MIGUEL CARBONELL
Uno de los fenómenos más llamativos de las actuales campañas electorales es el movimiento de los jóvenes, agrupados bajo la denominación de #Yosoy132.
Sobra decir que, quizá, dentro de ese movimiento en realidad hay personas que buscan objetivos muy diferentes, y que parten de un diagnóstico distinto de los problemas del país, así como de las soluciones que son necesarias para que entre todos salgamos adelante. Se trata, por supuesto, de un movimiento plural, animado por fuerzas disímbolas.
Ahora bien, lo que de verdad debe importarles a sus integrantes y al resto de los ciudadanos del país es qué agenda serán capaces de articular en las próximas semanas y meses.
El movimiento parece haber demostrado que tiene la capacidad de señalar las cosas con las que no está de acuerdo. Eso es algo fabuloso y debe celebrarse como una buena inyección de oxígeno dentro de un proceso electoral que amenazaba con matarnos a todos de aburrimiento. Pero ahora viene la parte más difícil para los jóvenes que se han sumado al movimiento: decirnos con qué están de acuerdo o qué piensan (en positivo) de los problemas del país.
No basta con que nos digan lo poco que les simpatizan las empresas propietarias de los principales canales de televisión. Se trata de un punto de vista del todo legítimo pero insuficiente. De hecho, la generación que hoy día integra el movimiento tiene una ventaja que no tuvieron las generaciones precedentes, ya que ninguno de sus miembros necesita prender la tele para estar informado.
Los jóvenes de hoy cuentan con la herramienta comunicativa más poderosa que se ha inventado: internet y, sobre todo, cuentan con el enorme potencial de las redes sociales, que les permiten comunicarse entre sí y hacer llegar sus mensajes a millones de personas sin necesidad de rogar por un hueco en el saturado espacio de los medios tradicionales.
Si sus padres o sus abuelos hubieran tenido la oportunidad de disfrutar de las ventajas de Twitter y Facebook no habrían pasado tantas horas perdiendo el tiempo frente a la pantalla de una televisión.
A muchos de nosotros nos gustaría ver a los jóvenes no solamente protestando contra las televisoras, sino también aportando argumentos y puntos de vista frescos en cuestiones tan relevantes para ellos y para el futuro de México como la educación, la seguridad pública, el crecimiento económico, el empleo, la globalización, los derechos humanos, la calidad de la justicia, etcétera.
Habrá quien piense que los jóvenes del movimiento #Yosoy132 no están preparados para conformar una agenda viable sobre una problemática tan vasta; yo, por el contrario, creo que sí pueden hacerlo y todavía más: creo que están obligados a hacerlo si no quieren caer en la superficialidad y el carácter efímero que han caracterizado a otros movimientos sociales.
Solamente si los jóvenes son capaces de articular una agenda temáticamente
bien organizada y que cuente con análisis rigurosos es que podrán ir más allá de los actos de protesta, para comenzar a configurar las propuestas que México necesita con tanta urgencia.
Ante un debate público de tan escasa calidad como el que tenemos en el país, los jóvenes que han tenido la oportunidad de alcanzar un nivel educativo superior pueden aportar muchísimo. Lo pueden hacer porque para eso se han preparado durante años y lo deben hacer porque este país también es suyo, y no solamente de la generación que hoy ocupa el poder político.
La discusión podría iniciar en cada uno de los centros universitarios que le han dado vida al movimiento, para luego conformar una especie de “mesa nacional” en la que se tomen los acuerdos básicos.
No será fácil que se pongan de acuerdo, pero ése es el precio de construir una democracia: la deliberación de las propuestas es un paso obligado para generar cualquier tipo de consenso.
Si eso ocurre, veremos un espectáculo fabuloso, en el que los jóvenes estarán demostrando su gran compromiso con el país, pero también pondrán en evidencia que tienen las ideas, los proyectos y las propuestas para hacer por México algo mejor que lo que han hecho las generaciones anteriores. Ojalá que así sea, en beneficio de todos.
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