ERNESTO VILLANUEVA
En muchas ocasiones he señalado en este espacio que lo que la sociedad no haga por sí misma nadie lo va a hacer. Ahora, a pocas semanas de la elección presidencial, un grupo creciente de estudiantes de universidades privadas de la Ciudad de México y de instituciones de educación superior públicas ha iniciado un movimiento que se expresa con marchas en las calles de diversas ciudades del país y, por supuesto, en el propio Distrito Federal. Se trata de un fenómeno inédito en el siglo XXI que no estaba escrito en el libreto de las contiendas electorales. De ahí su peculiaridad. Veamos lo que es posible esperar de una iniciativa de esta naturaleza.
Primero. Se ha repetido que en México la ausencia de conciencia crítica y de socialización del conocimiento, en general, constituyen el mejor clima para que se reproduzcan al infinito la indiferencia, la decepción y la falta de confianza en las instituciones, así como para que se prolongue el débil estado de derecho. He señalado en estas páginas, del mismo modo, la asimetría entre lo que se invierte en el rubro de educación (México está entre los primeros 15 países en este aspecto) y los resultados que obtiene (ocupa el lugar 79, de acuerdo con un estudio de la OCDE del 2010 entre las naciones integrantes de la ONU).
Este hecho ha propiciado que la educación, entendida como vehículo de conciencia, de claridad sobre el papel de la persona en la sociedad y sus posibilidades de incidencia en ella, cumpla en la práctica un cometido formal. De ahí, por tanto, tradicionalmente las universidades que formalmente son los centros de la inteligencia del país forman estudiantes acríticos, con habilidades de trabajo pero con escasa formación social para evaluar lo que pasa en el país. Procuran no ser víctimas del “pánico moral” y evitar ser estigmatizados como “conflictivos” o “revoltosos”
Segundo. Los estudiantes, a partir de la protesta en la Universidad Iberoamericana por parte de los 131 jóvenes que se identificaron como alumnos de la Ibero, han ido mejorando sus estrategias para no ser víctimas del citado “pánico moral”. Así, de la protesta contra el candidato del PRI Enrique Peña Nieto en las instalaciones de la Ibero, que me parecieron inadecuadas por la forma, no por el fondo, ahora han adoptado un código de respeto, de eliminación de insultos, sin impedir la libertad de tránsito de los demás. Esto le da a dicho movimiento un cariz nuevo, que deja sin argumentos a quienes en principio expresaron su descalificación a priori, porque razonablemente están efectuando sus acciones con la Constitución en la mano. Dicha muestra de civilidad no tiene muchos precedentes en este país tan convulso, donde existen razones de sobra para el resentimiento social y para las reacciones desesperadas.
Tercero. Este movimiento estudiantil tiene, entre otras, seis grandes demandas: 1. La democratización de los medios de comunicación; 2. Hacer del uso de internet un derecho constitucional (esa misma reflexión es el tema del libro Internet y derechos fundamentales, de Clara Luz Álvarez, recientemente publicado por Miguel Ángel Porrúa); 3. Códigos de ética y defensores de la audiencia en los medios de comunicación; 4. Someter a concurso producciones para los canales públicos permisionarios a las distintas escuelas de comunicación 5. Abrir debate entre jóvenes y medios sobre las demandas en cuestión, y 6. Seguridad para los integrantes del movimiento estudiantil que hacen uso de su libertad de expresión, y en especial para los periodistas, que han sido alcanzados por la violencia en el ejercicio de su trabajo.
Al parecer, con la expresión “democratización de los medios” se refieren a ampliar la competencia en la radio y la televisión para que el público pueda elegir entre mayores fuentes de información. Decía John Stuart Mill que la verdad se alcanza escuchando todos los pareceres que tengan algo que decir sobre ella. Y aquí sería el caso. Los demás puntos se ajustan con creces a las mejores prácticas internacionales. Los medios del gobierno federal tienen todos un ómbudsman (yo fui el fundador de la figura en Radio Educación), que representa un contrapeso interno y un espacio independiente para que la sociedad pueda expresar sus puntos de vista con la seguridad de que será tomada en cuenta.
Cuarto. Con este movimiento se ha plantado una semilla para generar conciencia social. Por sus propias características, se ha convertido en “noticia”, como un dato de interés público que escapa al día a día. Falta mucho por delante. Hoy, minorías activas son centro de atención de la opinión pública. No se sabe qué va a pasar mañana. Si bien es verdad que este movimiento se declara apartidista, es mucho más político de lo que parece.
Implícitamente sus demandas, plausibles, constituyen una presión al candidato del PRI Enrique Peña Nieto, quien es tratado con obsecuencia por los medios electrónicos; afectan también a la candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota (cuya falta de ideas propias no impide que se le den mayores espacios en los medios), y, por el contrario, representarían una bocanada de aire puro para el candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador.
Hasta aquí los escenarios ideales ¿Tendrán una influencia significativa en los resultados de las elecciones presidenciales del próximo 1 de julio? Es improbable pero no imposible. La estructura formada por los cuatro partidos políticos a base de clientelaje hará su aparición el día de las elecciones. ¿Podrán los estudiantes –que, ojo, no representan a la mayoría de los universitarios inscritos– hacer frente a las más variadas y sofisticadas formas de fraude electoral? ¿Podrán acreditar al menos observadores en los distritos más significativos del país? ¿Las marchas moverán los ratings de las televisoras privadas para que se conduzcan con civilidad democrática? Si esto que se antoja muy difícil es logrado, sin duda México habrá dado varios pasos adelante en el contagio de prácticas democráticas.
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