Los hechos de sangre que se multiplican por todo el país nos tienen horrorizados. Estamos angustiados, sobresaltados. Aturdidos, incluso. Quizá por eso las reacciones en la sociedad ante la escalada de violencia son tan precarias o, como sucede en los días recientes, tan desesperadamente paradójicas. Los reclamos que se expresan en espacios periodísticos y en las redes sociales para pregonar “ya basta de sangre” y “no más sangre”, manifiestan la insatisfacción y la desesperación de muchos ciudadanos. Pero cuando se dicen así nada más, o cuando se repiten solo como reproche al gobierno, asumen una parcialidad muy riesgosa. Clamar contra la violencia sin señalar la responsabilidad que en ella tiene el crimen organizado, se puede convertir en apología de la delincuencia. Los promotores de la campaña niegan que esa sea su intención y como se trata de ciudadanos honorables sabemos que actúan de buena fe. Pero se equivocan. Su yerro fundamental radica en confundir la desazón contra la violencia con la animosidad en contra del presidente Felipe Calderón y su gobierno. El presidente Calderón merece amplísimos cuestionamientos. El rumbo del gobierno se ha extraviado entre las obsesiones personales del presidente y su sometimiento ante algunos de los poderes fácticos. En vez de procurar acuerdos políticos, ha profundizado la desarticulación de la vida pública. En vez de propiciar y profundizar el acatamiento de la ley, opta por decisiones discrecionales en diversos asuntos. En vez de apelar a la sociedad para respaldarse en ella, ha terminado por atemorizarla. Sin embargo la violencia que devasta en diversas regiones del país no es culpa de Calderón. Él tuvo que enfrentar de manera drástica una expansión de las pandillas criminales como nunca antes había ocurrido en México. Dejar de actuar contra los cárteles de la droga y otros grupos delincuenciales equivalía a darles carta libre para crecer todavía más. ¿Tenía alternativa el presidente Calderón cuando dispuso el combate a la delincuencia con la intensidad que hemos conocido? Muchos creen, sobre todo ante los dudosos resultados al cabo de cuatro años, que fue una decisión equivocada. Pero nadie ha dicho, al menos con claridad, qué otra opción podría haberse tomado. Tampoco sabemos qué habría que hacer hoy, 30 y tantos mil muertos después. Si estamos en guerra como tanto se ha dicho –aunque ahora el mismo presidente Calderón se desdiga de un término que él mismo ha utilizado en varias ocasiones– resulta elemental recordar que quien abandona el campo de batalla da paso al triunfo de su adversario. ¿Es eso lo que queremos? La pesadumbre que ocasiona la desmedida violencia cotidiana nos puede llevar, como sociedad, a exigir medidas contraproducentes para todos nosotros. Allí radican la debilidad y el riesgo de la campaña organizada por varios caricaturistas. El entrañable Eduardo del Río, Rius, dijo el lunes pasado en el programa de televisión de Carmen Aristegui en CNN que su propósito es “hacer un llamado a la población para manifieste su descontento… su inconformidad con este estado de cosas terrible que estamos viviendo en el país… es una manera en que la gente se va a sentir mejor porque van a tener a su alcance una forma de luchar por lo que no pueden hacer de otra forma”. Pero a juzgar por el contenido de las caricaturas y diversos comentarios en la prensa, no se trata solamente de suscitar una catarsis para aliviar las tensiones colectivas. Los lemas “ya basta de sangre” y “no más sangre” son reiterados como exigencia delante de uno solo de los actores involucrados en los episodios criminales. Se trata de interpelaciones al gobierno federal y específicamente al presidente Calderón. A las apreciaciones críticas a esa campaña otro de sus promotores, el destacado caricaturista José Hernández, ha escrito en su blog: “Se sorprenden de que no dirijamos nuestra campaña a los propios delincuentes –a quienes, en un arranque de machismo retador, llaman ‘hijosdeputa’–, únicos culpables, según ellos, de todas las muertes, y parecen eximir a Calderón de toda responsabilidad”. Podemos estar de acuerdo en que los delincuentes no son los únicos culpables de todos los crímenes. Los organismos de derechos humanos han documentado la culpabilidad de soldados y policías en agresiones contra ciudadanos, como resultado de confusiones pero también de intencionales agresiones que no han sido suficientemente sancionadas. Los delincuentes no son los únicos, pero sí los principales autores de hechos de violencia. Y cuando en la reciente campaña no se les recrimina a ellos, sino al gobierno, se incurre en un sesgo muy preocupante. El mismo y apreciable caricaturista Hernández, confirma que no son las pandillas criminales las destinatarias de la campaña: “A los delincuentes no se les debe combatir con campañas ni con epítetos machistas, se les enfrenta conforme a derecho, se les investiga, aprehende, juzga y condena. De manera eficaz e inteligente, no selectiva y engañosa. Y hay una autoridad que supuestamente nos representa a todos, que es la responsable de ello. Eso es lo que exigimos”. El problema es que la campaña no presenta esa exigencia de manera explícita. Más bien, ha sido una retahíla de desahogos en contra de Calderón. La personalización de ese reclamo se ha repetido en cartones como los de “El Fisgón”, Helgera y Rocha en La Jornada, así como en innumerables mensajes en las redes cibernéticas. Otro ha sido el tono, ciertamente, de los cartones de Naranjo y Helioflores en El Universal, o del mismo Hernández en La Jornada. Ninguno de los cartones y de muchos comentarios que han subrayado la participación del presidente Calderón, hace lo mismo con las pandillas criminales. Al presidente y a su gobierno, igual que a los funcionarios de todos los niveles, hay que pedirles cuentas y exigirles que cumplan con la ley. Pero lo que se echa de menos en todos estos reparos es una reacción intensa y consistente de la sociedad mexicana en contra del crimen organizado. A estas alturas tendríamos que haber articulado protestas constantes y eficaces, especialmente en las zonas en donde más se han extendido, en contra de los grupos delincuenciales. En vez de eso tenemos una sociedad crecientemente aterrorizada, que no atina a rebelarse contra quienes la desafían a ella y al Estado sino contra quienes están a cargo del Estado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario