viernes, 30 de octubre de 2009

HOMENAJE A MAXIMO CARVAJAL

HERMILIO LÓPEZ BASSOLS

Al concurrir al acto en el que se develó una placa con el nombre de Máximo Carvajal Contreras en una aula de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, me hizo recordar un pequeño Tratado que Marco Tulio Cicerón escribió en el año 44 a. de C. sobre la amistad. Dícese que desde Platón y Aristóteles no se habían escrito tan bellas palabras y yo agrego que difícilmente se han agregado otras más a las del príncipe de los oradores romanos. Este estudio, ya al fin de la vida del orador, hombre de gobierno, filósofo y político, nos define dentro de un diálogo espontáneo y natural cuáles son los elementos necesarios para que la amistad exista entre los hombres. Es, dice, nacida de la misma naturaleza del hombre como espontánea inclinación del alma y no de mezquinos egoísmos. El amor debe ser de benevolencia y no de interés, porque cuando éste aparece destruye la amistad. Pero ni Máximo ni yo nos hemos buscado con fines políticos que, como bien se sabe, son siempre del interés de la naturaleza humana.
Dice uno de los más notables juristas de la antigüedad que la amistad supone una elección de amor y en ella difiere de la amistad por parentesco que aquí tampoco ocurre, porque aunque su tío Máximo fue secretario del ministro de la Suprema Corte de Justicia en el cardenismo Hermilo López-Sánchez, mas no hay vínculos tampoco de sangre. Y para comprender mejor la relación entre el homenajeado y el que escribe, ésta se fraguó siempre en la igualdad de un mismo sentir y querer, que como él bien dijera, son la nación, el país y nuestro México. En las varias décadas de esta insólita amistad, jamás se ha dado la simulación, el recelo y la ruptura, pese a que sin duda no pensamos igual de las cosas de Chiapas, que es su tierra.
En nuestros diálogos del jurista y funcionario con el diplomático y el profesor nunca hubo ni la severidad ni el rigor y si bien reconozco que algún favor se me hizo al ingresar al claustro académico de nuestra Facultad, más fue un favor honesto y noble, y si ahora aconsejo al amigo es también a la manera de servirlo, porque en mis venas "bassolianas" no ha cabido la adulación a nadie, que como Cicerón dice, es el mayor azote de la amistad. Digo hoy, por tanto, que espero ansioso y confiado oír a Máximo dictar cátedra como jurista espléndido que lo es y sacudirse de rufianes en la tribuna, cuando ministros de la Suprema Corte y amigos están presentes.
Todo esto aquí dicho es un prólogo a un hombre que ingresó a la UNAM en 1958 y que llegó al codiciado y satisfactorio puesto de director de la Facultad en 1991 y por espacio de 8 años. Fue a mi vuelta de 30 años al servicio de los mejores valores de la Cancillería que él me volvió a abrir la puerta de la enseñanza, en la que prosigo con mayor ahínco y ciertamente con mayor experiencia. Fui testigo de una importante reforma al plan de estudios de la escuela que ciertamente se "exigía", porque México de rodillas y en las rodillas había firmado el Tratado de Libre Comercio con América del Norte. No tengo la cualidad para valorar los cambios que se hicieron al crearse nuevas materias pero sí pude ver la transformación del pensum del posgrado.
Vi entrar a una nueva generación de profesores, algunos de ellos de excelencia, aunque no coincido en que el grado académico necesariamente les da jerarquía, porque entonces sería yo doctor en política exterior, que es lo que merece todo embajador de carrera que haya cumplido con su conciencia. Se reconoció también a numerosos maestros que sin duda es y será lo más legítimo y, la escuela, dice Máximo, produjo de sus profesores 400 obras publicadas. Si bien el reconocimiento de Conacyt al doctorado en derecho fue valioso, más lo fue el nivel académico de sus egresados. Cupo, concluyendo, el honor al doctor Carvajal de que una generación de futuros internacionalistas ganaran un concurso mundial con la muy valiosa asesoría de sus maestros.
Bien puede entonces el amigo sentirse seguro de que entre los dos hemos cumplido a cabalidad el mensaje del autor de las célebres Filípicas contra Catilina. "Hasta cuándo Catilina seguirás abusando de nuestra paciencia...".

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