Diversos diarios del continente dieron cuenta, el pasado día 19, que en los años de 1960 a 1989, tanto Gabriel García Márquez como otros muchos intelectuales mexicanos fueron monitoreados por sus actividades cercanas a la izquierda, a la Unión Soviética y al gobierno cubano; que al querido Gabo, Fidel Castro le enviaba un avión con el fin de que viajara a Cuba para las festividades de los aniversarios de la revolución cubana, cosas todas ellas que no asombrarían a un niño de secundaria de la época de la Guerra Fría.
A veces, cuando los gobiernos pierden la dimensión de su poder, ocurren estas cosas que lo tienen a uno entre el terror y la carcajada. ¿Qué cosa extraordinaria podría haber en investigar los nexos entre Diego Rivera y el Partido Comunista?, ¿quién puede asombrarse de la estupenda amistad entre Fidel y el Gabo?, ¿no es mucho hacer el adivino para pensar que una buena parte de la intelectualidad mexicana ha vivido, crecido y trabajado en colaboración cercana con la izquierda militante?
La persecución soterrada, la subterránea y silenciosa, es la que más daño hace, porque se escapa a los controles constitucionales, a los legales y a los parlamentarios; porque construye pequeños zares dentro de la estructura del Estado y permite crear líneas tenues y poderosas de chantaje en las que puede caer desde un estudiante hasta un presidente.
Hoy, cuando lenta pero inexorablemente van abriendo las puertas de los archivos para asomarnos a una época dividida y aterrorizada, vemos desde los expedientes del terror en Uruguay hasta la venta de títulos de los autores perseguidos en la Unión Soviética; libros y cartas secuestrados, llamadas grabadas, interpretaciones maliciosas y una serie infinita e inacabable de espías, contraespías, dobles agentes y empleados de la CIA, la KGB, la inteligencia cubana y la Operación Cóndor, que dan una impresión de demencia que sólo podía terminar en el desastre histórico que ahora estamos tratando de remediar en medio de desequilibrios ideológicos y crisis económicas.
Esos tiempos nos recuerdan a El hombre que fue Jueves, de Chesterton, en el que un policía se infiltra en la cadena de mando del movimiento anarquista para descubrir, después de mil peripecias, que todos los miembros de la cúpula de la organización son infiltrados y que, por lo tanto, el anarquismo no es sino una confabulación policiaca contra el poder.
Casi diríamos que, para los viejos gobiernos de la Guerra Fría, salvo prueba en contrario, todos fueron Jueves, especialmente los políticos y los intelectuales. Época demencial sin matices, en la que se estaba de uno u otro lado de la frontera y en el que no se podían tener visiones objetivas. Me pregunto si todo eso habrá ya pasado a la historia, si serán en realidad cosas del pasado o si algún oscuro burócrata en la soledad de su escritorio, en algún lugar del mundo, sigue las pistas de la vida privada de algún intelectual para demostrar que eso que parece un enamoramiento es, en realidad, una penetración de la inteligencia chavista en la mente de un joven poeta. No lo sé y no quiero hacer apuestas al respecto, pero sí estoy seguro de que el único remedio para ese mal es lento, aunque infalible, dar el poder a los ciudadanos y con ello ampliar y respetar el margen de sus libertades y sus derechos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario