JULIO JUÁREZ GÁMIZ
Hay temas blandos y duros en la agenda de los medios de comunicación. Unos tienen mayor trascendencia en la vida de millones de personas y otros pasan al olvido tan rápidamente como llegaron. El mejor ejemplo de los primeros son las notas sobre deportes, crimen, celebridades e historias de interés humano. Por su parte, los segundos agrupan notas sobre política, economía, derechos humanos, bienestar social (educación, salud y vivienda), sistema judicial y negocios.
Uno de los principales criterios para separar las noticias suaves de las duras, como si de frijoles y gomitas se tratara, es su contenido emocional. Diversos estudios indican que, si bien la emoción es un elemento que reside en la audiencia -y que por ende habita en cada uno de nosotros-, hay contenidos que ofrecen mayores estímulos para activarla. Un partido de fútbol, una persecución policiaca, una actriz en bikini o la tragedia familiar de quien pierde una hija a manos del crimen organizado son estímulos emocionales sumamente poderosos. Del lado opuesto tenemos notas sobre la bolsa de valores o las carencias de la infraestructura hospitalaria, un debate sobre los fondos de pensiones o la evaluación del sistema educativo de acuerdo a métricas de desempeño docente.
Hoy preocupa más a los candidatos salir en las sátiras o chacoteos de la noticia que generar una discusión pública en torno a los temas que mueven y que deberían caracterizar sus propias plataformas de campaña. Desafortunadamente, en lo que va de las precampañas e intercampaña, no es posible advertir una agenda ideológica clara en los cuatro candidatos. Hace dos décadas Ansolabehere e Iyengar, profesores de Stanford, hablaban de la importancia que tiene para un candidato apropiarse de un tema en la agenda. A menos de dos semanas de que inicie formalmente la campaña no es posible distinguir las prioridades políticas en ninguna de las cuatro casas de campaña. No es que los candidatos no hallan hablado de ningún tema, el problema es que han hablado de todos de la misma manera superficial.
Si no existe un interés particular, las audiencias preferimos que los medios nos hagan sentir cosas más que obligarnos a pensar en ellas. Para ello son particularmente efectivos los medios audiovisuales. Las imágenes siempre son codificadas de manera automática por nuestros cerebros mientras que el texto requiere de un esfuerzo atencional mayor y, además, de una comprensión lógica que exige un conocimiento mínimo acerca de la información presentada.
Esto suele causar un desinterés político en los segmentos del electorado más ‘desinformados’. Entre menos sepa uno del debate político-electoral más difícil será comprenderlo y, en consecuencia, menor interés tendrá en fundamentar su opinión. Ojo que no hablo aquí de la intención de voto. Uno puede estar convencido de ir a votar aunque no tenga ni la menor idea de por quién lo hará o qué determinó, en última instancia, el sentido de su elección. O, peor aun, sin que logre enunciar las consecuencias deseadas de esta decisión.
La crítica globalizada frente a la producción de contenidos en los medios de comunicación se centra muy frecuentemente en la expansión de las noticias suaves a terrenos antes caracterizados por la información dura. El mejor ejemplo de ello son las campañas. Cuando deberíamos estar discutiendo los programas y propuestas concretas de los partidos políticos que hoy postulan a cuatro candidatos (por ley entregadas al IFE a mediados de febrero) lo que se lleva las primeras planas son anécdotas y trascendidos respecto a hechos y dichos que saturan los canales informativos de los medios de comunicación.
Es claro que hay un falso debate al exigir que el tratamiento mediático de las elecciones sea puramente racional y que vayamos a la perdición democrática al privilegiar la banalidad de la imagen como pauta de comportamiento electoral. No es necesario elegir entre uno y otro enfoque, sin embargo, hoy los soft news se han ido comiendo a los hard news como gremlins sin llenadera.
Regresemos al discurso de quienes hoy aspiran ganar la presidencia de la República. Cuando todos los temas son prioridad ningún tema lo es en realidad. Los discursos que van retacados de lugares comunes y clichés apolillados estrangulan cualquier asomo de esperanza en el electorado. Sin proyecto no puede haber esperanza, sin un programa de gobierno no puede haber enamoramiento. Primero los hard news luego, cómo no, que vengan los soft news. No al revés.
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