MIGUEL CARBONELL
En la ciencia política norteamericana hay incontables estudios en los que se analizan las cualidades que deben tener quienes aspiren a ser presidentes de los Estados Unidos. En muchos de esos estudios se hace un listado de virtudes o características positivas y luego se les compara con el desempeño que algunos presidentes del pasado tuvieron.
De esa forma, se suele citar como los más grandes presidentes de la historia a George Washington y Abraham Lincoln; junto a ellos, pero en otro nivel, se suele reconocer la grandeza y buen gobierno de Thomas Jefferson, Andrew Jackson, Franklin D. Roosevelt o Woodrow Wilson. Entre los presidentes "fallidos" se cita en primer término y por razones obvias a Richard Nixon, pero también a personajes como Andrew Johnson o Ulysses S. Grant.
¿Qué es lo que hace que una persona forme parte del primer grupo y no del segundo? ¿qué cualidades debe reunir alguien para pasar a la historia como un gran Presidente?
Obviamente, toda biografía política depende del momento histórico en que se vive y de las circunstancias más o menos propicias que se deben enfrentar. Hay momentos en la historia de los países que permiten que las grandes personalidades sobresalgan, mientras que en otras circunstancias se ahogarían en la mediocridad.
Sin embargo, hay al menos seis rasgos generales que debe tener cualquier persona para ser capaz de aspirar a un gobierno exitoso y a pasar a la historia como un gran estadista.
1. Habilidad como comunicador público
Un buen Presidente debe ser, sobre todo, un buen comunicador. No sirve de nada que tenga buenas ideas si no es capaz de explicarlas y defenderlas en público. En una democracia, los políticos no deben solamente vencer, sino también convencer; y eso se hace hablando, dialogando, comunicando proyectos, iniciativas, propuestas, etcétera.
El Presidente debe ser capaz de hacer llegar con eficacia sus ideas a todo tipo de interlocutores: lo mismo debe hablar con los grandes lideres mundiales que hacerlo en una reunión de campesinos de una pequeña localidad serrana de Oaxaca. Y en todos los casos debe ser igualmente convincente. El Presidente debe saber seducir con las palabras, para sumar legítimas adhesiones a su proyecto político.
2. Capacidad organizativa
El Presidente encabeza la administración pública federal, lo que supone un enjambre de dependencias y oficinas de todo tipo. Es el jefe de millones de empleados públicos.
Debe tener la capacidad suficiente para elegir a buenos colabores (los mejores que estén disponibles en cada área) y hacer que trabajen de forma coordinada, para que en efecto conformen un equipo. No se trata de sumar talentos que trabajen de forma aislada, sino de conformar una organización que sirva y sea efectiva en la consecución de las metas diseñadas por el Presidente.
Además, el Presidente debe tener la capacidad de supervisar el trabajo de sus colaboradores y tener el temple necesario para realizar los ajustes que sean necesarios, incluyendo los relevos en el gabinete.
3. Liderazgo político
Un buen Presidente debe tener claridad del rumbo que le quiere dar a su gobierno, de las medidas que hay que tomar para lograr sus metas y de los apoyos que requiere para tal fin. Debe dar muestra permanente de liderazgo.
El Presidente en México tiene todos los elementos para ser el principal actor político del país, pero para hacerlo debe ser capaz de diseñar un agenda política de largo aliento, en un sinfín de temas.
El Presidente debe ser capaz de encabezar las principales negociaciones políticas del país, incluso entre actores de la sociedad. Un buen Presidente debe ser capaz de sentarse con académicos, periodistas, empresarios, organizaciones sociales, defensores de derechos humanos, etcétera, y ofrecerles a todos algún tipo de respuesta a los problemas que tienen. Eso no significa que el Presidente no deba escuchar; por supuesto que debe estar atento a los planteamientos que se le hagan, pero luego de escucharlos debe formular algún tipo de respuesta, ya que eso es lo que espera la gente de él: que tenga ideas pertinentes e idóneas para resolver problemas.
4. Claridad en sus políticas públicas
La actuación de un buen Presidente debe basarse en un plan maestro preconcebido, en el que se articulen con claridad los propósitos que hay que lograr, las áreas responsables de cada tema, los tiempos de ejecución de los proyectos y la forma en que se van a rendir cuentas respecto de los avances logrados y de los no logrados. Todo eso debe estar en la cabeza del Presidente, desde el inicio de su gestión. Seis años puede parecer mucho tiempo, pero en política se pasan en un simple abrir y cerrar los ojos. El Presidente debe desde el primer día de ejercicio del cargo comenzar a correr y no detenerse hasta el último minuto de su gestión; pero esa carrera debe tener rumbo y orientación, para evitar demoras y extravíos, que pueden ser dañinos para el Presidente, pero terribles para el país en su conjunto.
Los malos presidentes son los que navegan sin rumbo, atendiendo el problema que surge diariamente, apagando fuegos aquí y allá, sin haber trazado una ruta y sin tener la capacidad de identificar los pasos que hay que dar para generar políticas públicas exitosas.
5. Capacidad para procesar información
Hasta las manos del Presidente llegan diariamente cientos o miles de documentos, recibe varias docenas de llamadas, conversa con muchas personas de dentro y fuera del país, tiene acuerdos cotidianos con sus principales colaboradores y debe registrar con cuidado lo que dicen los medios de comunicación sobre el trabajo que realiza y sobre muchos otros asuntos de interés general.
Para poder procesar con eficacia ese torrente informativo el Presidente debe tener una gran capacidad de análisis, que le permita separar el grano de la paja, que lo oriente respecto de la mayor o menor veracidad de lo que escucha o de lo que lee, y sobre todo debe ser capaz de digerir la información indispensable para tomar decisiones, con rapidez y con eficacia.
6. Inteligencia emocional
El Presidente recibe diariamente una gran cantidad de estímulos de todo tipo: recibe buenas y malas noticias; se entera de cosas que nunca salen a la luz pública; debe ser reservado en muchos aspectos, pero abierto en otros. Debe darle la mano a personajes que le causan repugnancia y sentarse junto a personas de las que puede ser que tenga información que son unos malandrines. Sabe que muchas de las personas que se le acercan le van a pedir favores inaceptables o simplemente quieren aprovecharse de su amistad o de su capacidad de influencia. Todo eso causa un impacto evidente en cualquier ser humano, sin importar el cargo público que ocupe.
El Presidente debe ser capaz de ejercer un gran autocontrol sobre sus emociones. No puede dejar que le gane el enfado, el coraje, la rabia, ni siquiera la indolencia o el desinterés en algún tema. No puede ponerse a despotricar en público, como lo hacen el resto de los ciudadanos. Su presencia pública debe ser siempre comedida, incluso calculada. Hay muchas cosas a las que deberá renunciar, mientras encabece al gobierno federal. No podrá hacer todo lo que le guste, ni decir todo lo que piense. Pero eso sí, deberá pensar muy bien todo lo que diga.
¿Qué personajes en la historia de México han reunido un mayor número de estas características?, ¿quiénes han sido buenos presidentes en la historia reciente del país, qué políticos en activo tienen lo que hay que tener para ocupar la presidencia de la República? Estoy seguro que, sean cuales sean las respuestas que cada lector pueda dar a las anteriores preguntas, le resultará de utilidad confrontarlas con las seis cualidades que acabo de enunciar.
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