Desde hace cuatro meses se presenta en el Teatro “El Milagro”, en la ciudad de México, —con Gabriel Pascal y Daniel Giménez Cacho—, una serie de mesas redondas sobre las celebraciones que en este 2010 tendrán su mayor espacio de discusión. Al conmemorarse 200 años de la Independencia y 100 años de la Revolución, estos personajes lanzaron una provocación: ¿Qué celebramos?
Estoy de acuerdo con preguntarnos, ¿cuál es la significación para la Nación de estos dos movimientos sociales revolucionarios? ¿Qué dimensión daremos a las celebraciones? ¿Es posible que bajo las actuales condiciones políticas y económicas se engendre un nuevo estallido social?
Las celebraciones abren la oportunidad para que los historiadores nos ayuden a una comprensión más humana, racional y precisa de nuestra historia. Lo que sólo con la distancia del tiempo se puede realizar, sin apasionamiento de los bandos, sin el mesianismo con que hemos esperado al líder político de cada época, sin los mitos y las leyendas en torno de actores tan simples y trascendentes a la vez, que al endiosarlos los hemos sacado de contexto y se nos ha negado la enseñanza esencial: el hombre es él y su circunstancia.
Una buena desmitificación, quizá humanización del santoral patriótico y sus reales aportaciones es lo que se necesita para evaluar lo celebrado. No sólo sacar a los héroes del sentido casi religioso en que la historia los ha colocado, sino en un sentido también de rectificación. Muchas batallas y gestas, ni fueron todo lo victoriosas que se dice, ni fueron del todo épicas, y en esa magnificación se ha dejado de observar a las contrapartes, a los derrotados y los vencidos. Ni siquiera se reconoce que a los grandes liberales del siglo antepasado les enfrentaron grandes conservadores y, por ello, el debate fue nutrido y duradero.
Una primera y urgente forma de celebración es pues, ésta de evaluar objetivamente nuestro paso por la historia: reconocer avances, logros, pero también retardos y letargos en muchas de las instituciones que para la modernidad pensaron los independentistas y luego los revolucionarios.
Luego creo que ha de venir una segunda forma de celebración, una especie de ajuste de cuentas políticas, literalmente de saldos y deudas históricas con los postulados de las dos revoluciones centenarias, una revisión de conceptos, instituciones y distribución de competencias que a la luz del desarrollo político, social y económico ya no libran la batalla del tiempo.
Sobre todo la política, debiera empeñarse por realizar un análisis objetivo, crítico y constructivo a la vez de nuestro pasado histórico y su legado a nuestros días, una evaluación sincera de qué Nación somos, qué nos falta para ser auténtica República, qué tipo de democracia tenemos y cuál realmente queremos, qué debiéramos hacer para lograr que el sistema político sea representativo del pueblo soberano que titularon las Constituciones de 1824 y la de 1917.El Presidente de la República ha insistido en que el 2010 será el año del cambio. Lo dice con algarabía. En principio puede resultar hasta grotesco que él anuncie, tras nueve años de gobiernos del PAN, que ha llegado la hora de acometer las grandes transformaciones que el país necesita, ahora que menos posibilidades tenemos en el Congreso federal, sobre todo por la nueva mayoría que gobierna la Cámara de Diputados en manos de la coalición conformada por el PRI y la Tele-bancada del Partido Verde. Pero es indiscutible que ese impulso a un determinado paquete de reformas puede ser un gran punto de partida, si en efecto, está dispuesto a dialogar e ir convenciendo a los legisladores. Recorrer el país, explicando el detonante de cambios mayores que significarían las modificaciones constitucionales.
De hecho la iniciativa del Presidente sobre reelección de legisladores, iniciativa ciudadana, candidaturas independientes, referéndum en materia constitucional, así como la segunda vuelta electoral, entre otras cuestiones, propone iniciar un debate sobre cómo fortalecer las instituciones “que nos ha legado nuestra historia, sin renunciar a ellas en aras de experimentos inciertos”.
Una nueva Constitución, o una reforma integral sería una celebración de lujo. Pero ante la falta de clase política dispuesta a una empresa de este tamaño, debiéramos buscar por lo menos reformas que impulsen otros cambios, o detonen reformas sucesivas que obliguen a la revisión del régimen político. Necesitamos asegurar mayor eficacia de nuestra democracia, precisamente para lo que está pensada en la independencia y soberanía: para la justicia y en la libertad.
De no entrarle a una reflexión crítica de las herencias y las asignaturas pendientes de nuestras dos revoluciones, la sola recordación tensará más el ambiente social, que si bien no se desenvuelve en las condiciones para un levantamiento armado, sí atraviesa un desánimo preocupante y a la vez una creciente decepción. Hay que procurar que la inconformidad se vuelva participación, y no irritación social. De la evaluación objetiva que hagamos de nuestros centenarios, dependerán las acciones que tomemos para festejarlos.
Estoy de acuerdo con preguntarnos, ¿cuál es la significación para la Nación de estos dos movimientos sociales revolucionarios? ¿Qué dimensión daremos a las celebraciones? ¿Es posible que bajo las actuales condiciones políticas y económicas se engendre un nuevo estallido social?
Las celebraciones abren la oportunidad para que los historiadores nos ayuden a una comprensión más humana, racional y precisa de nuestra historia. Lo que sólo con la distancia del tiempo se puede realizar, sin apasionamiento de los bandos, sin el mesianismo con que hemos esperado al líder político de cada época, sin los mitos y las leyendas en torno de actores tan simples y trascendentes a la vez, que al endiosarlos los hemos sacado de contexto y se nos ha negado la enseñanza esencial: el hombre es él y su circunstancia.
Una buena desmitificación, quizá humanización del santoral patriótico y sus reales aportaciones es lo que se necesita para evaluar lo celebrado. No sólo sacar a los héroes del sentido casi religioso en que la historia los ha colocado, sino en un sentido también de rectificación. Muchas batallas y gestas, ni fueron todo lo victoriosas que se dice, ni fueron del todo épicas, y en esa magnificación se ha dejado de observar a las contrapartes, a los derrotados y los vencidos. Ni siquiera se reconoce que a los grandes liberales del siglo antepasado les enfrentaron grandes conservadores y, por ello, el debate fue nutrido y duradero.
Una primera y urgente forma de celebración es pues, ésta de evaluar objetivamente nuestro paso por la historia: reconocer avances, logros, pero también retardos y letargos en muchas de las instituciones que para la modernidad pensaron los independentistas y luego los revolucionarios.
Luego creo que ha de venir una segunda forma de celebración, una especie de ajuste de cuentas políticas, literalmente de saldos y deudas históricas con los postulados de las dos revoluciones centenarias, una revisión de conceptos, instituciones y distribución de competencias que a la luz del desarrollo político, social y económico ya no libran la batalla del tiempo.
Sobre todo la política, debiera empeñarse por realizar un análisis objetivo, crítico y constructivo a la vez de nuestro pasado histórico y su legado a nuestros días, una evaluación sincera de qué Nación somos, qué nos falta para ser auténtica República, qué tipo de democracia tenemos y cuál realmente queremos, qué debiéramos hacer para lograr que el sistema político sea representativo del pueblo soberano que titularon las Constituciones de 1824 y la de 1917.El Presidente de la República ha insistido en que el 2010 será el año del cambio. Lo dice con algarabía. En principio puede resultar hasta grotesco que él anuncie, tras nueve años de gobiernos del PAN, que ha llegado la hora de acometer las grandes transformaciones que el país necesita, ahora que menos posibilidades tenemos en el Congreso federal, sobre todo por la nueva mayoría que gobierna la Cámara de Diputados en manos de la coalición conformada por el PRI y la Tele-bancada del Partido Verde. Pero es indiscutible que ese impulso a un determinado paquete de reformas puede ser un gran punto de partida, si en efecto, está dispuesto a dialogar e ir convenciendo a los legisladores. Recorrer el país, explicando el detonante de cambios mayores que significarían las modificaciones constitucionales.
De hecho la iniciativa del Presidente sobre reelección de legisladores, iniciativa ciudadana, candidaturas independientes, referéndum en materia constitucional, así como la segunda vuelta electoral, entre otras cuestiones, propone iniciar un debate sobre cómo fortalecer las instituciones “que nos ha legado nuestra historia, sin renunciar a ellas en aras de experimentos inciertos”.
Una nueva Constitución, o una reforma integral sería una celebración de lujo. Pero ante la falta de clase política dispuesta a una empresa de este tamaño, debiéramos buscar por lo menos reformas que impulsen otros cambios, o detonen reformas sucesivas que obliguen a la revisión del régimen político. Necesitamos asegurar mayor eficacia de nuestra democracia, precisamente para lo que está pensada en la independencia y soberanía: para la justicia y en la libertad.
De no entrarle a una reflexión crítica de las herencias y las asignaturas pendientes de nuestras dos revoluciones, la sola recordación tensará más el ambiente social, que si bien no se desenvuelve en las condiciones para un levantamiento armado, sí atraviesa un desánimo preocupante y a la vez una creciente decepción. Hay que procurar que la inconformidad se vuelva participación, y no irritación social. De la evaluación objetiva que hagamos de nuestros centenarios, dependerán las acciones que tomemos para festejarlos.
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