jueves, 23 de septiembre de 2010

MIGRANTES QUE NO IMPORTAN

JOSÉ WOLDENBERG KARAKOSKY

Óscar Martínez, un joven periodista salvadoreño, le preguntó el año pasado a El Calambres (Higinio Pérez Argüello) "¿por qué sólo asaltaban a indocumentados?". El Calambres, de 26 años, se encontraba preso en el penal de Huixtla, Chiapas, acusado de violación, portación de arma prohibida y asalto. Era uno de los muchos que por esas tierras se dedicaba a asaltar, robar, violar e incluso matar a migrantes. Y la respuesta no se hizo esperar: "Porque saben que esas personas van de paso...". Se trata de los migrantes centroamericanos que cruzan por nuestro territorio buscando llegar a Estados Unidos y que se encuentran como los trapecistas en su momento más vulnerable: ya se han soltado del primer trapecio pero todavía no han alcanzado el segundo.
Óscar Martínez vio, acompañó, entrevistó a un buen número de migrantes, siguió por sus rutas, intentó comprender sus necesidades y anhelos, platicó con autoridades migratorias y policías, con funcionarios de la CNDH y coyotes, lo hizo en Oaxaca y Chiapas pero también en Tijuana y Chihuahua. Y escribió una serie de crónicas que pintan el infierno que los migrantes viven al cruzar por nuestro país (Los migrantes que no importan. En el camino con los centroamericanos indocumentados en México. Nota introductoria: Julio Scherer García. Icaria. Barcelona. 2010. 271 págs.).
Las causas para migrar no sorprenden: la pobreza y la esperanza de una vida mejor, el reencuentro familiar, la violencia que amenaza. Un ejemplo entre miles: Jaime Arriaga, hondureño, 37 años, "un clásico campesino". "Era su segundo intento. El primero le permitió pasar dos años en Estados Unidos. Ahorró. Logró construir en su aldea una casa de cemento y teja que le costó 17 mil dólares. Y regresó a Honduras para quedarse porque ya tenía lo que quería: su casa y sus cultivos. Pero seis meses duró la inversión de dos años. "Un huracán... me destruyó todo". Todo: la casa y la milpa. Y entonces, como la primera vez, Jaime empacó un poco de ropa y algunos dólares, y se despidió de su mujer. "Ya sabés que la única manera de volver a lograr lo que he perdido es en Estados Unidos".
Óscar Martínez lo encontró en la casa albergue del sacerdote Alejandro Solalinde en Ixtepec y le contó su catastrófica relación con La Bestia, ese ferrocarril de carga con más de 20 vagones que hace el recorrido entre Ixtepec y Medias Aguas, entre Oaxaca y Veracruz, en seis horas o más, y que se ha vuelto célebre por la inclemencia con que cercena a las personas. En el caso de Jaime "el último vagón le pasó por encima de su pierna derecha".
Pero no es la relación con una máquina ciega lo peor que le puede pasar a los migrantes. Son los contactos, relaciones, tratos con otros hombres, lo que resulta más espeluznante. En no pocos casos de mujeres, a las causas anteriores para migrar hay que sumar los abusos y maltratos sexuales. Como los de los cientos de prostitutas que habitan esa zona de nadie situada en la frontera de Guatemala y México. De nuestro lado se cometen todo tipo de arbitrariedades contra indocumentadas presas de las redes de trata de personas. Como "Erika", una hondureña que "salió de su país con 14 años y dejó a los dos gemelos que parió cuando tenía 13". Esos niños eran fruto del abuso de uno de los hijos de la señora con la que vivía "arrimada", y decidió "irse para el norte" a buscar "una mejor vida". Pero su norte no resultó el original, "prefirió quedarse en Chiapas. Lo hizo en Huixtla, un municipio de la zona de burdeles...", y ahí vive, entre la resignación y la falta de papeles. Al parecer, la más eficiente amenaza de los lenones es que "si te escapas, llamo a Migración y te meten presa".
Óscar Martínez se enfrenta apenas unos cuantos meses después, "ya no sólo (a)... asaltos y violaciones en parajes alejados de todo. Ya no se trata sólo de mutilados". Ahora: "los machetes dieron paso a los fusiles de asalto; los rincones en el monte, a casas de seguridad; los asaltantes comunes, a los Zetas; los robos, a los secuestros". Todo ello escrito antes de la matanza de 72 migrantes y denunciando la connivencia de las bandas con autoridades. Habló con un funcionario de la CNDH al que le dijo: "Tengo tres testimonios donde alguien que fue secuestrado asegura que de su grupo alguno se escapó y que al volver, muy golpeado, les dijo que venía de denunciar a la policía local que en la casa quedaban migrantes, y que la policía los llevó a entregarlos a los secuestradores". Su conclusión es fría y aterradora: "el panorama ha cambiado, pero las autoridades son las mismas y los migrantes siguen sin importar".
Al llegar a los puntos fronterizos -Tijuana, Ciudad Juárez, La Nariz, Sonoíta, Algodones, Sásabe, Las Chepas, Nuevo Laredo- los retos y obstáculos no son menores: coyotes, retenes militares, policías locales, agentes federales, narcos y murallas construidas del otro lado; un río auténticamente Bravo, desiertos y la Patrulla Fronteriza. Asoma ya la tierra de la gran promesa.

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