martes, 12 de junio de 2012

¡Y NO LO DIJO!


MARÍA AMPARO CASAR

Y no lo dijo. No hubo manera de que se pronunciara a favor de la institucionalidad que exige el éxito de cualquier proceso democrático. No hubo forma de que dijera de cara a todo el auditorio que observó el debate: "Gane o pierda yo, Andrés Manuel, admitiré el resultado electoral"; "Yo, Andrés Manuel, acepté entrar al proceso electoral bajo la normatividad vigente, me registré ante la autoridad electoral, recibí las prerrogativas de ley para hacer campaña, me beneficié de los tiempos del Estado en radio y televisión que correspondieron a los partidos que me postularon y, en consecuencia, reconoceré también los resultados".
Hace unas semanas comenzó a disolverse la percepción de inevitabilidad del triunfo de Peña Nieto. A pesar de la todavía gran ventaja que el promedio de encuestas le otorga, a 15 días del cierre de campañas hay una saludable dosis de incertidumbre sobre el resultado. De ello tenemos que congratularnos. Uno de los principales criterios para definir si hay o no democracia en un país es precisamente esa incertidumbre.
Pero el otro criterio, la certidumbre sobre la aceptación de las reglas del juego, de los resultados y de la transmisión pacífica del poder, no está presente. Nadie ha sido capaz de convencer al candidato del Movimiento Progresista a comprometerse con el veredicto de las urnas. Por el contrario, la dilución de la inevitabilidad del triunfo de Peña Nieto y la tendencia al alza en las preferencias por AMLO han llevado a construir un discurso que abona el terreno para un conflicto post electoral en caso de perder. Paradójicamente, la posibilidad de ganar ha llevado a AMLO a insistir en que la elección está manipulada y se prepara el fraude electoral.
Si salvamos la institucionalidad democrática que aún con sus grandes imperfecciones se ha construido a lo largo de las últimas décadas, ningún candidato y ningún partido serían un peligro para México: ni la continuidad del PAN, ni la mal llamada restauración del PRI, ni la llegada a la Presidencia de López Obrador.
Puede gustar o no la plataforma de gobierno que ofrece AMLO, pero su triunfo no es un peligro para México. Lo que es un peligro es su derrota y su insistencia, en esta ocasión anticipada, en cantar la puesta en escena de un fraude y la preparación de un conflicto postelectoral en caso de ser derrotado.
Ese es el problema de AMLO y lo que lo puede volver a llevar a la derrota. Lo que lo hace poco confiable ante buena parte del electorado es su incongruencia y ausencia de credenciales democráticas. Su juego doble frente a las instituciones, frente a las encuestas, frente a las reglas para acceder a los cargos públicos y, de paso, frente a las que rigen el ejercicio del poder.
AMLO se dice congruente pero lo ha sido únicamente en el desconocimiento de los resultados cada vez que pierde. En todo lo demás la incongruencia está a la vista.
No es congruente porque acepta jugar con las reglas vigentes -reglas pactadas por todos los partidos incluidos los tres que hoy lo postulan- pero no admite lo que de ellas se deriva: que el PREP primero y los conteos distritales después son instrumentos confiables, que el IFE es el legítimo y único árbitro de la contienda y que el Tribunal tiene la última palabra.
No es congruente porque exige un alto a la "propaganda negra" pero la ha practicado desde que fue candidato en el 2006. Porque si la misma casa encuestadora como la del periódico Reforma no lo favorece en su medición de preferencias, la condena y acusa de haber "truqueado" los resultados, pero si como ahora lo trae en empate técnico con el puntero, la alaba.
No es congruente porque si la Suprema Corte falla en el sentido que él piensa es el correcto entonces los ministros son independientes, pero si lo hace en sentido contrario son unos vendidos; porque si la Asamblea Legislativa aprueba una ley a su gusto la publica, pero si no lo hace entonces, como ocurrió con el código fiscal del DF, promulga solo la parte que se ajusta a su criterio; porque si derechos abanderados por él y su partido -aborto, sociedades de convivencia o eutanasia- son inconvenientes porque restan votos, les retira su apoyo.
Hoy como en el 2006 AMLO puede ganar pero prepara el terreno en caso de perder: minando las instituciones, desconociendo la honorabilidad de los consejeros, insistiendo en que el árbitro son los ciudadanos en lugar del IFE o el Tribunal, anunciando un conflicto post electoral.
Todavía hay tiempo de pronunciarse a favor de las instituciones democráticas. Todavía hay tiempo para el ciudadano de ponderar su voto en función del compromiso con la democracia. Es cierto que nuestra democracia es perfectible pero también lo es que con sus imperfecciones la alternancia es y ha sido posible.

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