viernes, 20 de marzo de 2009

FRÍVOLOS Y CURSIS

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Los seres humanos estamos obligados a pensar y expresarnos mediante generalizaciones. Descendemos a los detalles de la individualización, pero siempre desde las alturas de lo general, de lo contrario, no podríamos hacernos de una idea del mundo o de la realidad. Las generalizaciones nos permiten crear expresiones de gran belleza. Ismaíl Kadaré dice, en su Crónica de piedra, que cuando su abuela limpiaba pescado y las escamas revoloteaban como hojuelas de plata y la cubrían, toda ella era domingo, mientras que su padre, cuando se enfadaba, todo él era martes. Con las generalizaciones se pierden muchos detalles, algunos tan importantes como la misma individualización de sujetos y fenómenos, pero también es necesaria para poder expresar con facilidad grandes grupos de conceptos que, aislados, serían difíciles de aprehender, de ahí que podamos decir “la dulce Francia”, “la pérfida Albión” o “la Ciudad Eterna”. Al pronunciar esas frases, manifestamos muchas cosas que al detalle nos llevarían horas y felices días.
Hace poco, los hechos cuestionaron una de esas frases hechas. La visita del presidente de la República Francesa, de la “dulce Francia”, resultó poco menos que un fiasco. Aquella tierra de “libertad, igualdad y fraternidad”, de los políticos inteligentes y sutiles como Mendes France, nos envió un presidente al que aqueja uno de los peores enemigos de la vida política y de la convivencia social en general, la frivolidad, traducida en uno de sus corolarios más comunes, la cursilería. Lo más patético del asunto es el coro que algunos mexicanos estuvieron dispuestos a hacerle a M. Sarkozy, especialmente en aquello de la cursilería que no había alcanzado cimas tan sofisticadas desde la derecha española de la posguerra civil.
Al modo de un Robin Hood posmoderno, el presidente de Francia vino a México a cuestionar nuestro sistema judicial, lo que no es grave si se tratara de un académico, un jurista o un escritor, pero viniendo de un jefe de Estado, es algo distinto. Así, aprovechando que vino a cuestionar el proceso de una cómplice de secuestro —investigada y sentenciada— pudo tocar algunos aspectos de política exterior y comercio, claro, desde la soberbia de quien se cree que la prosperidad francesa se la inventó él mismo en los últimos años. Así, ni dulzura ni fraternidad, sino un regaño y una invasión de competencias que ni necesitábamos ni nos esperábamos.
Lo más simpático del caso no es que el esposo de la señora Bruni viniera a darnos cátedra de legalidad y buenos modos, sino que fueran mexicanos quienes, en la embriagante sensación de la grandilocuencia, se animaran a cursilerías del tamaño de comparar el reclamo de Sarkozy con la carta de Víctor Hugo a Juárez rogando por la vida de Maximiliano. En un tiempo de tantas palabras, con impudicia y alegría, las opiniones van y vienen llenando el aire de jocundos argumentos vacíos de contenido, eso y no otra cosa es la frivolidad que envenena el diálogo, lo abarata y lo deja hueco de ideas.
El presidente Calderón bien puede sentirse halagado de que lo comparen con el presidente Juárez, un piropo de cuando en cuando no le hace daño a nadie. Que Sarkozy se acerque a la figura inmortal y gigantesca de Víctor Hugo ya va siendo mucho decir, pero que se destaque a una mujer procesada por proporcionar información personal de quienes luego serían víctimas de uno de los delitos que con más dureza flagelan a nuestra sociedad, eso sí es para hacer llorar de risa si no fuera una afirmación tan grave.
Había tanto que hubiéramos querido que se dijera en esta visita, mucho para llegar a acuerdos que nos permitieran coadyuvar a salvar la crisis económica mundial que nos aqueja a franceses y a mexicanos, temas de una agenda vieja de ya casi doscientos años y todo para quedarnos en el vestido de la señora Bruni y en las ocurrencias del señor Sarkozy, tan simpático, tan curioso y con tan buen coro mexicano que le festeja sus finos detalles.
En fin, los mexicanos sabemos dolorosamente lo que la frivolidad puede hacerle a un mandatario y con él a toda una nación y ojalá el primer magistrado de la “dulce Francia” hubiera tenido un ápice de curiosidad para preguntar cómo nos fue con un presidente que le hubiera gustado parecerse a él.

No hay comentarios: