lunes, 11 de enero de 2010

IGLESIAS: ¿QUIÉN LES DICE QUE NO SE PUEDE?

PEDRO SALAZAR UGARTE

Los defensores de la laicidad llevamos meses duro y dale con nuestros temores y advertencias. La Iglesia católica, por su parte, lleva años tirando leña a la hoguera. Si nos descuidamos, los primeros podemos quedar atrapados en el eco de nuestras propias protestas y, en beneplácito de los jerarcas de la Iglesia, terminar relegados a la esquina en la que se acomoda a los “indignados de siempre”. Son tantos los frentes en los que la Iglesia acomoda sus baterías y tan profundo el silencio cómplice de las autoridades y de los dirigentes partidistas que las voces laicas estamos por padecer una crisis de virulenta afonía. Pero, por fortuna para nuestra causa, los argumentos en pro de la laicidad a veces llegan por vías insospechadas. Agradezco a otra asociación religiosa La Luz del Mundo su renovado caudal de voz a favor del Estado laico.
Que exista una disputa sobre hechos y dichos de nuestra historia no es nada nuevo. Tampocoque el diferendo tenga agenda y destinatarios: ¿cuántas batallas intelectuales no han tenido lugar para utilizar hechos históricos como aliados políticos? Así que el jaloneo de interpretaciones sobre la condición de excomunión (o, en su defecto, sacerdotal) en la que murió Miguel Hidalgo, no debería llamar la atención más allá de los círculos de los historiadores, los curiosos o los directamente interesados en el tema. Y, sin embargo, en los últimos días, al menos para quien esto escribe, el asunto ha cobrado un significado y una relevancia muy diferentes. Fue en este y otros diario, el pasado lunes, en donde el tema asomó un rostro preocupante. A propósito de ese tema, en un extenso desplegado, la Iglesia La Luz del Mundo A.R, desenvainó la espada en contra de la Iglesia católica acusándola de querer manipular la historia patria.
Dejo de lado los argumentos históricos que —con notable capacidad persuasiva y algunas citas pertinentes— utiliza la primera asociación religiosa para vapulear a la segunda. El que la jerarquía católica quiera retocar la historia para ajustarse la corbata ante el retrato del porvenir, no es nada nuevo. Y también advierto que mi reflexión no supone sugerir restricción alguna a la libertad de expresión. Lo importante es advertir el peligro que esta clase de manifestaciones públicas, en ciertos contextos y proviniendo de ciertas voces, puede esconder: la polarización es una bomba de tiempo, más aún en el contexto de creciente pluralidad religiosa en que vive el país. Por eso el irresponsable desplegado de La Luz del Mundo puede detonar un polvorín. Basta con pensar en las tensiones que ha generado la construcción de templos de dicha organización en el Bajío para calibrar el dato. Si las jerarquías de las diferentes iglesias cultivan el enfrentamiento, tarde que temprano cosecharemos violencia.
Por eso el Estado debe evitar que los ánimos y los discursos religiosos colonicen la esfera pública. Valga la insistencia: la tolerancia sólo es verdaderamente posible en el contexto de un Estado laico. Y ello supone, al menos, tres imperativos categóricos: a) un Estado imparcial ante las diferentes religiones y sus iglesias; b) iglesias que conviven sobre una base de respeto y que se dedican a los asuntos exclusivamente religiosos y; c) autoridades estatales decididas a contener las pulsiones hegemónicas, las tendencias sectarias y los protagonismos políticos de los dirigentes religiosos. La laicidad es algo más que esto pero es, por lo menos, esto.
De su vigencia efectiva depende, como la historia mundial enseña, la convivencia pacífica entre personas que piensan, legítimamente, distinto. Este es el argumento más poderoso para defender al Estado laico. Por ello, cuando la Iglesia católica intenta moldear las normas colectivas a la medida de sus dogmas; cuando los partidos políticos se doblegan ante las presiones de los curas; cuando los aspirantes a la Presidencia corren a tomarse la foto en el Vaticano; cuando el gobierno “mira hacia otro lado”; entre todos desfondan los presupuestos del Estado democrático (que, para ser tal, es necesariamente laico). Con ello, quiéranlo o no, abonan la violencia.
Después de los excesos de la Iglesia católica y de las omisiones y acciones de nuestra clase política, me pregunto ¿quién tiene autoridad para decir a los de La Luz del Mundo que su ocurrencia del desplegado, por lo que puede generar, no se vale…?

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