Es natural que, tras una caída tan drástica del Producto Interno Bruto como la que registró el año pasado la economía mexicana, el ritmo de la desaceleración productiva se modere y que, incluso, haya cierta recuperación. Pero esas señales lejos estarán de anunciar el fin de la crisis y, mucho menos aún, de los perniciosos efectos sociales de la misma a pesar de que en el discurso oficial se apueste por las buenas nuevas con la misma fe con que se viene anunciando, de forma sistemática y a lo largo de los últimos 15 meses, que lo peor ya quedó atrás.
Para empezar, habrá que atender a indicadores económicos reales, pues finalmente la crisis está afectando sobre todo a la calidad de vida de las familias, por lo que las cifras nominales en todo caso complementan lo que importa: el ingreso y el empleo de la gente. En este sentido, la última cifra proporcionada por el INEGI nos dijo que para el tercer trimestre de 2009 alcanzamos cerca de tres millones de desempleados abiertos (dos millones 925 mil), es decir, un millón más que al cerrar 2008. Nunca habíamos generado tantos desempleados tan rápido. Cada uno de esos desempleados es un drama individual, con extensión al grupo familiar, que no puede dejar de considerarse como relevante porque hay quien otea ciertas "señales" de que la economía va mejor.
Es indispensable atender al tema del desempleo porque está evidenciando destrucción productiva y desaprovechamiento de las capacidades de cientos de miles de trabajadores calificados, que ya habían sido recibidos en el mercado de trabajo, acumulado experiencia, y que ahora se encuentran excluidos de la posibilidad de contribuir a generar riqueza para el país y de llevar ingreso y sustento a los suyos. De hecho, de los casi tres millones de desempleados que se reconocen oficialmente en el país, sólo 273 mil, menos de la décima parte, no cuentan con experiencia laboral previa. Asimismo, la caída del número de afiliados al Instituto Mexicano del Seguro Social durante 2009 implica que buena parte de los empleos de la mejor calidad se perdieron, y que el desempleo dejó de hacer distingos por perfil educativo y ahora se ceba también sobre los individuos y familias que más invirtieron en su "capital humano". Para noviembre de 2009 había afiliados al IMSS 400 mil trabajadores permanentes menos que los que se alcanzaron en octubre de 2008, antes del inicio de la crisis.
Desde el gobierno se ha llegado a argumentar que la tasa de desempleo mexicana, con todo, es menor a la de países desarrollados. Sin embargo, una primera diferencia gruesa consiste en que aquí no hay protección al desempleo (en España, por ejemplo, si bien ha crecido el número de desempleados de manera acelerada con la crisis, hoy son menos los españoles desocupados sin ningún tipo de ingreso a través de los programas públicos que los que había antes del inicio de la crisis). Pero además, nuestra tasa de desempleo es baja sólo en apariencia. Si se profundiza un poco más y se compara el número de desempleados abiertos (oficiales) con el número de trabajadores afiliados a la seguridad social, nuestra tasa de desempleo formal (desempleados formales —2.9 millones— sobre ocupados formales —14.2 millones—) es del 20 por ciento (leyó usted bien, veinte por ciento). Esto quiere decir que hay un desempleado por cada cinco trabajadores en pleno goce de sus derechos laborales. Una de las cifras históricas más altas del mundo e, insisto, sin que existan redes de seguridad social para garantizar el ingreso de las familias cuyos trabajadores son echados a la calle o cuyos negocios han quebrado.
Una de las razones por las que la tasa de desempleo es en apariencia baja es porque, tradicionalmente, estar desocupado es un lujo que muy pocos pueden darse. Así, las personas que no tienen ahorros, ni apoyo familiar, y no encuentran empleo, se vuelcan a la informalidad para asegurar algún tipo de ingreso. Eso hace que el número oficial de "ocupados" sea alto aunque en realidad sea gente sin un empleo propiamente dicho ni en los términos que prevén la Constitución y la Ley Federal del Trabajo. No obstante, en la actual coyuntura las posibilidades de encontrar ocupación en el sector informal también se achican: hay un límite para el número de vendedores ambulantes, cuidadores de coches, lavadoras de ropa ajena, etcétera, sobre todo si quienes les compran los bienes o requieren de sus servicios también han visto caer su ingreso. Para decirlo en una palabra, la economía informal también depende del crecimiento económico y ante la ausencia de éste las actividades informales pueden extenderse, pero con un límite al que podemos haber llegado ya.
Empleo no hay y buenos salarios tampoco. El bochornoso incremento del salario mínimo aprobado a final de 2009 resulta, en términos reales, negativo (esto es, descontando el incremento de precios). Eso en particular si se toma en cuenta la dinámica de los bienes básicos y del bien salario por excelencia, que son los alimentos. Además, como el salario mínimo sirve como indicador o como ancla para fijar los salarios medios de la economía, la masa salarial total en el país continuará contrayéndose.
Con estos datos, dudo que algún televidente fuese persuadido por la idea de que "vamos en el camino correcto" como pretende el presidente Calderón.
Para empezar, habrá que atender a indicadores económicos reales, pues finalmente la crisis está afectando sobre todo a la calidad de vida de las familias, por lo que las cifras nominales en todo caso complementan lo que importa: el ingreso y el empleo de la gente. En este sentido, la última cifra proporcionada por el INEGI nos dijo que para el tercer trimestre de 2009 alcanzamos cerca de tres millones de desempleados abiertos (dos millones 925 mil), es decir, un millón más que al cerrar 2008. Nunca habíamos generado tantos desempleados tan rápido. Cada uno de esos desempleados es un drama individual, con extensión al grupo familiar, que no puede dejar de considerarse como relevante porque hay quien otea ciertas "señales" de que la economía va mejor.
Es indispensable atender al tema del desempleo porque está evidenciando destrucción productiva y desaprovechamiento de las capacidades de cientos de miles de trabajadores calificados, que ya habían sido recibidos en el mercado de trabajo, acumulado experiencia, y que ahora se encuentran excluidos de la posibilidad de contribuir a generar riqueza para el país y de llevar ingreso y sustento a los suyos. De hecho, de los casi tres millones de desempleados que se reconocen oficialmente en el país, sólo 273 mil, menos de la décima parte, no cuentan con experiencia laboral previa. Asimismo, la caída del número de afiliados al Instituto Mexicano del Seguro Social durante 2009 implica que buena parte de los empleos de la mejor calidad se perdieron, y que el desempleo dejó de hacer distingos por perfil educativo y ahora se ceba también sobre los individuos y familias que más invirtieron en su "capital humano". Para noviembre de 2009 había afiliados al IMSS 400 mil trabajadores permanentes menos que los que se alcanzaron en octubre de 2008, antes del inicio de la crisis.
Desde el gobierno se ha llegado a argumentar que la tasa de desempleo mexicana, con todo, es menor a la de países desarrollados. Sin embargo, una primera diferencia gruesa consiste en que aquí no hay protección al desempleo (en España, por ejemplo, si bien ha crecido el número de desempleados de manera acelerada con la crisis, hoy son menos los españoles desocupados sin ningún tipo de ingreso a través de los programas públicos que los que había antes del inicio de la crisis). Pero además, nuestra tasa de desempleo es baja sólo en apariencia. Si se profundiza un poco más y se compara el número de desempleados abiertos (oficiales) con el número de trabajadores afiliados a la seguridad social, nuestra tasa de desempleo formal (desempleados formales —2.9 millones— sobre ocupados formales —14.2 millones—) es del 20 por ciento (leyó usted bien, veinte por ciento). Esto quiere decir que hay un desempleado por cada cinco trabajadores en pleno goce de sus derechos laborales. Una de las cifras históricas más altas del mundo e, insisto, sin que existan redes de seguridad social para garantizar el ingreso de las familias cuyos trabajadores son echados a la calle o cuyos negocios han quebrado.
Una de las razones por las que la tasa de desempleo es en apariencia baja es porque, tradicionalmente, estar desocupado es un lujo que muy pocos pueden darse. Así, las personas que no tienen ahorros, ni apoyo familiar, y no encuentran empleo, se vuelcan a la informalidad para asegurar algún tipo de ingreso. Eso hace que el número oficial de "ocupados" sea alto aunque en realidad sea gente sin un empleo propiamente dicho ni en los términos que prevén la Constitución y la Ley Federal del Trabajo. No obstante, en la actual coyuntura las posibilidades de encontrar ocupación en el sector informal también se achican: hay un límite para el número de vendedores ambulantes, cuidadores de coches, lavadoras de ropa ajena, etcétera, sobre todo si quienes les compran los bienes o requieren de sus servicios también han visto caer su ingreso. Para decirlo en una palabra, la economía informal también depende del crecimiento económico y ante la ausencia de éste las actividades informales pueden extenderse, pero con un límite al que podemos haber llegado ya.
Empleo no hay y buenos salarios tampoco. El bochornoso incremento del salario mínimo aprobado a final de 2009 resulta, en términos reales, negativo (esto es, descontando el incremento de precios). Eso en particular si se toma en cuenta la dinámica de los bienes básicos y del bien salario por excelencia, que son los alimentos. Además, como el salario mínimo sirve como indicador o como ancla para fijar los salarios medios de la economía, la masa salarial total en el país continuará contrayéndose.
Con estos datos, dudo que algún televidente fuese persuadido por la idea de que "vamos en el camino correcto" como pretende el presidente Calderón.
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