En la discusión sobre las reformas que México necesita, en particular las referidas a su arquitectura política, se habla constantemente de la experiencia internacional. Que si Chile tiene segunda vuelta, que si en todos los países salvo Costa Rica hay reelección, que si las elecciones cuestan menos en todos lados, que si en 14 países hay referéndum e iniciativa popular, que si Brasil no impone barreras a la entrada a sus partidos políticos, que si Alemania tiene un sistema electoral en el que la traducción de votos en asientos es perfectamente proporcional, que si en Estados Unidos el Presidente no tiene facultad de iniciativa.
Las comparaciones son válidas y fuente invaluable de aprendizaje e inspiración para el cambio.
Pero hay otras comparaciones que no se hacen y que también vendrían bien si de aprender se trata. Comparaciones no de las normas que estructuran los sistemas políticos sino de los valores y comportamientos de la clase política de otras naciones. Van algunos ejemplos.
En Chile el Presidente en turno visita al candidato ganador en las elecciones presidenciales y le desea éxito en su futuro gobierno. El perdedor reconoce de inmediato el triunfo de su afortunado opositor. El candidato ganador habla de los éxitos del gobierno en funciones y promete no echar por la borda los avances. Agrega que no hay "gobierno fuerte sin oposición fuerte".
En Estados Unidos el candidato perdedor después de una elección que se gana en el margen y con la sospecha de irregularidades determinantes en el resultado, se allana a la resolución de la Corte y se retira sin escándalos ni estridencias y sin desprestigiar a todo el sistema político.
En Alemania adversarios de elecciones anteriores arman un gobierno de coalición en el que socialdemócratas y demócratacristianos ceden parte de sus programas y puestos administrativos en aras de la gobernabilidad y la prosperidad.
En Brasil un Congreso muy fragmentado llega a acuerdos para apoyar las iniciativas de un Presidente sin mayoría.
En España izquierda y derecha se sientan a la mesa, deciden que lo primero es llevar al país a niveles de bienestar y competitividad similares a los de los "grandes" de Europa y redactan los pactos de la Moncloa.
En Estados Unidos Obama viaja a Massachusetts para apoyar al candidato demócrata al Senado y en Chile la noche anterior a las elecciones Bachelet hace campaña a favor de su candidato. Nadie considera estas conductas como atentatorias a la equidad electoral.
En estos pocos ejemplos hay países parlamentarios y presidenciales, bipartidistas y multipartidistas, con representación de mayoría relativa y de representación proporcional, con congresos grandes y pequeños, con umbrales de votación altos y bajos, con elecciones organizadas por autoridades autónomas o por el propio gobierno. En fin, hay una variedad de arquitecturas políticas.
Lo que hay también son valores y comportamientos políticos distintos. Hay confianza, tolerancia, disposición al acuerdo, capacidad para dejar atrás las diferencias, habilidad para deshacerse de las rémoras del pasado y conductas institucionales.
Así, entre las cosas de otros países que nuestros políticos podrían comparar y tratar de emular están: la civilidad de sus elites políticas, la aptitud de integrar coaliciones de gobierno, la disposición a formar alianzas en el Congreso, la pericia para priorizar lo importante, y, sobre todo, la determinación de legislar para la prosperidad.
Que las instituciones cuentan. Por supuesto que sí. Que impactan en el desempeño, también. Que la prosperidad económica tiene que ver con las instituciones, no hay duda. La pregunta es cuáles son esas instituciones que importan. El ingeniero Alfredo Elías Ayub en un magnífico artículo publicado en este mismo periódico el miércoles pasado a raíz del terremoto de Haití apunta la respuesta: importan las instituciones de Estado como el Ejército y la Armada, las de salud, las que garantizan el suministro energético. Esas que permanecen aunque cambien los gobiernos. No menciona a todas por su nombre pero supongo -y si no lo agrego yo- que se refiere también a las instituciones que mantienen el Estado de derecho y particularmente a aquellas que promueven la competitividad y el crecimiento: los derechos de propiedad, la formalidad en el empleo, la competencia en los mercados, el pago de obligaciones, las que defienden al consumidor y las que vigilan la probidad de los funcionarios.
Es en estas instituciones y en las conductas de la clase política donde está la clave.
Las comparaciones son válidas y fuente invaluable de aprendizaje e inspiración para el cambio.
Pero hay otras comparaciones que no se hacen y que también vendrían bien si de aprender se trata. Comparaciones no de las normas que estructuran los sistemas políticos sino de los valores y comportamientos de la clase política de otras naciones. Van algunos ejemplos.
En Chile el Presidente en turno visita al candidato ganador en las elecciones presidenciales y le desea éxito en su futuro gobierno. El perdedor reconoce de inmediato el triunfo de su afortunado opositor. El candidato ganador habla de los éxitos del gobierno en funciones y promete no echar por la borda los avances. Agrega que no hay "gobierno fuerte sin oposición fuerte".
En Estados Unidos el candidato perdedor después de una elección que se gana en el margen y con la sospecha de irregularidades determinantes en el resultado, se allana a la resolución de la Corte y se retira sin escándalos ni estridencias y sin desprestigiar a todo el sistema político.
En Alemania adversarios de elecciones anteriores arman un gobierno de coalición en el que socialdemócratas y demócratacristianos ceden parte de sus programas y puestos administrativos en aras de la gobernabilidad y la prosperidad.
En Brasil un Congreso muy fragmentado llega a acuerdos para apoyar las iniciativas de un Presidente sin mayoría.
En España izquierda y derecha se sientan a la mesa, deciden que lo primero es llevar al país a niveles de bienestar y competitividad similares a los de los "grandes" de Europa y redactan los pactos de la Moncloa.
En Estados Unidos Obama viaja a Massachusetts para apoyar al candidato demócrata al Senado y en Chile la noche anterior a las elecciones Bachelet hace campaña a favor de su candidato. Nadie considera estas conductas como atentatorias a la equidad electoral.
En estos pocos ejemplos hay países parlamentarios y presidenciales, bipartidistas y multipartidistas, con representación de mayoría relativa y de representación proporcional, con congresos grandes y pequeños, con umbrales de votación altos y bajos, con elecciones organizadas por autoridades autónomas o por el propio gobierno. En fin, hay una variedad de arquitecturas políticas.
Lo que hay también son valores y comportamientos políticos distintos. Hay confianza, tolerancia, disposición al acuerdo, capacidad para dejar atrás las diferencias, habilidad para deshacerse de las rémoras del pasado y conductas institucionales.
Así, entre las cosas de otros países que nuestros políticos podrían comparar y tratar de emular están: la civilidad de sus elites políticas, la aptitud de integrar coaliciones de gobierno, la disposición a formar alianzas en el Congreso, la pericia para priorizar lo importante, y, sobre todo, la determinación de legislar para la prosperidad.
Que las instituciones cuentan. Por supuesto que sí. Que impactan en el desempeño, también. Que la prosperidad económica tiene que ver con las instituciones, no hay duda. La pregunta es cuáles son esas instituciones que importan. El ingeniero Alfredo Elías Ayub en un magnífico artículo publicado en este mismo periódico el miércoles pasado a raíz del terremoto de Haití apunta la respuesta: importan las instituciones de Estado como el Ejército y la Armada, las de salud, las que garantizan el suministro energético. Esas que permanecen aunque cambien los gobiernos. No menciona a todas por su nombre pero supongo -y si no lo agrego yo- que se refiere también a las instituciones que mantienen el Estado de derecho y particularmente a aquellas que promueven la competitividad y el crecimiento: los derechos de propiedad, la formalidad en el empleo, la competencia en los mercados, el pago de obligaciones, las que defienden al consumidor y las que vigilan la probidad de los funcionarios.
Es en estas instituciones y en las conductas de la clase política donde está la clave.
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