jueves, 21 de enero de 2010

COALICIÓN ELECTORAL

RAÚL CARRANCÁ Y RIVAS

Se dice que este año será de excepcional importancia política por los procesos electorales en ciernes (entre otros varias gubernaturas) y con vistas desde luego a la elección presidencial de 2012. En tal virtud y en los términos del Código Federal Electoral, por cierto imperfecto en la materia ya que no entra en el fondo del asunto aludiendo nada más a él, se habla de coaliciones electorales y en especial de una que por lo menos causa asombro, la que se dará entre el PAN y el PRD, habida cuenta de la desemejanza ideológica entre ambos partidos. Baste con señalar el tema de los matrimonios homosexuales y de su derecho para adoptar hijos. Sin embargo y al respecto el líder del PRD, Jesús Ortega, señaló que su partido no propondrá temas polémicos para negociar un programa de gobierno que apoye a un candidato común. La cuestión es interesante e incluso relevante porque en el proceso de gobierno de una sociedad democrática, superada la etapa de las campañas y de las elecciones en sí, deben participar las distintas ideologías al servicio de la sociedad y del propio Estado. No obstante y en mi calidad de ciudadano y de elector me formulo sobre el particular varias preguntas. Supongamos que un candidato común a la gubernatura de un Estado pertenece al PAN y que en la coalición correspondiente se acuerde excluir el tema de los matrimonios homosexuales. ¿Qué pasaría si ese candidato triunfa en la elección? Me refiero a que en un momento dado y en el curso de su gobierno se pudiera dar el caso de que en el seno del Congreso de su Estado se presentara una iniciativa de ley, aprobándose, a favor de los matrimonios homosexuales y de las adopciones. ¿Qué papel asumiría él como gobernador? ¿Imparcial, absolutamente imparcial? No me pongo siquiera en la situación dilemática de que tuviera facultades constitucionales para vetar la ley. ¿Pero qué haría en correspondencia al poder político y por supuesto jurídico que tiene un gobernador? Podría hacer varias cosas al margen o en contra de lo acordado en la coalición, y no digamos en lo concerniente a sus convicciones y conciencia moral. ¿Iría en contra de ellas? ¿Se ha pensado en esto? Lo señalo pues se trata de algo muy complejo y delicado. Es un escollo a salvar o superar. ¿Pero es salvable, superable? Lo evidente es que la "riña electoral", como la ha llamado alguien, no puede ni debe perdurar. Es una fórmula simplista, a mi juicio, creer que sólo la oposición enfrentada al gobierno es el único medio de participar, digamos democráticamente, en la cosa pública, excluyéndose de suyo las alianzas o coaliciones. Es toda proporción guardada el famoso Sistema Westminster del Reino Unido y Canadá, el denominado "gabinete en la sombra", la "Her Majesty's Loyal Opposition", que yo traduciría como "De Su Majestad la Leal Oposición". Es decir, es algo (la oposición) de "Su" Majestad, inherente a ella, casi de "su" propiedad. Y conste que en Inglaterra la democracia ha evolucionado notablemente desde hace siglos. Hay que recordar que la conquista primera de estos principios la logró Inglaterra cuya Magna Carta del Rey Juan (conocido por el sobrenombre de Juan sin Tierra), en 1215, firmada en la pradera de Runnymede por Windsor y el rebelde Staines, en su artículo 39 prohibía la imposición de penas si no era "per legale judicium", recogiendo así los elementos básicos del "habeas corpus". Pero el hecho es que alianzas y coaliciones no son tan fáciles de construir y su mayor peligro, su "trampa política", es la posibilidad de la inconsistencia moral. Por eso yo me pregunto cómo vencer ese riesgo. No hay que pasar por alto la influencia política que acompaña al titular de un cargo público. Gobernador, presidente municipal, diputado federal o local, asambleísta, etcétera, aunque se halle sometido a convenios o acuerdos previos, lo indudable es que los puede alterar o flexibilizar. En una palabra, incurrir en la traición. ¿De qué manera prevenirlo o remediarlo? Se dirá que es el riesgo de las coaliciones, materia siempre incierta en el juego de los intereses y pasiones políticas; siendo que al final de cuentas sólo queda un camino, la confianza en los atributos morales, probados y comprobados, de la persona, del grupo o del partido con quien se coaliciona, para no colisionar con él.

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