RAÚL CARRANCÁ Y RIVAS
Reconozco que el artículo 24 de la Constitución tutela la libertad religiosa de "todo hombre". Lo que pasa es que cuando ese hombre es el Presidente de la República contrae un compromiso con el Estado laico, que en una de sus manifestaciones más elevadas prescribe que la "educación será laica y, por tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa", (artículo 3º constitucional).
Y si esto se complementa, como debe ser, con el artículo 130 que a su vez consagra "el principio histórico de la separación del Estado y las iglesias", resulta entonces que el Presidente es el jefe de un Estado laico y debe gobernar en consonancia con el mismo.
El general Manuel Ávila Camacho, llamado "el Presidente caballero", desde el principio de su mandato declaró que era católico pero asistía a misa y recibía la comunión en privado, nunca en público.
Era un Presidente con porte republicano y respetuoso de la tradición liberal de México.
Las puertas de la historia son muy amplias y cualquiera puede cruzarlas, aunque a la larga la historia juzga y define.
Yo pienso que Calderón podrá ser todo lo católico que quiera, pero respetando el espíritu liberal de la Carta Magna y sin que como Presidente de la República haga pública su fe.
No obstante hizo lo contrario en la reciente visita del Papa Benedicto XVI a México.
A mayor abundamiento le dijo a éste que sus palabras "serán de consuelo y renovarán la esperanza un pueblo en el que vivimos más de noventa y tres millones de católicos". ¿Está seguro?
El Papa ha de conocer mejor que él la sombra funesta del fanatismo que impide que la luz de la verdad le llegue al hombre.
¿De esos noventa y tres millones de católicos que citó el Presidente, cuántos son de verdad y cuántos lobos con piel de oveja? ¿Y al Papa y a su Iglesia qué les interesa, los lobos maquillados de ovejas o las ovejas auténticas que son su rebaño? Y si no es así, ¿por qué entonces Benedicto XVI habla de una crisis entre los llamados creyentes? ¿Y cuántos de esos creyentes son victimarios de los de verdad, oprimiéndolos con su poder económico y con el embrujo de una falsa felicidad?
Yo admiro el dulce fanatismo -no encuentro otras palabras-, de gran parte de nuestro pueblo, que se cobija al calor de una esperanza milenaria, de una especie de fe ciega. Ellos sí creen en Dios, no lo inventan.
Pero sostener que somos millones de católicos en México requiere un análisis muy serio de clasificación.
Feo, católico y sentimental definía Valle-Inclán al Marqués de Bradomín -enamorado febril-, en sus inmortales Sonatas.
Así hay muchas personas, y son más católicas que los católicos de membrete, de mera apariencia.
En suma, Calderón y su familia (esposa e hijos) recibieron la comunión de manos del Papa. Si fuera la "pareja presidencial", como en el sexenio pasado, diría uno que comparten fe, esperanza y caridad. No dudo que para Margarita Zavala y sus hijos haya sido ese un momento memorable, que recordarán siempre.
Pero da la casualidad, como se dice, que el jefe de familia es allí el jefe de Estado mexicano, el gobernante, el Presidente de la República laica.
El alto clero mexicano está empeñado desde hace tiempo en modificar el concepto de laicismo y en hacer llegar su versión al texto constitucional.
Al respecto todo indica que lo que buscan es poner de cabeza la herencia de la Reforma, aunque el partido en el poder, por ejemplo, le rinda homenajes oficiales a Juárez.
Sin embargo es de resaltar es que al margen de lo anterior el Presidente de hoy, en ejercicio de sus funciones, no debe de facto modificar el escenario histórico y político de México.
Felipe de Jesús Calderón Hinojosa es uno y el Presidente de la República es otro, aunque suene extraño; no son la misma persona porque el Presidente de la República es algo, digamos, intemporal, es la cualidad o condición de la Presidencia de la República. En cambio aquél es un ser humano como hay millones. Que no lo olvide.
*«Memento homo es!, ¡Recuerda que eres hombre!, era la advertencia que le hacía un siervo al triunfador para que no se inflara de orgullo. Pero también existían otras fórmulas, como Cave, ne cadas!, ¡Cuidado no te caigas! Según parece, fue la utilizada con Pompeyo cuando se celebró su tercer desfile triunfal tras la conquista de Oriente en el año 63 aC. Algo similar ocurría en las ceremonias de coronación de los papas: un sacerdote quemaba un cabo de estopa ante el nuevo pontífice y, mientras duraba la fugaz hoguera, repetía hasta tres veces: Beatissime Pater, sic transit gloria mundi, Beatísimo padre, así pasa la gloria del mundo.
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