeneyra advirtió que todavía hay procesos formales internos que concretar y completar, pero de acuerdo a las circunstancias estatales todo indica que sí se dan esas tres alianzas.
En sentido estricto las tres son adhesiones a favor de un puntero indiscutible. En el caso de Oaxaca, el PAN se adhiere a la candidatura de Cué, que además de encabezar las preferencias electorales entre la Oposición, es muy cercano al ex gobernador Diódoro Carrasco, que fue diputado por el blanquiazul en la pasada legislatura. En Sinaloa y Puebla, de concretarse las alianzas, la izquierda apoyará la selección blanquiazul. En Oaxaca y Sinaloa, la decisión puede ser la clave para conseguir finalmente la tan anhelada alternancia en el Ejecutivo estatal; en Puebla, la posibilidad parece más remota, pero seguramente los partidos coaligados apuestan a repetir el fenómeno de 2006, cuando en la elección presidencial relegaron al PRI a la tercera fuerza electoral.
Realmente los acuerdos no representan ningún costo para los adherentes, porque de antemano saben que sus abanderados se desplomarían a un lejano tercer lugar y lo único que lograrían, eventualmente, es con el porcentaje de votos que cosechen impedir la caída del tricolor. Tampoco representa mayor costo para el partido líder, pues hay un reconocimiento previo e indiscutible de su primacía y, por lo mismo, no hay mayores exigencias en caso de conseguir el triunfo.
En contrapartida, los beneficios sí pueden ser relevantes con miras a la sucesión presidencial de 2012, pues significa despojar al tricolor de sus reservas tradicionales de votos, pero también empezaría a cambiar la percepción de que el PRI está de regreso y es imparable.
De acuerdo a los resultados más recientes y las encuestas de preferencia electoral, el PRI tiene la posibilidad real de quedarse con 11 de las 12 gubernaturas, la única que no parece viable en estos momentos es Tlaxcala, pero no hay que perder de vista que Beatriz Paredes, actual dirigente nacional, fue precisamente gobernadora de ese estado; pero de acuerdo a lo sucedido hace seis años, también puede derrumbarse y quedarse únicamente con cinco o seis, de las nueve que actualmente tiene.
En 2009 nadie (ni los más avezados encuestadores) preveían que el PRI perdiera Sonora y el PAN, Querétaro y, sin embargo, así sucedió. En 2010 la moneda está en el aire y las posibilidades son extremas: pueden consolidarse los derrumbes del PRD y el PAN y el fortalecimiento del PRI; o, al contrario, concretarse el resurgimiento de los blanquiazules y la izquierda y los tricolores regresar a su paulatino, pero constante, declive (que está presente desde 1996, con la única excepción de 2009).
Los tres principales contendientes saben que su éxito o fracaso depende, en buena medida, de cómo resuelven sus procesos de elección interna. El PRI ya mostró que repetirá la estrategia que tan buen resultado le dio en 2009: en las entidades que gobiernan, al margen del procedimiento formal, siempre llega un candidato único, que cuenta con el respaldo del gobernador en turno.
Los otros dos partidos, saben que tienen que cambiar. El PRD ya acordó, incluso a nivel de Diálogo por la Reconstrucción de México (Dia) -organización que sustituyó al Frente Amplio Progresista (FAP)-, designar candidato al aspirante que resulte mejor posicionado de acuerdo a encuestas previamente consensuadas. Trata de asegurar las coaliciones entre los tres partidos: PRD, PT y Convergencia. Al menos en el caso de Oaxaca ya se concretó con Gabino Cué, como candidato.
Mientras tanto en el PAN todo indica que dejarán atrás el dedazo presidencial, que tanto daño les hizo en Yucatán, Querétaro y San Luis Potosí, las tres entidades cuyas gubernaturas han perdido en lo que va del presente sexenio. De acuerdo a lo que declaran los dirigentes estatales en Sinaloa y Chihuahua, incluso están pensando en recurrir a procesos de selección abierta a todo el electorado.
Pero además de ello (de acuerdo a lo publicado en El Universal en su edición del sábado 16 de enero) el secretario general adjunto del Comité Ejecutivo Nacional del PAN, Alfredo Rivadeneyra, irá en coalición con la izquierda en Oaxaca, Puebla y Sinaloa. Rivadeneyra advirtió que todavía hay procesos formales internos que concretar y completar, pero de acuerdo a las circunstancias estatales todo indica que sí se dan esas tres alianzas.
En sentido estricto las tres son adhesiones a favor de un puntero indiscutible. En el caso de Oaxaca, el PAN se adhiere a la candidatura de Cué, que además de encabezar las preferencias electorales entre la Oposición, es muy cercano al ex gobernador Diódoro Carrasco, que fue diputado por el blanquiazul en la pasada legislatura. En Sinaloa y Puebla, de concretarse las alianzas, la izquierda apoyará la selección blanquiazul. En Oaxaca y Sinaloa, la decisión puede ser la clave para conseguir finalmente la tan anhelada alternancia en el Ejecutivo estatal; en Puebla, la posibilidad parece más remota, pero seguramente los partidos coaligados apuestan a repetir el fenómeno de 2006, cuando en la elección presidencial relegaron al PRI a la tercera fuerza electoral.
Realmente los acuerdos no representan ningún costo para los adherentes, porque de antemano saben que sus abanderados se desplomarían a un lejano tercer lugar y lo único que lograrían, eventualmente, es con el porcentaje de votos que cosechen impedir la caída del tricolor. Tampoco representa mayor costo para el partido líder, pues hay un reconocimiento previo e indiscutible de su primacía y, por lo mismo, no hay mayores exigencias en caso de conseguir el triunfo.
En contrapartida, los beneficios sí pueden ser relevantes con miras a la sucesión presidencial de 2012, pues significa despojar al tricolor de sus reservas tradicionales de votos, pero también empezaría a cambiar la percepción de que el PRI está de regreso y es imparable.
De acuerdo a los resultados más recientes y las encuestas de preferencia electoral, el PRI tiene la posibilidad real de quedarse con 11 de las 12 gubernaturas, la única que no parece viable en estos momentos es Tlaxcala, pero no hay que perder de vista que Beatriz Paredes, actual dirigente nacional, fue precisamente gobernadora de ese estado; pero de acuerdo a lo sucedido hace seis años, también puede derrumbarse y quedarse únicamente con cinco o seis, de las nueve que actualmente tiene.
En 2009 nadie (ni los más avezados encuestadores) preveían que el PRI perdiera Sonora y el PAN, Querétaro y, sin embargo, así sucedió. En 2010 la moneda está en el aire y las posibilidades son extremas: pueden consolidarse los derrumbes del PRD y el PAN y el fortalecimiento del PRI; o, al contrario, concretarse el resurgimiento de los blanquiazules y la izquierda y los tricolores regresar a su paulatino, pero constante, declive (que está presente desde 1996, con la única excepción de 2009).
No hay comentarios:
Publicar un comentario