Un error: impedir la entrada de extranjeros por el solo hecho de no ser católicos… Otro error: haber excluido a los mestizos de la operación del aparato político, privilegio reservado a los españoles…
La Iglesia católica mexicana incurrió en una grave responsabilidad con la nación desde que durante los 300 años del virreinato fue la institución colonial encargada de la educación. El resultado de su gestión no pudo ser más catastrófico dado que a la llegada del emperador Iturbide se conoció que 98% de los mexicanos no sabían ni leer ni escribir. La religión protestante condiciona la salvación de los feligreses a la lectura de la Biblia, disposición que conduce a la alfabetización de los fieles para así ganarse el favor de Dios. Dicha ceguera, la derivada de la ignorancia heredada y transmitida generacionalmente a lo largo de los siglos hasta llegar a nuestros días, ha sido un evidente factor para explicar nuestro atraso, evidenciado, entre otras patéticas y temerarias realidades, con la presencia de 45 millones de mexicanos sepultados en la miseria, la carne de cañón ideal de cualquier populista para lucrar criminalmente con ella.
Mientras que las trece colonias de Norteamérica abrieron sus puertas de par en par para recibir a corrientes migratorias de cualquier signo religioso y político, talentosa apertura que enriquecería a Estados Unidos por la aportación ideológica y cultural que harían millones de ciudadanos de las más diversas nacionalidades, en México, durante el virreinato, se restringió el acceso a inmigrantes exclusivamente católicos, es decir, nos amurallamos, grave error, nos opusimos al flujo de personas protestantes, evangelistas, judíos, musulmanes, budistas y anglicanos, entre otras más, que nos podrían haber transmitido conocimientos, costumbres, conceptos educativos, técnicas y valiosas experiencias que podrían haber alterado nuestro futuro. Un error: impedir la entrada de extranjeros por el solo hecho de no ser católicos… Otro error: haber excluido a los mestizos de la operación del aparato político, privilegio reservado a los españoles… Un error más: haber expulsado a los peninsulares cuando se consolidó la Independencia sin tomar en cuenta que integraban la tripulación del gobierno mexicano que conocía las debidas técnicas de navegación. Lanzar por la borda a los operadores administrativos produjo daños severos en todos los mecanismos que podrían haber garantizado el crecimiento económico y el bienestar social. Por si lo anterior fuera insuficiente, en lugar de haber continuado con la tradición política heredada del virreinato, es decir, proseguir, más o menos, con la idea de Agustín Iturbide de crear una monarquía constitucional, presidida por un tlatoani, un virrey y finalmente por un emperador, controlado por un Congreso, decidimos calcar el sistema político norteamericano y fundar una República federal sin contar con la debida experiencia política. ¡Una decisión ciertamente suicida! Copiamos de hecho la Constitución de Estados Unidos sin contar con su tradición parlamentaria, adoptamos un esquema desconocido para todos nosotros y, por si fuera poco, lanzamos al mar a quienes conocían el modus operandi del antiguo régimen colonial, que de haber continuado, con las adecuaciones sugeridas por Iturbide, antes de convertirse en dictador, podríamos haber consolidado la estabilidad adecuándola a la marcha de los tiempos. ¡Nos equivocamos de punta a punta!
Las condiciones del atraso se fueron dando una por una: fuimos incapaces de sacudirnos el temperamento derivado del autoritarismo español; el desorden político resultado de la adopción de un esquema divorciado de nuestra realidad nos impidió organizar eficientemente la economía; se limitó la participación de la comunidad en los asuntos del Estado; se desquició todo un concepto de ingeniería en materia de recaudación de impuestos vigente durante 300 años, con lo cual fue posible financiar sanamente el desarrollo del país ya independizado; nos hundió la existencia de más de 90% de la población analfabeta saturada, además, de prejuicios religiosos que convirtieron en ruedas cuadradas los sueños de grandeza de México.
Ni durante los 200 años del imperio azteca, para no revisar otros periodos del México precolombino, ni durante los tres siglos del virreinato ni durante los siglos XIX y XX conocimos la democracia ni la libertad ni vivimos jamás sometidos al imperio de la ley ni al Estado de derecho. Continuamos siendo el país de un solo hombre o de un sistema corporativo intolerante e intransigente como sin duda lo fue el PRI durante sus 70 años de devastadora existencia. Salvo algunos episodios aislados del siglo XIX, más los 15 meses del gobierno de Madero y los nueve años de evidente inutilidad panista no hemos conocido ni disfrutado de las ventajas de la democracia, el vivero dentro del cual se desarrolla lo mejor del género humano.
La ignorancia, el analfabetismo, el autoritarismo, las supersticiones religiosas, las luchas intestinas por el poder, nos impidieron construir una democracia en la que se aplicara indiscriminada e incondicionalmente la ley. De esta realidad advino el caos y del caos surgió el México de nuestros días.
fmartinmoreno@yahoo.com
Ni durante los 200 años del imperio azteca, para no revisar otros periodos del México precolombino, ni durante los tres siglos del virreinato ni durante los siglos XIX y XX conocimos la democracia ni la libertad ni vivimos jamás sometidos al imperio de la ley ni al Estado de derecho.
La Iglesia católica mexicana incurrió en una grave responsabilidad con la nación desde que durante los 300 años del virreinato fue la institución colonial encargada de la educación. El resultado de su gestión no pudo ser más catastrófico dado que a la llegada del emperador Iturbide se conoció que 98% de los mexicanos no sabían ni leer ni escribir. La religión protestante condiciona la salvación de los feligreses a la lectura de la Biblia, disposición que conduce a la alfabetización de los fieles para así ganarse el favor de Dios. Dicha ceguera, la derivada de la ignorancia heredada y transmitida generacionalmente a lo largo de los siglos hasta llegar a nuestros días, ha sido un evidente factor para explicar nuestro atraso, evidenciado, entre otras patéticas y temerarias realidades, con la presencia de 45 millones de mexicanos sepultados en la miseria, la carne de cañón ideal de cualquier populista para lucrar criminalmente con ella.
Mientras que las trece colonias de Norteamérica abrieron sus puertas de par en par para recibir a corrientes migratorias de cualquier signo religioso y político, talentosa apertura que enriquecería a Estados Unidos por la aportación ideológica y cultural que harían millones de ciudadanos de las más diversas nacionalidades, en México, durante el virreinato, se restringió el acceso a inmigrantes exclusivamente católicos, es decir, nos amurallamos, grave error, nos opusimos al flujo de personas protestantes, evangelistas, judíos, musulmanes, budistas y anglicanos, entre otras más, que nos podrían haber transmitido conocimientos, costumbres, conceptos educativos, técnicas y valiosas experiencias que podrían haber alterado nuestro futuro. Un error: impedir la entrada de extranjeros por el solo hecho de no ser católicos… Otro error: haber excluido a los mestizos de la operación del aparato político, privilegio reservado a los españoles… Un error más: haber expulsado a los peninsulares cuando se consolidó la Independencia sin tomar en cuenta que integraban la tripulación del gobierno mexicano que conocía las debidas técnicas de navegación. Lanzar por la borda a los operadores administrativos produjo daños severos en todos los mecanismos que podrían haber garantizado el crecimiento económico y el bienestar social. Por si lo anterior fuera insuficiente, en lugar de haber continuado con la tradición política heredada del virreinato, es decir, proseguir, más o menos, con la idea de Agustín Iturbide de crear una monarquía constitucional, presidida por un tlatoani, un virrey y finalmente por un emperador, controlado por un Congreso, decidimos calcar el sistema político norteamericano y fundar una República federal sin contar con la debida experiencia política. ¡Una decisión ciertamente suicida! Copiamos de hecho la Constitución de Estados Unidos sin contar con su tradición parlamentaria, adoptamos un esquema desconocido para todos nosotros y, por si fuera poco, lanzamos al mar a quienes conocían el modus operandi del antiguo régimen colonial, que de haber continuado, con las adecuaciones sugeridas por Iturbide, antes de convertirse en dictador, podríamos haber consolidado la estabilidad adecuándola a la marcha de los tiempos. ¡Nos equivocamos de punta a punta!
Las condiciones del atraso se fueron dando una por una: fuimos incapaces de sacudirnos el temperamento derivado del autoritarismo español; el desorden político resultado de la adopción de un esquema divorciado de nuestra realidad nos impidió organizar eficientemente la economía; se limitó la participación de la comunidad en los asuntos del Estado; se desquició todo un concepto de ingeniería en materia de recaudación de impuestos vigente durante 300 años, con lo cual fue posible financiar sanamente el desarrollo del país ya independizado; nos hundió la existencia de más de 90% de la población analfabeta saturada, además, de prejuicios religiosos que convirtieron en ruedas cuadradas los sueños de grandeza de México.
Ni durante los 200 años del imperio azteca, para no revisar otros periodos del México precolombino, ni durante los tres siglos del virreinato ni durante los siglos XIX y XX conocimos la democracia ni la libertad ni vivimos jamás sometidos al imperio de la ley ni al Estado de derecho. Continuamos siendo el país de un solo hombre o de un sistema corporativo intolerante e intransigente como sin duda lo fue el PRI durante sus 70 años de devastadora existencia. Salvo algunos episodios aislados del siglo XIX, más los 15 meses del gobierno de Madero y los nueve años de evidente inutilidad panista no hemos conocido ni disfrutado de las ventajas de la democracia, el vivero dentro del cual se desarrolla lo mejor del género humano.
La ignorancia, el analfabetismo, el autoritarismo, las supersticiones religiosas, las luchas intestinas por el poder, nos impidieron construir una democracia en la que se aplicara indiscriminada e incondicionalmente la ley. De esta realidad advino el caos y del caos surgió el México de nuestros días.
fmartinmoreno@yahoo.com
Ni durante los 200 años del imperio azteca, para no revisar otros periodos del México precolombino, ni durante los tres siglos del virreinato ni durante los siglos XIX y XX conocimos la democracia ni la libertad ni vivimos jamás sometidos al imperio de la ley ni al Estado de derecho.
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