La frase recurrente. El aplauso contundente. La locución vulgar pero que captura el sentir de muchos mexicanos en estos días sobre Felipe Calderón: "tiene huevos". Se escucha en los cafés, se oye en la calle, se lee en los blogs, se repite en las sobremesas. El reconocimiento a un Presidente que reemplaza la cautela con el coraje, que sacude el doblegamiento con la decisión, que sustituye la administración de la inercia con una medida -como la liquidación de Luz y Fuerza del Centro- capaz de remontarla. Sin duda el Presidente ha demostrado en días recientes la intención de combatir privilegios, confrontar cotos y desmantelar cuellos de botella que han retrasado la modernización de México. Ahora le falta hacerlo consistentemente. Ahora necesita enseñar que los cojones tan celebrados están bien puestos, y que los usará para enfrentar intereses atrincherados dondequiera que estén: tanto en la izquierda como en la derecha; tanto en el mundo sindical como en el ámbito empresarial. Porque si no lo hace, la confrontación con el Sindicato Mexicano de Electricistas terminará por ser una demostración de fuerza, más que un acto de buen gobierno. Y hay una diferencia.
Sí, hay una diferencia entre decisiones oportunistas que se toman para cambiar la correlación de fuerzas en favor del gobierno, y decisiones estratégicas que se toman para cambiar el balance de poder en favor de la ciudadanía. Hay una diferencia entre revivir el "Quinazo", e inaugurar un nuevo tipo de relación entre los sindicatos públicos, el gobierno y la sociedad. Hay una diferencia entre empujar medidas que fortalecen momentáneamente la popularidad presidencial, y empujar acciones que fomentan de manera coherente el crecimiento económico. Hasta el momento, Felipe Calderón ha optado por lo primero, pero no ha sido capaz de transmitir lo segundo. Ha mostrado -como se dice coloquialmente- "tener huevos", pero todavía son huevos revueltos o, en algunos casos, tibios.
El Presidente ha desplegado valor para cerrar una empresa ineficaz, pero no el suficiente como para impedir su simple absorción por parte de otro monopolio público con pocos incentivos para ofrecer un servicio mejor y más barato. El Presidente ha tenido arrojo para confrontar a un sindicato que su gobierno apapachó, pero no el suficiente como para explicar cuál será su posición ante otros sindicatos con prebendas similares. El Presidente ha demostrado valentía para denunciar los abusos cometidos en contra de los consumidores, pero le falta hablar de los que se dan en tantos otros sectores. El Presidente ha demostrado -por fin- la audacia para enarbolar la lucha contra los privilegios, pero le urge criticar los que gozan sus aliados en la élite empresarial.
Como el gobierno ha sido incapaz de crear una visión consistente sobre su actuación, aun las decisiones necesarias se vuelven blanco fácil para la crítica. Como el gobierno no ha logrado construir una narrativa anticorporativa, su lucha contra el SME aparece como un pleito contra la izquierda. Como el gobierno no ha buscado armar un frente antimonopólico, el llamado a fomentar la eficiencia liquidando Luz y Fuerza genera menos credibilidad de la que debería. Y por ello, aunque acciones como la de LyF se tomen en favor de la modernización son vistas como manotazos. Aunque la decisión sea técnicamente correcta, es percibida como políticamente discrecional. Ante la impericia del gobierno para explicar por qué hace lo que hace, actos legítimos de autoridad se vuelven tan sólo gestos de arbitrariedad.
La única manera de remediar la confusión conceptual y política en la cual se halla Felipe Calderón hoy es a través de la consistencia. A través de decisiones guiadas por el imperativo de denunciar privilegios y combatir ineficiencias e impedir abusos a los consumidores, de donde provengan. En los monopolios públicos y en los monopolios privados; en la Compañía de Luz y Fuerza y en Telmex; en el Sindicato Mexicano de Electricistas y en el Consejo Coordinador Empresarial; en la provisión del servicio eléctrico y en la provisión de servicios financieros; en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y en el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios; en las cúpulas sindicales que compran ranchos y en las cúpulas empresariales que evaden impuestos; entre los líderes charros que chantajean al gobierno y los oligarcas de la televisión que lo hacen también.
En pocas palabras, Felipe Calderón tendría que demostrar que la valentía desplegada no es una valentía selectiva. Tendría que convencer que el combate a los privilegios se llevará a cabo aun contra los de casa. Tendría que enseñar que está desmantelando al viejo régimen y no sólo liquidando a trabajadores políticamente incómodos. Si no vincula la audacia aplaudida con la visión auténticamente reformista, la oportunidad que ha abierto con la liquidación de Luz y Fuerza del Centro será una oportunidad desperdiciada. En lugar de preparar huevos bien cocidos, servirá tan sólo huevos mal revueltos.
Sí, hay una diferencia entre decisiones oportunistas que se toman para cambiar la correlación de fuerzas en favor del gobierno, y decisiones estratégicas que se toman para cambiar el balance de poder en favor de la ciudadanía. Hay una diferencia entre revivir el "Quinazo", e inaugurar un nuevo tipo de relación entre los sindicatos públicos, el gobierno y la sociedad. Hay una diferencia entre empujar medidas que fortalecen momentáneamente la popularidad presidencial, y empujar acciones que fomentan de manera coherente el crecimiento económico. Hasta el momento, Felipe Calderón ha optado por lo primero, pero no ha sido capaz de transmitir lo segundo. Ha mostrado -como se dice coloquialmente- "tener huevos", pero todavía son huevos revueltos o, en algunos casos, tibios.
El Presidente ha desplegado valor para cerrar una empresa ineficaz, pero no el suficiente como para impedir su simple absorción por parte de otro monopolio público con pocos incentivos para ofrecer un servicio mejor y más barato. El Presidente ha tenido arrojo para confrontar a un sindicato que su gobierno apapachó, pero no el suficiente como para explicar cuál será su posición ante otros sindicatos con prebendas similares. El Presidente ha demostrado valentía para denunciar los abusos cometidos en contra de los consumidores, pero le falta hablar de los que se dan en tantos otros sectores. El Presidente ha demostrado -por fin- la audacia para enarbolar la lucha contra los privilegios, pero le urge criticar los que gozan sus aliados en la élite empresarial.
Como el gobierno ha sido incapaz de crear una visión consistente sobre su actuación, aun las decisiones necesarias se vuelven blanco fácil para la crítica. Como el gobierno no ha logrado construir una narrativa anticorporativa, su lucha contra el SME aparece como un pleito contra la izquierda. Como el gobierno no ha buscado armar un frente antimonopólico, el llamado a fomentar la eficiencia liquidando Luz y Fuerza genera menos credibilidad de la que debería. Y por ello, aunque acciones como la de LyF se tomen en favor de la modernización son vistas como manotazos. Aunque la decisión sea técnicamente correcta, es percibida como políticamente discrecional. Ante la impericia del gobierno para explicar por qué hace lo que hace, actos legítimos de autoridad se vuelven tan sólo gestos de arbitrariedad.
La única manera de remediar la confusión conceptual y política en la cual se halla Felipe Calderón hoy es a través de la consistencia. A través de decisiones guiadas por el imperativo de denunciar privilegios y combatir ineficiencias e impedir abusos a los consumidores, de donde provengan. En los monopolios públicos y en los monopolios privados; en la Compañía de Luz y Fuerza y en Telmex; en el Sindicato Mexicano de Electricistas y en el Consejo Coordinador Empresarial; en la provisión del servicio eléctrico y en la provisión de servicios financieros; en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y en el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios; en las cúpulas sindicales que compran ranchos y en las cúpulas empresariales que evaden impuestos; entre los líderes charros que chantajean al gobierno y los oligarcas de la televisión que lo hacen también.
En pocas palabras, Felipe Calderón tendría que demostrar que la valentía desplegada no es una valentía selectiva. Tendría que convencer que el combate a los privilegios se llevará a cabo aun contra los de casa. Tendría que enseñar que está desmantelando al viejo régimen y no sólo liquidando a trabajadores políticamente incómodos. Si no vincula la audacia aplaudida con la visión auténticamente reformista, la oportunidad que ha abierto con la liquidación de Luz y Fuerza del Centro será una oportunidad desperdiciada. En lugar de preparar huevos bien cocidos, servirá tan sólo huevos mal revueltos.
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