jueves, 15 de octubre de 2009

EL NOBEL PARA UN JOVEN

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Al recibir el Premio Nobel de Literatura, Camilo José Cela dijo que la candelita de la fortuna no siempre alumbra la cabeza del justo; parece que ahora, la misma candelita, vino a parar a la frente de un afortunado que, por sus circunstancias, es el menos señalado para ser el justo de la historia: el presidente Obama.
La mayor parte de los premios Nobel llaman la atención de unos cuántos especialistas —como química o física—, otros, parecen importantes para otro grupo reducido pero que suelen ser observados como termómetros de la realidad, como el de economía; pero hay dos que destacan porque forman parte del pulso de nuestros tiempos: el de la paz y el de literatura. Ambos siempre discutidos y ambos dejando inconformes, sistemática y periódicamente, a quienes siguen su desarrollo.
Muchos seguimos pensando en que Milan Kundera, Ismaíl Kadaré, Carlos Fuentes, Amélie Nothomb o Haruki Murakami, algún día ganarán el Nobel y, mientras haya vida, habrá esperanza y mientras sigan escribiendo, desde luego; ese es, precisamente el problema respecto del Nobel para Obama: si es que algo ha hecho por la paz, nada garantiza que lo siga haciendo en el futuro de su administración. El político es el hombre de la ocasión, de la circunstancia. Es, por excelencia, el hombre del momento. Nada tiene que ver con su seriedad o con su fortaleza ideológica, se trata de su naturaleza. El político, para serlo y mantenerse, debe reaccionar de acuerdo con las exigencias del momento. Si hoy ha frenado la guerra en Irak y mañana sus consejeros de seguridad le demuestran que no hay más remedio que arrasar Honduras, seguramente no le temblará la mano. No se puede otorgar el Premio Nobel de la Paz a un mandatario en funciones, el futuro es siempre una apuesta que no siempre se gana.
También es verdad que el Premio Nobel, sin que ello merme su prestigio y el altísimo honor que representa, es un factor de enormes implicaciones políticas; de ahí que, particularmente en materia de paz y de literatura, los ciclos geopolíticos se cumplan irrestrictamente; así, por ejemplo, han sido diez los premios Nobel de Literatura concedidos a escritores en lengua española, de los cuales cinco han sido latinoamericanos y cinco españoles; el primero fue concedido en 1904 a José Echegaray; el segundo, 18 años después, a Jacinto Benavente; el tercero, 23, a Gabriela Mistral; el cuarto, 21, a Juan Ramón Jiménez; el quinto, 11, a Miguel Ángel Asturias; el sexto, 4, a Pablo Neruda en 1971; el séptimo, 6, a Vicente Aleixandre; el octavo, 5, a García Márquez; el noveno, 7, a Camilo José Cela y, el décimo, un año, a Octavio Paz en 1990. Desde entonces, hace 19 años que la lengua española no recibe un premio Nobel. Destaca que durante los movimientos de liberación nacional y los procesos de democratización aparecen con más frecuencia los latinoamericanos. Desde luego, que si nuestros escritores no fueran magníficos no les habrían concedido el premio, pero que la circunstancia también estuvo presente.
Era obvio que a sir Winston Churchill no le iban a dar el Nobel de la Paz, pero se lo dieron en 1953 en literatura por su única obra: sus Memorias, ¿Qué podía hacer contra ello un candidato del calibre de Alfonso Reyes que, para entonces, ya había escrito algo así como 80% de su enorme obra? Me pregunto si no se valdría esperar algunos años, ver qué pasa y darle el Nobel de Literatura a Obama, igual que sucedió con Churchill.

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