Las perspectivas para el lugar de México en el mundo durante el año que se inicia no son prometedoras. Hay muchas cuestas que remontar y pocos apoyos para subirlas. Vale la pena, sin embargo, reflexionar sobre lo que podría ayudar y los costos de no lograrlo. El tiempo se acaba; México se queda atorado o logra colocarse, al menos, a la mitad del camino. Lo primero es levantar la estima por México ante la opinión pública nacional e internacional. El país tiene una imagen crecientemente negativa ante propios y extraños. Imposible ocultar los hechos dolorosos que la propician: la violencia, la corrupción, los retrocesos, la pobreza que aumenta, la economía que no crece, el sistema político que no funciona. En consecuencia, la autoestima anda muy baja. Las encuestas nos dicen que los mexicanos tienen una pobre opinión del presente y esperan poco del futuro. Según la encuesta Mitofsky, al finalizar el 2009 los mexicanos coinciden en que la economía es peor que hace un año; en que la política está en esas mismas condiciones; en que la inseguridad ha empeorado. En resumen, se presentan “con un ánimo muy deteriorado, evaluando su situación en mal momento, con bajas expectativas y autoevaluaciones negativas”. México trasmite al exterior ese malestar que se apodera del país. Para mejorar la imagen externa se requerirían logros internos, y esto no se alcanzará con los discursos televisivos del presidente prometiendo un futuro mejor. Sin embargo, algo podría mejorar con una buena política de comunicación, bien pensada, capaz de detectar cómo y con qué instrumentos lograr que la visión de México no esté dominada por el desánimo y la violencia. Poca esperanza queda cuando vemos la imagen que recorrió el mundo sobre la captura de un famoso narcotraficante. Cuando las fuerzas del orden adoptan actitudes similares a las del crimen organizado en su forma de capturar y agraviar, lo que se obtiene no es un sentimiento de orgullo por los fines alcanzados, sino un motivo de horror por lo que está pasando. Ahora bien, existen otras formas de comunicación que ya no dependen del profesionalismo de las gentes del gobierno, sino de una nueva generación de comunicadores y creadores de redes sociales, la cual está surgiendo acompañada de las nuevas tecnologías. Ya no sabemos qué importa más, si los comunicados de la Presidencia, el noticiario de Televisa o los mensajes por Twitter en que participan millones de usuarios de internet. ¿Serán ellos quienes mayormente decidan sobre la imagen de México? En el año que se inicia, México tiene oportunidad de colocar en el centro de la agenda otros temas y preocupaciones para mejorar, con ello, su mala imagen. Todo dependerá de cómo se haga y cómo se informe al respecto. Un tema es la reforma de las instituciones políticas. Existe la opinión generalizada de que éstas funcionan mal, los ciudadanos no quieren a los partidos políticos, están desilusionados de la democracia, tienen pésima opinión de sus representantes, piensan acertadamente que la transición hacia la democracia en México se pasmó. La discusión sobre la reforma política que Felipe Calderón ha puesto sobre la mesa, pero que está en el aire desde hace muchos años por parte de numerosas fuerzas políticas, es algo que puede hacer remontar los ánimos, una oportunidad de lograr acuerdos, de mostrar que es posible mejorar, conciliar, opinar sin violencia, debatir y sentirse, al fin, orgullosos de dar un paso adelante. Se trata de negociaciones difíciles pero no imposibles. Todo depende de que los liderazgos políticos tomen conciencia de la urgencia de tener mejor gobernabilidad, y de que la ciudadanía logre incidir en llevar por buen camino los debates. Sin lugar a dudas, o al menos así lo espero, los twiteros desempeñarán un papel importante. En los asuntos internacionales México tendrá un fuerte desafío que vencer al celebrarse aquí en el mes de noviembre la próxima conferencia mundial sobre cambio climático. Copenhague dejó muchas enseñanzas sobre las enormes responsabilidades del gobierno anfitrión desde la perspectiva de la buena diplomacia y de la actuación de las fuerzas del orden público. Los diplomáticos mexicanos tendrán gran responsabilidad en todos los preparativos: decidir la integración de grupos de contacto; promover el equilibrio entre la diplomacia de eficiencia inmediata, que decide entre pocos, y la participación plural y amplia propia de cualquier conferencia de Naciones Unidas; redactar documentos de trabajo claves, y, desde luego, organizar toda la logística de buen funcionamiento y seguridad que supone una conferencia mundial. Por otra parte, las fuerzas del orden tienen que estar preparadas para la presencia de la sociedad civil organizada, a veces en salones de discusión, otras en las calles, otras ante los funcionarios gubernamentales. La democracia danesa no salió bien parada de esta conferencia. La brutalidad de sus fuerzas del orden, los arrestos poco justificados, la imprevisión sobre los espacios que requerían las ONG, dejaron mala impresión de un país que, normalmente, hubiese obtenido una alta calificación por su sistema democrático y el funcionamiento de su seguridad. Para México esa conferencia es un gran reto. Junto con muchos otros temas del ámbito internacional, al finalizar el 2010 tendrá motivos para pensar que en algo pudo remontar la cuesta, o que acabó hundiéndose en el camino.
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