José de Jesús Gudiño Pelayo ha partido de esta vida dejando un legado que trascenderá no sólo en el ámbito jurídico, sino también en el histórico, social e institucional.
Lo conocí hace alrededor de cincuenta años, cuando cursábamos la carrera de Derecho, él estudiaba en la Universidad Iberoamericana y yo en la Nacional Autónoma de México. Desde entonces, cultivamos una amistad fraterna que nos permitió intercambiar pensamientos y enriquecer los propios. Los intereses comunes que nos unían hicieron que el lazo de amistad se estrechara cada día más; los caminos que transitamos por esta vida lograron una consistente y siempre grata relación la que se estrechó aún más cuando ambos convergimos en la Suprema Corte de Justicia de la Nación como ministros del Máximo Tribunal. Fue él, precisamente, el encargado de darme las palabras de bienvenida al Alto Tribunal el nueve de noviembre de dos mil cuatro.
José de Jesús fue un hombre de ideas, de convicciones profundas, un forjador de gente de leyes y un amplio conocedor del Derecho.
En él se conjugaban los elementos que expuso en una de sus obras respecto de lo que la sociedad requiere de los jueces; calidad moral para ejercer bien la labor del juzgador y sólidos conocimientos del Derecho: "Existe un enorme interés público en que quien juzgue sea una persona de honorabilidad y conocimientos, una persona que cuente con las herramientas técnicas necesarias para el cabal desempeño del cargo, y que también tenga la calidad moral indispensable para ejercerlo bien."
Inició su carrera dentro del Poder Judicial de la Federación como secretario de Estudio y Cuenta, adscrito a la Primera Sala en la Suprema Corte de Justicia, posteriormente se desempeñó como juez de Distrito, para llegar a ser magistrado de Circuito. En 1995 llegó nuevamente a la Suprema Corte de Justicia pero ahora como ministro de la misma.
Su perfil era el de un ministro de pensamiento independiente, con firmes convicciones que defendió en el Máximo Tribunal, su pensamiento siempre tendió a que se concretara la justicia en cada caso y que los derechos de los gobernados fueran plenamente respetados. Estas fueron las máximas que guiaron su labor en el más Alto Tribunal de la República.
José de Jesús legó para la posteridad obras que sobresalen por su profundidad y seriedad en las que trató grandes temas de la ciencia jurídica, siendo algunos de ellos los siguientes: "Problemas fundamentales del amparo mexicano"; "Introducción al amparo mexicano"; "El Estado contra sí mismo"; "Las comisiones gubernamentales de Derechos Humanos y la deslegitimación de lo estatal"; "Controversia sobre controversia"; asimismo, una vasta cantidad de artículos, escritos de gran envergadura y conferencias magistrales.
Chucho Gudiño ya no caminará por los pasillos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a la que sirvió con denuedo, llevando siempre presente en su trabajo diario una de las máximas de la Universidad que lo formó: "El que no vive para servir, no sirve para vivir."
Su partida significa una gran pérdida no sólo para Yola y sus hijos, sino también para todos nosotros, para la Suprema Corte de Justicia de la Nación, para el Poder Judicial y para México.
Hago votos porque José de Jesús Gudiño Pelayo descanse en paz, en su cuerpo y en su espíritu.
Que ese pensamiento garantista que lo caracterizó "no descanse", sino que siga alumbrando nuestro camino y el de las generaciones que continuarán nuestras tareas.
Lo conocí hace alrededor de cincuenta años, cuando cursábamos la carrera de Derecho, él estudiaba en la Universidad Iberoamericana y yo en la Nacional Autónoma de México. Desde entonces, cultivamos una amistad fraterna que nos permitió intercambiar pensamientos y enriquecer los propios. Los intereses comunes que nos unían hicieron que el lazo de amistad se estrechara cada día más; los caminos que transitamos por esta vida lograron una consistente y siempre grata relación la que se estrechó aún más cuando ambos convergimos en la Suprema Corte de Justicia de la Nación como ministros del Máximo Tribunal. Fue él, precisamente, el encargado de darme las palabras de bienvenida al Alto Tribunal el nueve de noviembre de dos mil cuatro.
José de Jesús fue un hombre de ideas, de convicciones profundas, un forjador de gente de leyes y un amplio conocedor del Derecho.
En él se conjugaban los elementos que expuso en una de sus obras respecto de lo que la sociedad requiere de los jueces; calidad moral para ejercer bien la labor del juzgador y sólidos conocimientos del Derecho: "Existe un enorme interés público en que quien juzgue sea una persona de honorabilidad y conocimientos, una persona que cuente con las herramientas técnicas necesarias para el cabal desempeño del cargo, y que también tenga la calidad moral indispensable para ejercerlo bien."
Inició su carrera dentro del Poder Judicial de la Federación como secretario de Estudio y Cuenta, adscrito a la Primera Sala en la Suprema Corte de Justicia, posteriormente se desempeñó como juez de Distrito, para llegar a ser magistrado de Circuito. En 1995 llegó nuevamente a la Suprema Corte de Justicia pero ahora como ministro de la misma.
Su perfil era el de un ministro de pensamiento independiente, con firmes convicciones que defendió en el Máximo Tribunal, su pensamiento siempre tendió a que se concretara la justicia en cada caso y que los derechos de los gobernados fueran plenamente respetados. Estas fueron las máximas que guiaron su labor en el más Alto Tribunal de la República.
José de Jesús legó para la posteridad obras que sobresalen por su profundidad y seriedad en las que trató grandes temas de la ciencia jurídica, siendo algunos de ellos los siguientes: "Problemas fundamentales del amparo mexicano"; "Introducción al amparo mexicano"; "El Estado contra sí mismo"; "Las comisiones gubernamentales de Derechos Humanos y la deslegitimación de lo estatal"; "Controversia sobre controversia"; asimismo, una vasta cantidad de artículos, escritos de gran envergadura y conferencias magistrales.
Chucho Gudiño ya no caminará por los pasillos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a la que sirvió con denuedo, llevando siempre presente en su trabajo diario una de las máximas de la Universidad que lo formó: "El que no vive para servir, no sirve para vivir."
Su partida significa una gran pérdida no sólo para Yola y sus hijos, sino también para todos nosotros, para la Suprema Corte de Justicia de la Nación, para el Poder Judicial y para México.
Hago votos porque José de Jesús Gudiño Pelayo descanse en paz, en su cuerpo y en su espíritu.
Que ese pensamiento garantista que lo caracterizó "no descanse", sino que siga alumbrando nuestro camino y el de las generaciones que continuarán nuestras tareas.
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