martes, 27 de octubre de 2009

CNDH: EL CASO A LA CAUSA

RODRIGO MORALES MANZANARES

Las comisiones en el Senado encargadas de procurar una terna para el relevo en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos han anunciado que solicitarán al pleno una prórroga. Está claro que hoy la prioridad de los legisladores es la Ley de Ingresos y que ocuparán todas sus energías para intentar acuerdos en esa materia. Puede ser una buena noticia que esos debates no contaminen una decisión tan transcendente como la del nombramiento del nuevo titular de la CNDH. Veamos.La designación de quien la va a presidir, en tanto que se trata de quien encabezará un órgano autónomo de Estado, ofrece la oportunidad de ensayar una designación que vele más por el interés estratégico del Estado, que por un intercambio de favores o cuotas que, hemos visto, terminan por dañar a las instituciones. Hagamos un breve repaso. Cuando el tema de la creación de órganos autónomos irrumpió en la agenda pública no sólo como deseo, sino como necesidad, los actores políticos fueron extremadamente cuidadosos en seleccionar a quienes encabezarían dichos órganos. Esos funcionarios, además de concitar el consenso entre los partidos políticos, ostentaban al menos tres atributos: gozaban de un prestigio profesional intachable, su trayectoria hacía pensar que eran ellos quienes podían darle vida a la nueva agenda que se estaba diseñando y, sobre todo, garantizaban el resguardo de la autonomía durante su gestión. Con esas premisas se dio vida a las primeras generaciones de órganos autónomos.Pero, con el paso del tiempo, la mecánica de negociación pareciera haberse simplificado en extremo: no se antepone (ni se examina) la agenda de los órganos autónomos y, por tanto, no se busca reclutar a quienes mejor cumplan con ese cometido. Hoy los nombramientos simplemente expresan cuotas. La génesis de la autonomía quedó en el olvido. Los daños están a la vista. Aquellos órganos autónomos que a finales de los noventa aparecían como los grandes logros del cambio político, los referentes en la construcción de una agenda de transformaciones, una década después parecen palidecer ante las premisas que les dieron origen. La renovación en la CNDH, insisto, ofrece una oportunidad de rectificar la dinámica pragmática de negociaciones políticas que hemos padecido, para volver a poner en el centro de la deliberación cuál es la agenda deseable y cuál la mejor fórmula para fortalecer a los órganos autónomos que hemos construido.Y, a partir de ahí, de identificar cuál es la conveniencia del Estado, poder perfilar a quien mejor cumpla con dicho cometido. Por fortuna, en el proceso de selección del nuevo titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos hemos conocido a destacados personajes que pueden llegar a cumplir con dicha encomienda. Permítaseme, sin embargo, intentar razonar mis preferencias. Si de lo que se trata es de recuperar la ruta de una elección de Estado, y sin descalificar a los demás aspirantes, me parece que Emilio Álvarez Icaza es el que reúne de mejor manera tres ingredientes centrales: posee la experiencia necesaria, tiene una concepción moderna, actualizada, de la agenda de los derechos humanos, y ofrece además la garantía, constatable, de que ejercerá el cargo anteponiendo el irrestricto cuidado de la autonomía. Si queremos hacer pasar la agenda de los derechos humanos de los casos a las causas y, además, si se trata de que las nuevas designaciones también pasen del pragmatismo de los casos a una deliberación genuina de las causas, no tengo duda de que Álvarez Icaza es la mejor opción.

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