jueves, 2 de septiembre de 2010

72 ASESINATOS

JOSÉ WOLDENBERG KARAKOSKY

"Primero los retuvieron, los torturaron y les exigieron dinero para dejarlos seguir su camino a Estados Unidos. Luego, como no tenían con qué pagar, les ofrecieron unirse a la delincuencia organizada y, al negarse, los masacraron. Así terminó el viaje de al menos 72 indocumentados -58 hombres y 14 mujeres- procedentes de Ecuador, Honduras, Brasil y El Salvador, que cayeron en manos de presuntos zetas en un rancho de San Fernando, Tamaulipas, según la declaración del único sobreviviente de la masacre" (Reforma, 26 de agosto de 2010).
Luego conocimos más detalles del siniestro crimen. Pero lo fundamental fue eso: secuestro, tortura, solicitud de rescate, invitación a sumarse a las filas de la delincuencia y, al final, asesinatos con todas las agravantes de premeditación, alevosía y ventaja. Y además, la especulación de que autoridades mexicanas podrían ser cómplices de las bandas criminales.
Y sin embargo, uno intuye que el flujo de migrantes de Centro y Sudamérica hacia Estados Unidos, que pasa por México, no se detendrá. Es posible que algunos, ante el terror que emana de la información, declinen sus intenciones de emprender la compleja ruta. Pero de seguro que muchos otros intentarán llegar a la "tierra de la gran promesa".
No es sólo un asunto nacional o regional sino que en todo el mundo millones de personas migran de sus países de origen a aquellos donde creen o encuentran mejores condiciones de vida y trabajo. Si una característica tiene el planeta hoy, es que las migraciones se han multiplicado y la tendencia no hace más que crecer. Por ejemplo, en 1996 España recibía alrededor de 16 mil inmigrantes al año y hoy la suma alcanza los 800 mil. Y el mayor número lo aportan los países de América Latina. En orden de magnitud: Ecuador, Colombia, Bolivia, Argentina y Perú. Lo que indica que no sólo la colindancia explica y posibilita las migraciones masivas (Rafael Muñoz de Bustillo y José Ignacio Antón. "De la España que emigra a la España que acoge", en América Latina hoy. Agosto 2010. Universidad de Salamanca).
Mientras se mantengan las abismales desigualdades entre países, mientras el trabajo obtenga remuneraciones profundamente polarizadas, mientras las expectativas de futuro en uno y otro lugar estén marcadas por la esperanza y la desesperanza, miles y miles de hombres y mujeres seguirán cruzando las fronteras para forjarse -o creer que se pueden forjar- un mejor porvenir. Se trata de una perogrullada, pero que tiene que ser el punto de partida de cualquier política migratoria digna de ese nombre. Porque un país como el nuestro que expulsa todos los años a cientos de miles de conciudadanos hacia Estados Unidos y que reclama para ellos un trato justo, respetuoso de sus derechos, no puede -no debe- cerrar los ojos y dejar que sean los "polleros", las bandas de delincuentes y funcionarios corrompidos los responsables del destino de los migrantes que cruzan por nuestro territorio.
México no debe convertirse en el purgatorio por el que están obligados a pasar los migrantes antes de llegar al "paraíso". No podemos ni debemos asumirnos como el territorio inhóspito que es necesario superar antes de llegar a la meta. Las restricciones que el gobierno norteamericano pone a los migrantes del sur no deben ser acompañadas por una política deshilachada en la materia que supone que cada quien debe "rascarse con sus propias uñas", lo que hace de los migrantes presas fáciles de traficantes de personas, bandas delincuenciales y funcionarios venales.
Si de por sí los migrantes al llegar a su destino tienen que trascender muy distintas barreras para su difícil integración, resulta además vergonzoso que el territorio de paso se convierta en un espacio donde reinen el abuso, la discriminación, el acoso, el soborno, y en el extremo, el secuestro, la tortura y la muerte.
México debería intentar construir una política migratoria cuya base fundamental sea la del respeto a los derechos humanos de los migrantes, en el entendido de que no se trata de delincuentes sino de personas que aspiran a cimentar una nueva vida en un país en principio ajeno, pero que les ofrece -real o imaginariamente- un futuro mejor. Eso reclama que los requisitos para el tránsito legal por nuestro territorio sean accesibles, que no construyamos diques de exigencias infranqueables, y que los funcionarios encargados asimilen que no están tratando con mercancías ni esclavos, sino con personas que en principio mantienen (o sería mejor y más exacto decir: deberían mantener) todos sus derechos a salvo.
Debería ser una prioridad reformar y robustecer las instituciones que tienen que ver con la administración de las migraciones al tiempo que se construyen conductos para que lo que hoy sucede en el subsuelo del país pueda desarrollarse a la luz del día y con todas las garantías para quienes han decidido probar suerte en otras tierras. Ojalá que lo anunciado por el gobierno federal (31-08-10) tenga un impacto significativo.

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