MARÍA AMPARO CASAR
No mienten los encuestadores cuando dicen que las encuestas son meras fotografías del momento, que miden lo que pasa "hoy", no lo que va a pasar "mañana", que son escenarios de probabilidad, no pronósticos. Pero no dicen toda la verdad. Las encuestas son mucho más que eso. Los que las hacen y las difunden son actores en la contienda.
Las encuestas electorales son un instrumento de toma de decisiones para los candidatos y sus equipos de campaña. Les dicen si sus estrategias están funcionando o no y si deben persistir en ellas o cambiarlas. Los alertan sobre la trayectoria de sus adversarios y la necesidad de acelerar el paso o consolidar la posición ocupada. Como fuente de información interna para los candidatos y sus estrategas dichas encuestas no suelen ser publicadas y, si han de cumplir su objetivo, no favorecen a quien las paga.
Las encuestas son también materia prima para la toma decisiones del electorado. Captan la atención de los votantes y son elemento crucial para mantener o modificar su preferencia inicial o, en el caso de los indecisos, para orientar su voto. La información que proveen las encuestas puede ser utilizada por los electores para impedir que gane el candidato menos preferido por ellos aun a costa de sacrificar su primera preferencia, para no desperdiciar el voto ante la inminente derrota de su candidato, para que un partido no pierda su registro, para sentirse parte de la tendencia ganadora o para evitar que un solo partido se lleve la Presidencia y obtenga la mayoría en el Congreso. Es lo que se llama voto estratégico. Sin la información que nos dan las encuestas ninguna de estas estrategias del votante sería efectiva.
Como dice Roy Campos, si la difusión de las encuestas es un instrumento para influir en las preferencias del electorado, la no difusión es también una forma de influir en los resultados porque evita la modificación de las intenciones de voto. Puestos a escoger y partiendo de que parte importante de la democracia es informar al electorado habría que ponerse del lado de la mayor información posible.
Esto nos lleva al tercer punto. Las encuestas son también un instrumento de propaganda y como toda propaganda pueden informar pero también desinformar, como los medicamentos milagro o la atribución de ciertas propiedades a productos que no las tienen. La propaganda no es mala ni reprobable en sí. Lo es cuando está basada en falsedades y su intención es desinformar para vender.
Finalmente las encuestas son un instrumento de legitimación o deslegitimación. Si un candidato lleva una ventaja abrumadora el día anterior (por desgracia nuestra legislación prohíbe la publicación de encuestas tres días antes) y el día de la elección no obtiene el triunfo, llamará a sospecha. Por el contrario si el resultado final se apega a las tendencias marcadas por las encuestas, su resultado será más creíble.
A quererlo o no las casas encuestadoras y sus productos son actores en la contienda y como en el caso de otros actores -partidos, candidatos, gobernadores, Presidente, equipos de campaña, medios de comunicación- hay quienes se comportan de acuerdo con las mejores prácticas y quienes no lo hacen, quienes se conducen con ética y quienes no la conocen, quienes obtienen recursos por la vía legal y quienes no lo hacen, quienes usan los datos para informar y quienes los usan para desinformar.
Por todas estas razones las encuestas son materia de disputa y por todas ellas tenemos derecho a exigir calidad a quienes las producen y responsabilidad a quienes las difunden. Es lo mismo que hace tiempo queremos exigir a los partidos y candidatos: rendición de cuentas. La teoría nos dice que hay que permitir la difusión de cualquier encuesta porque el mercado acaba castigando a los productos que no resultan ser lo que prometen. Ojalá y así fuera pero la experiencia dice que no lo es.
Leo Zuckerman ha publicado en la revista Nexos de este mes un magnífico artículo en el que evalúa y califica a las empresas encuestadoras para las 17 elecciones a gobernador de 2010 a 2011. Como él mismo dice, hacen falta más ejercicios como éste.
Por lo pronto, lo que los ciudadanos que queremos ejercer el voto con responsabilidad e información necesitamos es que los propios encuestadores asuman su responsabilidad. Que no actúen con el espíritu de cuerpo de los gremios que tantas veces se autoprotegen o cuando menos pasan por alto las malas prácticas de los otros con tal de no enemistarse con sus colegas. Los ciudadanos necesitamos una guía sencilla que nos permita saber qué encuestas son de fiar y cuáles no.
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