El año que comienza trae desafíos serios para las relaciones internacionales de México. El margen de maniobra para enfrentarlos es reducido; en parte, porque provienen de factores externos sobre los que ejerce poca influencia el gobierno mexicano; en parte, porque tienen su origen en circunstancias internas cada vez más enraizadas en la vida nacional, como la violencia y la corrupción; en parte, porque la descomposición de la imagen externa del país es grande y es fácil que aparezcan factores adicionales que profundicen su caída. El único campo en que las perspectivas son alentadoras es aquel donde cuenta la experiencia diplomática; en la batalla contra el cambio climático a nivel multilateral México tiene un lugar de prestigio asegurado. En el ámbito de la relación con Estados Unidos, la situación es muy difícil. El gobierno mexicano se colocó en situación vulnerable cuando, en su visita de Estado a ese país, Felipe Calderón pronunció un discurso en el Congreso destinado a complacer a los demócratas e indignar a los republicanos. Poco después, éstos últimos ganaron arrolladoramente las elecciones intermedias y ahora ocupan puestos claves para asuntos de México tanto en los comités del Congreso como en los gobiernos y Congresos locales de estados fronterizos. Las perspectivas para temas que interesan a México, como la reforma migratoria, o la prohibición de ventas de armas de asalto, son muy negativas. Se puede esperar mayor animosidad hacia los migrantes mexicanos y mayores presiones para que se haga más espeso el muro entre los dos países. Se requerirá bordar muy fino, que no es la especialidad del actual gobierno, para mantener un diálogo constructivo con quienes en estos momentos dominan el espectro político en Estados Unidos. En el otro extremo, desde la frontera sur, los problemas también son severos. Hay un desfase verdaderamente dramático entre la esperanza de conquistar un liderazgo latinoamericano, expresada en 2010, y la dolorosa realidad de la relación con los países de Centroamérica. El maltrato, el secuestro, la extorsión, el asesinato de los migrantes centroamericanos que atraviesan el territorio mexicano con la intención de llegar a Estados Unidos han producido comprensible indignación entre los gobiernos de los países más afectados: Guatemala, Honduras, El Salvador. Se sabe que participan en esos hechos funcionarios de las oficinas de migración y cuerpos de policía del gobierno mexicano. El gran desafío es poner término a esos abusos, proteger a los migrantes en tránsito y encontrar la manera de enfrentar el problema económico y político que conlleva su presencia. Esto se podría lograr, entre otras formas, mediante acciones tripartitas, es decir, coordinadas con Estados Unidos, el país de destino, y las naciones centroamericanas de origen; una tarea compleja que requiere de años para ponerla en pie y de una gran voluntad política. El tercer gran desafío es decidir cuál será la herencia de este sexenio por lo que toca a la participación de México en la “construcción de la arquitectura internacional”. La tan discutida participación en Operaciones de Mantenimiento de la Paz una vez más quedó en suspenso. México sigue siendo uno de los pocos países de América Latina que no participa en ellas. Los motivos son oscuros: desde la resistencia de los miembros del Ejército hasta la convicción de que las tareas internas en la lucha contra al narcotráfico son demasiado urgentes como para distraer aunque fuera un pequeño contingente de carácter civil en problemas que parecen lejanos. La pertenencia de México al Consejo de Seguridad de la ONU como miembro no permanente durante el bienio 2009-2010 terminó sin dejar huella. Ninguno de los temas que se discutieron allí ni las posiciones que adoptó nuestro representante tuvieron algún impacto en la opinión pública nacional, no tanto porque no eran noticia –algunos, como los conflictos de Corea del Norte o Irán, sin duda lo son–, sino porque la pertenencia de México al Consejo no estuvo acompañada de la decisión de “traer más mundo a México”. Al contrario, por las mismas razones por las que no se participa en Operaciones de Mantenimiento de la Paz tampoco interesa sensibilizar, informar mejor, hacer que sean parte de la vida nacional lo que ocurre y lo que se hace en el Consejo de Seguridad. El desafío es cambiar esa perspectiva y ver los problemas mundiales como asuntos en los que México debe participar, por ser un miembro responsable de la comunidad internacional, pero también porque dicha participación beneficia a su papel en la escena internacional y, por ende, a los intereses nacionales. El único terreno donde el actual gobierno tiene margen de maniobra y capacidad de influencia es en las negociaciones multilaterales sobre cambio climático. Después de los éxitos diplomáticos de Cancún, México será un interlocutor obligado para participar en la planeación de la COP 17 el año entrante en Durban, Sudáfrica. Mucho puede aportar la experiencia mexicana al éxito de esa reunión, entendiendo como tal que se avance hacia compromisos más específicos y verificables, independientemente de la forma jurídica que finalmente se adopte. Ahora bien, el gran desafío del 2011 será no añadir elementos aún más negativos a la imagen del país en el exterior. La violencia, los muertos, los peligros en las carreteras, la ausencia de autoridades en ciertas regiones, son los rasgos que hoy dominan dicha imagen. Si se añaden un comportamiento errático de los partidos políticos, el mal funcionamiento de las instituciones encargadas de la buena marcha de la democracia y la pérdida de confianza en las elecciones de 2012, no sólo se seguirá perdiendo respeto, también se alimentarán las dudas sobre el futuro de la estabilidad democrática del país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario