LORENZO CÓRDOVA VIANELLO
El próximo domingo viviremos una de las jornadas comiciales más complejas de la historia de nuestra democracia. Los números de la elección hablan por sí mismos: el mayor número de ciudadanos convocados a las urnas (79.5 millones), la más alta coincidencia de elecciones locales con la federal (15 comicios estatales, además de la elección extraordinaria de Morelia), el mayor número de cargos electivos en disputa simultánea (2 mil 127 entre federales y locales), una inédita cifra de casillas a instalar (123 mil 151) y, en consecuencia, el mayor número de ciudadanos insaculados y capacitados para ser funcionarios de casilla (un millón entre propietarios y suplentes).
Pero más allá de las cifras, y de la apuesta política en juego, en la próxima elección nos jugamos otras cosas como sociedad. Me limito a señalar dos. En primer lugar, este proceso electoral supone la prueba del ácido definitiva de la reforma electoral 2007-2008. Hasta ahora, esas nuevas reglas, que implicaron la modificación de todas las legislaciones electorales del país para adecuarse a las nuevas premisas y disposiciones fijadas en la Constitución, han regido ya 50 comicios locales y una elección federal (en 2009), sin embargo, el ciclo electoral de las normas vigentes se cierra definitivamente con las elecciones de este año.
Lo anterior permite constatar en definitiva la viabilidad de la reforma y —más allá de los ajustes y adecuaciones requeridos (ampliamente diagnosticados) para mejorar el marco legal— contrastar poderosamente el discurso de “contrarreformista” que busca revertir el modelo de comunicación política y la prohibición de comprar publicidad electoral en radio y televisión. Los buenos resultados de esta elección son la mejor garantía para impedir que la lógica del dinero vuelva a ser en el futuro la que determine el acceso privilegiado a los medios de comunicación electrónica.
En segundo lugar, estas elecciones son una oportunidad para tratar de exorcizar la desconfianza que en un sector considerable de la población se había venido gestando en los últimos años en torno a los procesos electorales. La aplicación puntual de la ley brinda una gran oportunidad para que ello ocurra, pues el Cofipe establece con precisión y exhaustividad cuáles son los actos que debe realizar la autoridad electoral y los momentos precisos en los que deben ejecutarse, garantizando en todo momento la participación y vigilancia por parte de los partidos políticos, quienes pueden impugnar todas las decisiones tomadas por cualquiera de los órganos del Instituto Federal Electoral. No hay ninguna determinación del IFE que escape a dicho control y eventual impugnación.
Además, la garantía de transparencia e imparcialidad la proporciona la ciudadanización de los procesos electorales, empezando por el involucramiento de ciudadanos como consejeros electorales en los diversos órganos de decisión del IFE, pero sobre todo de las mesas directivas de casilla. Los centros receptores de voto, hay que insistir en ello, se integran por ciudadanos —nuestros vecinos— que son insaculados y capacitados para recibir y contar nuestros votos bajo el escrutinio de los representantes de los partidos políticos (por cierto, para esta elección hemos alcanzado cifras históricas: 99.96% de las casillas contarán al menos con representantes de tres partidos; el PRI tendrá representantes en 99% de ellas, el PAN en 92% y los partidos del Movimiento Progresista juntos en 99.82%).
Por otra parte, el IFE, a diferencia de 2006, se ha comprometido a hacer públicos los resultados del Conteo Rápido sin importar la diferencia entre la votación de los candidatos y, de manera inédita, pondrá a disposición del público a través de internet la imagen de las casi 430 mil actas de cómputo a partir de las 20:00 horas del miércoles al cierre del PREP. Se trata de un compromiso con la generación de información puntual y oportuna como un antídoto adicional a la desconfianza.
Estos comicios son, en ese sentido, una oportunidad para, como sociedad, cerrar el capítulo de la confianza y certeza en las elecciones para ocuparnos de lleno en la abultada y urgente agenda de los otros grandes problemas nacionales.
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