viernes, 6 de marzo de 2009

LA IZQUIERDA MODERNA EN MÉXICO

EMILIO RABASA GAMBOA

En febrero de 2005, la revista Newsweek afirmó que: “A fin de cuentas, es posible que México no esté listo para una izquierda moderna”.
Entonces López Obrador se encontraba a la cabeza en las encuestas (53% al interior del PRD frente a 15.6% de Cuauhtémoc Cárdenas: Imocorp) y contaba con una amplia ventaja respecto de sus probables competidores externos (32.1% AMLO, 24.4% Creel Miranda —con 39.3% frente a 9.7% de Felipe Calderón para la candidatura presidencial del PAN— y 21.4% Madrazo Pintado-IMO). La izquierda en México estuvo bastante cerca de ganar la Presidencia de la República.
Hoy queda claro que esa izquierda “mesiánica” no representa una opción real de triunfo electoral, pero también es cierto que la cada vez mayor profundidad de la crisis económica en la que estamos hundidos reabre el debate sobre la necesidad de una izquierda moderna para México. ¿En qué coordenadas se daría esta posibilidad?
Si por izquierda moderna entendemos una propuesta política compuesta de dos ingredientes básicos, equidad social y democracia efectiva, es claro que el primero estaría en el eje vertical y el segundo en el horizontal. La curva de la izquierda moderna se ubicaría equidistante en el punto máximo entre ambos ejes, esto es, el mayor grado de equidad social coincidiría con el mayor grado de democracia. Esto es lo que México necesita.
Esa fórmula es la que no han podido darle ni el PRI ni el PAN. El primero en su etapa de mayor compromiso social logró importantes avances con su política social, pero con un régimen hegemónico-autoritario. El segundo, en su etapa fundacional con Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna, y durante buena parte de su vida institucional, luchó seriamente por la democracia pero sin incluir una oferta de equidad social alternativa y de mayor alcance que la del PRI.
El “bien común” ha sido el límite que en esta materia le fijó la filosofía neoescolástica basada en Tomás de Aquino, el maestro de la doctrina panista que Héctor González Uribe bautizara como “humanismo político” (Manuel Gómez Morín, 1915-1939, de María Teresa Gómez Mont, FCE).
Lamentablemente, hoy en día ninguno de esos dos partidos logra siquiera preservar su raison d’etre originaria. El PRI se encuentra sumergido en la famosa “ley del hierro de la oligarquía” (Robert Michels), según la cual una élite directiva que se considera indispensable controla la maquinaria partidista haciendo imposible la verdadera democracia interna. El PRI dejó de ser un medio para el fin de hacer realidad los postulados sociales de la Revolución de 1910, desde el momento en que los intereses de la élite de ese partido pasaron a ser fines en sí mismos (Mosei Ostrogorski). Eso explica el saldo social de 50% de pobres que dejó cuando perdió la Presidencia. Por su parte el PAN, con la ineptitud y abusos de Fox, mostró su rostro antidemocrático.
Queda la opción de la izquierda democrática que acaso podría encarnar un PRD refundado y transformado, sobre la cual hablaré en mi próxima entrega.

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