RAÚL CARRANCÁ
Votar por un candidato porque es guapo, simpático, agradable, o porque es mujer,
o porque simple y llanamente se cree en él, es reducir el voto a su mínima
expresión. Votar no es cuestión de fe ni de oportunidad. No debe serlo. Ya sé
que hay quienes dicen y sostienen que en la dinámica electoral el ciudadano se
inclina cada día más a votar por las personas que por los partidos. ¿Y la
ideología, dónde queda la ideología? Es decir, la plataforma de pensamiento en
que se apoya el candidato y, por supuesto, su partido. ¿La conoce el elector, la
ha estudiado con detenimiento? El hecho es que por encima de los candidatos hay
algo imponderable, sutil, que tiene que ver con las ideas y más en concreto con
el pensamiento. En este sentido votar debería ser pensar. ¿Cuántos de los que
votarán por el PRI, por el Partido Verde, por el PAN, por el PRD, por el Partido
del Trabajo o por el PANAL conocen su declaración de principios, su ideología?
Lo cierto es que un elevado número de electores los desconocen, ignorando que
votarán por un proyecto de nación en el amplio espectro de las opciones
ideológico-políticas. Su voto, en consecuencia, será un voto a medias,
imperfecto. Y lo grave es que cuantitativamente hablando pueden ser mayoría al
elegir una de aquellas opciones políticas que se presentan. La gran pregunta es
si ésta es la democracia o si debe ser así la democracia. La verdad es que
pocos, siempre pocos, se ajustan a los principios originales de la democracia, o
sea, a lo justo para definir el destino de un país. Por eso yo distingo entre el
voto meramente visceral y el razonado.
Ahora bien, el próximo domingo primero de julio reclama, exige, habida cuenta de las circunstancias difíciles y hasta dramáticas por las que atraviesa México, un voto razonado y atento a la ideología política con la que se identifique el elector. En tal orden de ideas son claras las expectativas, que a mi juicio se reducen fundamentalmente a dos, aclarando que desde luego la diversidad de creencias políticas es la que le da valor y sentido a la democracia. Al respecto y desde el punto de vista sociológico hay, digamos, varios Méxicos que en resumen equivalen al que se inclina hacia la derecha o al que se inclina hacia la izquierda, obviamente con sus variantes y matices. ¿Qué quiere el elector, recordando un poco sus clases de civismo y de historia? No es que yo pretenda revivir la vieja lucha entre liberales y conservadores, aunque el llamado pasado nos enseña que los nombres, los adjetivos, al final de cuentas no hacen sino revelar algo que escapa a la propia denominación; no es que yo quiera revivir esa lucha, digo, pero guste o no México se ha forjado en el enfrentamiento de dos grandes corrientes. No hay más que ir a las páginas de la historia para constatar que la trayectoria nacional halla su expresión o símbolo en la Reforma, que es y seguirá siendo el crisol donde se fundió la patria. E incluso los grupos más retardatorios se tienen que apoyar en ella, evocando sus principios y valores. Por ejemplo, ¿cuántas veces hemos visto al PAN, a sus prohombres y afiliados, exaltar a Juárez o a la Revolución? Es que la Reforma representa algo irrenunciable, es el tronco del árbol que nutre ramas y hojas de la vida nacional. Pero volviendo al punto, aunque haya varios Méxicos, como tengo dicho, en rigor sólo hay uno. O sea, la disimilitud o desemejanza sirve para forjar un país, para aglutinar tendencias y visiones diferentes. Sin embargo, y como en un cuadro, al final aparece el lienzo ya completo y uniforme. ¿Cuál es el cuadro de la Nación Mexicana? Hay que meditar muy seriamente en esto. Hay que romper las barreras del egoísmo y entender que el bienestar propio y común no puede ser ajeno al árbol genealógico de la República. Pretender lo contario es propiciar el divisionismo. En consecuencia, fijémonos muy bien en las ideologías para no caer en la tentación que deslumbra y aparta del camino.
En suma, la palabra izquierda, que por desgracia asusta a tantos, no es sino el sinónimo del reformismo que se aleja tanto de los partidos conservadores como de los centristas. Pensemos en ello el próximo primero de julio. No nos estanquemos, procuremos el cambio verdadero.
Ahora bien, el próximo domingo primero de julio reclama, exige, habida cuenta de las circunstancias difíciles y hasta dramáticas por las que atraviesa México, un voto razonado y atento a la ideología política con la que se identifique el elector. En tal orden de ideas son claras las expectativas, que a mi juicio se reducen fundamentalmente a dos, aclarando que desde luego la diversidad de creencias políticas es la que le da valor y sentido a la democracia. Al respecto y desde el punto de vista sociológico hay, digamos, varios Méxicos que en resumen equivalen al que se inclina hacia la derecha o al que se inclina hacia la izquierda, obviamente con sus variantes y matices. ¿Qué quiere el elector, recordando un poco sus clases de civismo y de historia? No es que yo pretenda revivir la vieja lucha entre liberales y conservadores, aunque el llamado pasado nos enseña que los nombres, los adjetivos, al final de cuentas no hacen sino revelar algo que escapa a la propia denominación; no es que yo quiera revivir esa lucha, digo, pero guste o no México se ha forjado en el enfrentamiento de dos grandes corrientes. No hay más que ir a las páginas de la historia para constatar que la trayectoria nacional halla su expresión o símbolo en la Reforma, que es y seguirá siendo el crisol donde se fundió la patria. E incluso los grupos más retardatorios se tienen que apoyar en ella, evocando sus principios y valores. Por ejemplo, ¿cuántas veces hemos visto al PAN, a sus prohombres y afiliados, exaltar a Juárez o a la Revolución? Es que la Reforma representa algo irrenunciable, es el tronco del árbol que nutre ramas y hojas de la vida nacional. Pero volviendo al punto, aunque haya varios Méxicos, como tengo dicho, en rigor sólo hay uno. O sea, la disimilitud o desemejanza sirve para forjar un país, para aglutinar tendencias y visiones diferentes. Sin embargo, y como en un cuadro, al final aparece el lienzo ya completo y uniforme. ¿Cuál es el cuadro de la Nación Mexicana? Hay que meditar muy seriamente en esto. Hay que romper las barreras del egoísmo y entender que el bienestar propio y común no puede ser ajeno al árbol genealógico de la República. Pretender lo contario es propiciar el divisionismo. En consecuencia, fijémonos muy bien en las ideologías para no caer en la tentación que deslumbra y aparta del camino.
En suma, la palabra izquierda, que por desgracia asusta a tantos, no es sino el sinónimo del reformismo que se aleja tanto de los partidos conservadores como de los centristas. Pensemos en ello el próximo primero de julio. No nos estanquemos, procuremos el cambio verdadero.
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