En la política mexicana —los hechos son tercos— ser inteligente es peligroso, porque quien cuenta con la facultad de conocer, de analizar y de comprender y, por ende, critica, deduce, expone y concluye con habilidad y destreza, es excluido de la cúpula del poder. A los tontos los dominas, los muy vivos saben brincar por encima de los obstáculos… En el seno del gobierno se premia la lealtad y la obsecuencia con una carrera meteórica que puede venir acompañada de la posibilidad de crear una colosal fortuna lograda a base de sobornos o desfalcos.
En efecto, al inteligente se le considera peligroso por incontrolable e inasible. Se le teme porque es capaz de prever alternativas y soluciones inaccesibles para el término medio y el superior de los funcionarios. En pocas palabras: las personas inteligentes pueden ver lo que escapa a otros intelectos inferiores y, por lo mismo, deben ser suprimidas y expulsadas desde que gozan de una envidiable habilidad para instrumentar planes y proyectos orientados a destruir las bases de poder en que se sostienen los mediocres.
No hay cabida para los inteligentes porque sus objetivos pueden estar reñidos con los intereses creados del sector gobernante en el país. Imposible permitirles su estancia en el seno del sistema porque una jugada, el desplazamiento de un simple alfil sobre el tablero del ajedrez político, podría traducirse en una catástrofe para los miopes que no entendieron el alcance del movimiento hasta que ya era demasiado tarde… Algo así como cuando las fuerzas griegas que asediaron Troya lograron introducir un enorme caballo, en cuyo interior se encontraba un reducido número de soldados, quienes al entrar a la fortaleza, abrieron las puertas de la ciudad para facilitar el éxito militar después de diez años en que había sido imposible superar las altas murallas que la defendían. Hay que temerle a los Ulises que son capaces de urdir estrategias que nadie entiende hasta que la inteligencia de los notables hace que sus enemigos inclinen la cerviz, se humillen ante la verdadera autoridad y no tengan otra alternativa que seguir las instrucciones de los sabios y doctos, quienes acaban apoderándose de todos los escenarios quedándose con reinas, alfiles, caballos y torres y hasta los tableros de los contrincantes.
Los primeros en excluir a los inteligentes de su entorno son los acomplejados por experiencias pasadas, los inseguros ávidos de controles de cualquier naturaleza con tal de maniatar y someter a quienes cuentan con la capacidad de producir acontecimientos imprevisibles. Los sujetos pequeñitos, los insignificantes, son amantes del inmovilismo, porque temen perder el control de un ejército en marcha. En el estatismo, en el reposo, las consecuencias son previsibles, no así cuando el progreso irrumpe y altera el statu quo, la atmósfera ideal en la que vegetan los imbéciles, los reaccionarios, enemigos perpetuos de la evolución.
Cuando se dice que en la naturaleza manda el que tiene más inteligencia, se debe matizar el enunciado sobre todo en lo que hace al gobierno mexicano. Es evidente que quien manda, y no sólo me refiero al jefe de la nación, sino al Congreso de la Unión, no son los más inteligentes. Las pruebas están a la vista con tan sólo contemplar el estado temerario de parálisis y estancamiento en que se encuentra el país. ¿Nos están gobernando los más inteligentes..? En México existe un sinnúmero de ciudadanos con una inteligencia mucho más que superior a la media prevaleciente en el gobierno y, sin embargo, se declaran incompetentes para cambiar el rumbo, desatar nudos, encarcelar a quienes tienen secuestrado el país lanzándolo a un estadio de desarrollo que sólo ellos pueden anticipar con su visión futurista. Se niegan a incorporarse a las filas de la delincuencia política o a sumarse al proceso de putrefacción de las instituciones nacionales. ¿Son inteligentes? Por supuesto que lo son, pero no pierden de vista que los grandes transformadores deben estar dispuestos a jugarse la vida: ahí está el caso de Colosio…
Los inteligentes deben dejar de ser considerados como peligrosos. Cuando se privilegia la lealtad antes que la inteligencia y la capacidad, adviene el inmovilismo, el mundo ideal de los imbéciles. Sólo los acomplejados e incapaces se rodean de gente menor para poderla controlar. Sólo los inteligentes se rodean de inteligentes y colocan al mejor hombre en el mejor puesto con independencia de su lealtad…
En efecto, al inteligente se le considera peligroso por incontrolable e inasible. Se le teme porque es capaz de prever alternativas y soluciones inaccesibles para el término medio y el superior de los funcionarios. En pocas palabras: las personas inteligentes pueden ver lo que escapa a otros intelectos inferiores y, por lo mismo, deben ser suprimidas y expulsadas desde que gozan de una envidiable habilidad para instrumentar planes y proyectos orientados a destruir las bases de poder en que se sostienen los mediocres.
No hay cabida para los inteligentes porque sus objetivos pueden estar reñidos con los intereses creados del sector gobernante en el país. Imposible permitirles su estancia en el seno del sistema porque una jugada, el desplazamiento de un simple alfil sobre el tablero del ajedrez político, podría traducirse en una catástrofe para los miopes que no entendieron el alcance del movimiento hasta que ya era demasiado tarde… Algo así como cuando las fuerzas griegas que asediaron Troya lograron introducir un enorme caballo, en cuyo interior se encontraba un reducido número de soldados, quienes al entrar a la fortaleza, abrieron las puertas de la ciudad para facilitar el éxito militar después de diez años en que había sido imposible superar las altas murallas que la defendían. Hay que temerle a los Ulises que son capaces de urdir estrategias que nadie entiende hasta que la inteligencia de los notables hace que sus enemigos inclinen la cerviz, se humillen ante la verdadera autoridad y no tengan otra alternativa que seguir las instrucciones de los sabios y doctos, quienes acaban apoderándose de todos los escenarios quedándose con reinas, alfiles, caballos y torres y hasta los tableros de los contrincantes.
Los primeros en excluir a los inteligentes de su entorno son los acomplejados por experiencias pasadas, los inseguros ávidos de controles de cualquier naturaleza con tal de maniatar y someter a quienes cuentan con la capacidad de producir acontecimientos imprevisibles. Los sujetos pequeñitos, los insignificantes, son amantes del inmovilismo, porque temen perder el control de un ejército en marcha. En el estatismo, en el reposo, las consecuencias son previsibles, no así cuando el progreso irrumpe y altera el statu quo, la atmósfera ideal en la que vegetan los imbéciles, los reaccionarios, enemigos perpetuos de la evolución.
Cuando se dice que en la naturaleza manda el que tiene más inteligencia, se debe matizar el enunciado sobre todo en lo que hace al gobierno mexicano. Es evidente que quien manda, y no sólo me refiero al jefe de la nación, sino al Congreso de la Unión, no son los más inteligentes. Las pruebas están a la vista con tan sólo contemplar el estado temerario de parálisis y estancamiento en que se encuentra el país. ¿Nos están gobernando los más inteligentes..? En México existe un sinnúmero de ciudadanos con una inteligencia mucho más que superior a la media prevaleciente en el gobierno y, sin embargo, se declaran incompetentes para cambiar el rumbo, desatar nudos, encarcelar a quienes tienen secuestrado el país lanzándolo a un estadio de desarrollo que sólo ellos pueden anticipar con su visión futurista. Se niegan a incorporarse a las filas de la delincuencia política o a sumarse al proceso de putrefacción de las instituciones nacionales. ¿Son inteligentes? Por supuesto que lo son, pero no pierden de vista que los grandes transformadores deben estar dispuestos a jugarse la vida: ahí está el caso de Colosio…
Los inteligentes deben dejar de ser considerados como peligrosos. Cuando se privilegia la lealtad antes que la inteligencia y la capacidad, adviene el inmovilismo, el mundo ideal de los imbéciles. Sólo los acomplejados e incapaces se rodean de gente menor para poderla controlar. Sólo los inteligentes se rodean de inteligentes y colocan al mejor hombre en el mejor puesto con independencia de su lealtad…
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