OLGA PELLICER
Son muchos los motivos que explican el malestar ciudadano ante las campañas para las elecciones del próximo 1 de julio. Una de las más importantes es la ligereza con la que se han abordado los problemas nacionales. Ningún documento o discurso, aun menos un spot televisivo, sorprende por lo acertado del diagnóstico y lo convincente de la propuesta para enfrentarlos. Más graves aún son las omisiones; es decir, los temas y problemas que simplemente se han ignorado. En este caso se encuentra la relación de México con el mundo, sobre la cual el silencio ha sido casi total.
A los comentaristas políticos, algunos de ellos conocidos académicos e intelectuales, no les preocupa tal ausencia. El anecdotario del día a día ha sido, hasta ahora, aquello que les llama la atención. Pocos elementos ofrecen para un análisis de las propuestas que ponga en evidencia los errores conceptuales de las mismas o las omisiones imperdonables.
No hacer referencia al factor externo en los proyectos es una grave omisión. En realidad, lo que ocurra en el mundo, sus efectos sobre la economía y la política nacionales, así como las acciones que se emprendan para hacerle frente, será lo que haga posible, o no, que se cumpla gran parte de las promesas que los candidatos reparten a diestra y siniestra.
Hay numerosos ejemplos para ilustrar la afirmación anterior. Desde la perspectiva económica, siendo México un país cuyo componente principal del Producto Interno Bruto son las exportaciones, hoy por hoy cualquier proyección de crecimiento debe incorporar la posible evolución de los mercados mundiales, en particular el de Estados Unidos.
Hace poco, el año 2009, sufrimos las consecuencias de la recesión en aquel país. Siguiendo una correlación que ya es muy conocida por los especialistas, el crecimiento de la economía mexicana siguió los vaivenes de la estadunidense. La caída del PIB fue dramática, y sus consecuencias, entre otros puntos en los niveles de pobreza, todavía se están sintiendo.
Sin embargo, ningún candidato ocupado en prometer que se van a elevar los índices de crecimiento se detiene a reflexionar sobre cuáles son los escenarios de los mercados mundiales. Un señalamiento, aunque fuese rápido, sobre el mundo en el que estamos inmersos y lo que ello representa para alcanzar las metas que se prometen era obligatorio para quien aspira a conducir el país en momentos de incertidumbre mundial.
El tema de la seguridad es otro en el que resulta inexplicable que no se aluda a las relaciones con el exterior. El problema que mayormente nos afecta, aquel para cuya solución se siguió una estrategia que ha causado decenas de miles de muertos, es el narcotráfico. Se trata de un fenómeno imposible de entender sin verlo en el contexto internacional.
La cercanía con el principal consumidor de drogas y los acuerdos que hemos establecido con él para lidiar con el narcotráfico son centrales para saber cómo se resuelve, o empeora, el problema de la violencia en México. Otro tanto puede decirse de la relación con Centroamérica, cuya cooperación es indispensable para combatir al crimen organizado.
A pesar de la necesaria referencia al exterior, los candidatos casi no mencionan ese aspecto. Hablan de crear policías nacionales, de perseguir el lavado de dinero, de volver, en su momento, al Ejército a los cuarteles. Sin embargo, se reservan su opinión sobre si continuarán los operativos que aconsejan los servicios de inteligencia de Estados Unidos. Tampoco se pronuncian sobre si, en el ámbito de la seguridad, dejarán intactas o modificarán las relaciones con Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador.
La tendencia a olvidar los factores externos en la discusión de los problemas nacionales tiene viejas raíces en la política mexicana. Durante muchos años, la relación con el exterior sirvió para apuntalar el nacionalismo de los gobiernos del PRI. Las directivas para ver y dirigirse al exterior subrayaban los aspectos defensivos, la soberanía nacional, el compromiso con los principios rectores de la política exterior, como la no intervención. Esa forma de comportarse dio muy buenos resultados para reducir la dependencia política de México ante Estados Unidos en los momentos álgidos de la guerra fría. La política exterior brilló entonces como una que tenía mayor margen de maniobra que la de otros países de América Latina; también sirvió para dar prestigio y legitimidad a los regímenes del PRI.
Años después, cuando las condiciones internacionales cambiaron, cuando se decidió la apertura de la economía mexicana, cuando se firmó el TLCAN y se aceleró la integración económica con Estados Unidos, cuando la globalización obligó a interpretar con nuevos instrumentos la relación con el mundo era necesario cambiar el discurso. No ocurrió, y los políticos mexicanos prefieren eludir el tema. Un matiz diferente se encuentra en el caso de López Obrador, aunque no lo suficiente para convertirlo en una verdadera excepción.
La campaña del 2012 pone en evidencia las limitaciones de quienes no se reconocen ni parecen sentirse como parte de un mundo en transformación que urge entender porque de él depende, en gran medida, hasta dónde se puede llegar o cuánto podemos estar avasallados. El próximo debate tiene en su agenda la política exterior. No albergo muchas ilusiones sobre lo que pueda ocurrir allí. La relación con el mundo es un fenómeno que no puede reducirse a aspectos puntuales de la política exterior; su ausencia ya es irremediable al haberse ignorado en los casos de la economía, la seguridad y tantos otros.
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