Es Mario Soares ejemplo de longevidad política, por la lozanía de su pensamiento y la templada bonhomía de su carácter. Es también la personalidad testimonial más lúcida del ocaso de las dictaduras y los imperios coloniales, el nacimiento de las transiciones y los estragos del neoliberalismo. Esto es: del mundo contemporáneo.
Acaba de enviarme un libro que dedica a los jóvenes: Elogio de la política. Contiene análisis justos sobre cuestiones cruciales de nuestra época y pretende demostrar que la política no es necesariamente esa “gran puerca”, de la que se habló en tiempos de la monarquía. Se trata en el fondo de una reflexión moral.
Considera que el descrédito de los políticos ha sido inherente al cambio democrático. En los regímenes autoritarios “hablar mal de la política equivalía a cuestionar los sistemas de gobierno”. Era “prohibido e ilegal” y los disidentes no eran sino “subversivos”, que debían ser “marginados, discriminados y perseguidos por antipatriotas”.
La crítica de la política es el aliento respiratorio de las democracias y exige un comportamiento particularmente estricto de quienes a ella se dedican. Es un termómetro de la congruencia, pero también de la apariencia. Demanda un alto componente ético, pero, como en la antigua Roma, los actores públicos no sólo deben ser honestos, sino también parecerlo.
La política combina “la ambición individual con el desinterés y la inserción en la realidad con la integridad del ideal”. Comporta innumerables riesgos personales y genera satisfacciones superiores. Es en ese sentido “una de las más nobles actividades del ser humano, si no la más noble”.
“La Política con P mayúscula está siempre relacionada con el Estado y, desde fines del siglo XVIII, con la Constitución y obviamente con la democracia”; un político que no rija su conducta por esos parámetros “difícilmente será un gran político y, desde luego, nunca será un demócrata”.
Anota que “las llamadas democracias liberales han sido corroídas por la crisis de valores: abandono de principios, exceso del marketing político, peso del dinero, negocios especulativos e invasión de los medios electrónicos”. La globalización las está convirtiendo en “oligarquías plutocráticas”.
Destaca la expansión del tráfico de influencias y lo atribuye a “la práctica norteamericana del cabildeo, que autoriza a los políticos y ex políticos para defender intereses de empresas, grupos o personas ajenos al interés público”. Así, la implantación de la “teología del mercado” llevó consigo la creciente corrupción de la política y la intención de “fragilizar al Estado”.
Los mismos mecanismos e intereses que contribuyeron a la prostitución de la política luego se cebaron en denunciarla. “La propaganda contra la política, achacándole todos los males, se ha intensificado en forma deliberada y sistemática a efecto de subordinarla al mercado”. Por esa vía, la “mano invisible nos condujo a la crisis global en que estamos inmersos”.
A ello se debe el clamor por la restauración del Estado y la primacía de la política. Tal empresa no será posible sin el “resurgimiento de los partidos, de los sindicatos y, sobre todo, de los políticos”. Ello exige a su vez el renacimiento del civismo, la información y el debate ideológico.
La sociedad ha de ser “implacable con el comportamiento de sus dirigentes” y “el poder que éstos ejercen ha de ser siempre transitorio”. Citando a Karl Popper, sostiene que la democracia no es sólo el sistema en que los ciudadanos eligen a sus gobernantes, sino en que pueden sustituirlos mediante comicios frecuentes y periódicos, juicios políticos y revocación de mandatos.
La falta de sanción al desempeño prevaricador o ineficiente conduce a la impunidad de los gobernantes y a la impotencia de los gobernados. Adelgaza a la ciudadanía, degrada la política y degenera el poder. Gracias a Mario por este recordatorio.
Acaba de enviarme un libro que dedica a los jóvenes: Elogio de la política. Contiene análisis justos sobre cuestiones cruciales de nuestra época y pretende demostrar que la política no es necesariamente esa “gran puerca”, de la que se habló en tiempos de la monarquía. Se trata en el fondo de una reflexión moral.
Considera que el descrédito de los políticos ha sido inherente al cambio democrático. En los regímenes autoritarios “hablar mal de la política equivalía a cuestionar los sistemas de gobierno”. Era “prohibido e ilegal” y los disidentes no eran sino “subversivos”, que debían ser “marginados, discriminados y perseguidos por antipatriotas”.
La crítica de la política es el aliento respiratorio de las democracias y exige un comportamiento particularmente estricto de quienes a ella se dedican. Es un termómetro de la congruencia, pero también de la apariencia. Demanda un alto componente ético, pero, como en la antigua Roma, los actores públicos no sólo deben ser honestos, sino también parecerlo.
La política combina “la ambición individual con el desinterés y la inserción en la realidad con la integridad del ideal”. Comporta innumerables riesgos personales y genera satisfacciones superiores. Es en ese sentido “una de las más nobles actividades del ser humano, si no la más noble”.
“La Política con P mayúscula está siempre relacionada con el Estado y, desde fines del siglo XVIII, con la Constitución y obviamente con la democracia”; un político que no rija su conducta por esos parámetros “difícilmente será un gran político y, desde luego, nunca será un demócrata”.
Anota que “las llamadas democracias liberales han sido corroídas por la crisis de valores: abandono de principios, exceso del marketing político, peso del dinero, negocios especulativos e invasión de los medios electrónicos”. La globalización las está convirtiendo en “oligarquías plutocráticas”.
Destaca la expansión del tráfico de influencias y lo atribuye a “la práctica norteamericana del cabildeo, que autoriza a los políticos y ex políticos para defender intereses de empresas, grupos o personas ajenos al interés público”. Así, la implantación de la “teología del mercado” llevó consigo la creciente corrupción de la política y la intención de “fragilizar al Estado”.
Los mismos mecanismos e intereses que contribuyeron a la prostitución de la política luego se cebaron en denunciarla. “La propaganda contra la política, achacándole todos los males, se ha intensificado en forma deliberada y sistemática a efecto de subordinarla al mercado”. Por esa vía, la “mano invisible nos condujo a la crisis global en que estamos inmersos”.
A ello se debe el clamor por la restauración del Estado y la primacía de la política. Tal empresa no será posible sin el “resurgimiento de los partidos, de los sindicatos y, sobre todo, de los políticos”. Ello exige a su vez el renacimiento del civismo, la información y el debate ideológico.
La sociedad ha de ser “implacable con el comportamiento de sus dirigentes” y “el poder que éstos ejercen ha de ser siempre transitorio”. Citando a Karl Popper, sostiene que la democracia no es sólo el sistema en que los ciudadanos eligen a sus gobernantes, sino en que pueden sustituirlos mediante comicios frecuentes y periódicos, juicios políticos y revocación de mandatos.
La falta de sanción al desempeño prevaricador o ineficiente conduce a la impunidad de los gobernantes y a la impotencia de los gobernados. Adelgaza a la ciudadanía, degrada la política y degenera el poder. Gracias a Mario por este recordatorio.
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