CARMEN ARISTEGUI
Aunque no sea verdad, Felipe Calderón negó este miércoles haberse referido -de manera pública y privada- al combate gubernamental contra el crimen organizado instrumentado por su gobierno con la palabra "guerra". La falsedad de su afirmación es demasiado fácil de demostrar, tal y como lo hizo ayer mismo Reforma, revisando el conjunto de declaraciones públicas (de las privadas lo dejamos a la imaginación) hechas por el mandatario al respecto. La palabra "guerra" está presente en esta revisión inmediata y no exhaustiva del periódico -porque no hacía falta más- en ocho declaraciones públicas de Felipe Calderón.
Calderón se entrometió en el orden de los oradores durante los reiniciados Diálogos por la Seguridad, "aclarando" el punto a quien pronunciaba un discurso. Miguel Treviño de Hoyos, director del Consejo Cívico de Instituciones de Nuevo León, le dijo que si había elegido, como Presidente, el concepto de "guerra" para definir lo que estamos viviendo, debería entonces asumir la tarea más importante hoy como Comandante Supremo para asegurar la "... unidad de propósito y la coordinación de todas las instancias públicas que participan en ella". Petición más que justificada ante las evidencias de descoordinación y falta de confianza entre las entidades gubernamentales responsables de combatir al crimen. Ahí están los cables de WikiLeaks que exhiben el fenómeno de manera descarnada. Uno fechado el 26 de octubre de 2009 (el 09México3077) señala que el secretario de la Defensa lamentó ante Dennis Blair, director de inteligencia estadounidense, no sólo la larga participación del Ejército en la lucha contra el crimen, la percepción de que no tienen marco jurídico para respaldar sus acciones, sus temores por la pérdida de prestigio ante las críticas por violaciones a los derechos humanos, sino que habló, también, de la desconfianza del Ejército hacia la policía. El asunto, pese a su gravedad, pasó casi de noche en nuestro país. Otros cables con información del embajador Carlos Pascual a su gobierno hablan de la lentitud y falta de respuesta del Ejército ante la información proporcionada por Estados Unidos sobre la ubicación de Arturo Beltrán Leyva, inacción militar que hizo que entonces recurriera a la Marina quien, finalmente, realizó el operativo que puso fin a la vida del criminal.
La descoordinación, desconfianza e ineficacia entre autoridades es algo reprobable en tiempos de "normalidad". En tiempos como los que corren, de "...guerra contra la delincuencia, contra los enemigos de México" (Calderón, 12 de septiembre de 2008), guerra que ha producido más de 30 mil muertos en cuatro años, en la que se han gastado presupuestos estratosféricos y se ha convertido en la principal y casi única apuesta gubernamental, la ineficiencia, la colusión, la desconfianza y la descoordinación son absolutamente inaceptables. Por eso no se equivocaba Treviño de Hoyos al decirle a Calderón que si él había elegido el concepto de "guerra" para definir lo que sucede hoy en México, debería realizar como tarea principal la unidad de propósitos y la coordinación entre quienes participan en el combate. A Calderón lo sacudió, ahora, oír la palabra "guerra" para identificar su mandato. Reaccionó y quiso quitársela de encima. Demasiado tarde, por supuesto. Calderón, el Presidente que aludiendo a lo bélico decidió vestir -fuera de talla- el uniforme militar al iniciar su sexenio, no quiere que lo asocien con este concepto porque sabe que dejará a quien lo suceda un trastocamiento institucional de grandes dimensiones. Se cumplirá el adagio que habla de lo fácil que es sacar al Ejército de los cuarteles y lo difícil que es regresarlo. El Ejército ha dicho que, a su pesar, tendrá que mantenerse en esto por lo menos 10 años más. La responsabilidad histórica de las decisiones tomadas por este gobierno, en esta materia, será enorme. Hoy, Calderón rechaza la palabra "guerra", cuan- do México está siendo comparado con la realidad de Afganistán. Sabe que el principio del fin transcurre inexorable para él y que el juicio de la historia empieza a anticiparse. El número de muertos, el dominio territorial por el crimen organizado de franjas enteras en el país, la captura de autoridades en todos los ámbitos, un colapso en el sistema de justicia y una crisis profunda de seguridad en más del 70 por ciento de los municipios ha hecho que la población empiece a salir del pasmo para exigir en un "NO + SANGRE" que esto pare. En algo que se traduce en catarsis y también en un respiro moral.
Calderón se entrometió en el orden de los oradores durante los reiniciados Diálogos por la Seguridad, "aclarando" el punto a quien pronunciaba un discurso. Miguel Treviño de Hoyos, director del Consejo Cívico de Instituciones de Nuevo León, le dijo que si había elegido, como Presidente, el concepto de "guerra" para definir lo que estamos viviendo, debería entonces asumir la tarea más importante hoy como Comandante Supremo para asegurar la "... unidad de propósito y la coordinación de todas las instancias públicas que participan en ella". Petición más que justificada ante las evidencias de descoordinación y falta de confianza entre las entidades gubernamentales responsables de combatir al crimen. Ahí están los cables de WikiLeaks que exhiben el fenómeno de manera descarnada. Uno fechado el 26 de octubre de 2009 (el 09México3077) señala que el secretario de la Defensa lamentó ante Dennis Blair, director de inteligencia estadounidense, no sólo la larga participación del Ejército en la lucha contra el crimen, la percepción de que no tienen marco jurídico para respaldar sus acciones, sus temores por la pérdida de prestigio ante las críticas por violaciones a los derechos humanos, sino que habló, también, de la desconfianza del Ejército hacia la policía. El asunto, pese a su gravedad, pasó casi de noche en nuestro país. Otros cables con información del embajador Carlos Pascual a su gobierno hablan de la lentitud y falta de respuesta del Ejército ante la información proporcionada por Estados Unidos sobre la ubicación de Arturo Beltrán Leyva, inacción militar que hizo que entonces recurriera a la Marina quien, finalmente, realizó el operativo que puso fin a la vida del criminal.
La descoordinación, desconfianza e ineficacia entre autoridades es algo reprobable en tiempos de "normalidad". En tiempos como los que corren, de "...guerra contra la delincuencia, contra los enemigos de México" (Calderón, 12 de septiembre de 2008), guerra que ha producido más de 30 mil muertos en cuatro años, en la que se han gastado presupuestos estratosféricos y se ha convertido en la principal y casi única apuesta gubernamental, la ineficiencia, la colusión, la desconfianza y la descoordinación son absolutamente inaceptables. Por eso no se equivocaba Treviño de Hoyos al decirle a Calderón que si él había elegido el concepto de "guerra" para definir lo que sucede hoy en México, debería realizar como tarea principal la unidad de propósitos y la coordinación entre quienes participan en el combate. A Calderón lo sacudió, ahora, oír la palabra "guerra" para identificar su mandato. Reaccionó y quiso quitársela de encima. Demasiado tarde, por supuesto. Calderón, el Presidente que aludiendo a lo bélico decidió vestir -fuera de talla- el uniforme militar al iniciar su sexenio, no quiere que lo asocien con este concepto porque sabe que dejará a quien lo suceda un trastocamiento institucional de grandes dimensiones. Se cumplirá el adagio que habla de lo fácil que es sacar al Ejército de los cuarteles y lo difícil que es regresarlo. El Ejército ha dicho que, a su pesar, tendrá que mantenerse en esto por lo menos 10 años más. La responsabilidad histórica de las decisiones tomadas por este gobierno, en esta materia, será enorme. Hoy, Calderón rechaza la palabra "guerra", cuan- do México está siendo comparado con la realidad de Afganistán. Sabe que el principio del fin transcurre inexorable para él y que el juicio de la historia empieza a anticiparse. El número de muertos, el dominio territorial por el crimen organizado de franjas enteras en el país, la captura de autoridades en todos los ámbitos, un colapso en el sistema de justicia y una crisis profunda de seguridad en más del 70 por ciento de los municipios ha hecho que la población empiece a salir del pasmo para exigir en un "NO + SANGRE" que esto pare. En algo que se traduce en catarsis y también en un respiro moral.
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