1994 es recordado como un año en el que la violencia política reapareció con toda su crudeza. El levantamiento armado del EZLN y el asesinato de Luis Donaldo Colosio cimbraron al país, y cada uno en su dimensión generó incertidumbres de muy diverso tipo.Pese a que la izquierda mexicana ya había vivido un proceso intensivo de aprendizaje y reapropiación de los valores y principios democráticos, el levantamiento del EZLN puso a circular, aunque no por mucho tiempo, la expectativa de un cambio político radical a través del expediente de la violencia. Cierto que la base indígena del neozapatismo, un programa genérico de reivindicaciones sociales y el "carisma" del subcomandante Marcos multiplicaron las adhesiones hacia esa causa, pero el imán más poderoso, el que sedujo la imaginación de no pocos, fue la apuesta por las armas. El ensueño de una auténtica revolución, que para serlo requiere destruir el Estado y construir otro desde los escombros del viejo régimen, encendió el entusiasmo y las ilusiones.El asesinato de Lomas Taurinas, por su parte, dislocó de manera abrupta el proceso de sucesión presidencial. Quien estaba destinado a ocupar la Presidencia de la República fue intempestivamente asesinado y en los círculos gubernamentales y en la calle, en las cámaras empresariales y los sindicatos, en los partidos y los medios, se abrieron una serie de interrogantes ya que la certeza se había evaporado en un santiamén. Desde el homicidio del ya electo Álvaro Obregón ningún Presidente o candidato seguro a serlo había sido asesinado. La violencia criminal sacudió a la sociedad, hizo reaparecer los fantasmas de los ajusticiamientos, trajo al presente los recuerdos de los años veinte.No extraña entonces que a través de artículos, ensayos, notas, comentarios permanezcan en nuestra memoria colectiva esos eventos traumáticos. Y no han sido pocos los que en los días que corren, con razón, los han rescatado y vuelto a leer. Son episodios de nuestra historia reciente que dejaron una oscura huella y volver a reflexionar sobre los mismos resulta inescapable.No obstante, la respuesta política a esos acontecimientos parece no valorarse de igual forma. Ésta, por supuesto, no tiene la espectacularidad ni el dramatismo de la muerte, no sacude las conciencias con el mismo vigor, no atrae los reflectores de los medios con parecida intensidad, y por ello, parece diluirse de forma más rápida y contundente. Y esa desmemoria impide valorar no sólo lo que la buena política puede ofrecer en momentos difíciles, sino lo que la política democrática significa como antítesis de la violencia.Recordemos algunas de las operaciones políticas que los partidos y el gobierno de manera conjunta fueron capaces de forjar no sólo para hacerle frente al espectro materializado de la violencia sino para pavimentar el proceso electoral que ya se encontraba en curso y que requería de una serie de reforzamientos para desembocar en buen puerto: 1) Los "acuerdos y compromisos" que firmaron ocho de los nueve candidatos a la Presidencia de la República como "contribución al proceso de paz y a la solución de los problemas que hoy se plantea la conciencia del país en el marco del proceso electoral federal en curso" (sólo la candidata del PPS no firmó); 2) La reforma constitucional aprobada por todos los partidos que modificó la conformación del Consejo General del IFE y reforzó la autonomía del instituto; 3) Las modificaciones legales que cristalizaron la "ciudadanización" del IFE, la multiplicación de las facultades de los observadores electorales, la aceptación de los "visitantes extranjeros", el establecimiento de topes a los gastos de campaña, 4) Los acuerdos políticos que llevaron a la remoción de decenas de funcionarios del IFE, al acceso permanente de los partidos a la base de datos e imágenes del padrón electoral, a la implementación de una auditoría externa a ese mismo instrumento, al nombramiento de un fiscal especial en materia comicial, a las boletas foliadas y a la tinta indeleble, a reglas mejor decantadas para la doble insaculación de los funcionarios de casilla, a la reducción de las casillas especiales, al incremento de los tiempos de radio y televisión para los partidos, al primer debate televisivo entre los candidatos presidenciales, a la transmisión directa por televisión de los actos de cierre de campaña, a la suspensión 20 días antes de los comicios de la propaganda gubernamental, y otras.Se trató de iniciativas políticas que en el momento sirvieron para distender, para "normalizar" el proceso electoral y para reforzar la vía de la convivencia y competencia abierta, libre, tolerante. No irradiaban espectacularidad, no reclamaban sangre, eran política pura y dura.Muchos de los acuerdos de 1994 se convirtieron en disposiciones legales en 1996. Pero en conjunto mostraron las potencialidades que tiene la política democrática, y en momentos de emergencia dieron cuenta de que la diversidad política e ideológica y el gobierno podían construir un piso común para su coexistencia sin deponer convicciones y diferencias. Fueron jornadas teñidas por la voluntad y acicateadas por la necesidad de dar pasos firmes en la edificación de un entramado normativo e institucional capaz de recrear la diversidad que es la marca del país. En una palabra inyectaron aire fresco en momentos ominosos.Y si deseamos educar y educarnos en los principios de la civilidad democrática vale la pena recordarlos, porque gracias a ellos nuestra convivencia es hoy mejor. Porque en una palabra, la política democrática es siempre superior a la violencia. Hoy la política construye. La violencia no.
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