Si yo fuera político y me hubiera preguntado Germán Martínez, como se lo preguntó a Beatriz Paredes, de qué lado estoy en la lucha contra el crimen, yo le hubiera contestado directamente que del lado de México, cosa que no parece corresponder a su partido ni al gobierno. No digo que ambos actúen con el propósito de perjudicar a la nación, pero los resultados de esa lucha están a la vista y creo que no hay mejor adjetivo para calificarlos que la propia realidad. No se trata de ubicaciones en una cancha de futbol, porque se puede estar real o supuestamente del lado del gobierno o en el gobierno mismo y meter en la portería del contrario la pata en vez de la pelota. Y meten la pata los que aconsejan al gobierno, al Presidente, aceptándolo éste, que siga con la misma política que no da resultados positivos. Sabemos de la detención de criminales conocidos e importantes y de acciones de la autoridad que, por supuesto, no se queda con los brazos cruzados frente al embate de la delincuencia. Sin embargo no disminuyen los índices de la inseguridad sino que parecen aumentar. Es evidente, pues, que la estrategia que se emplea en el caso no es la adecuada. Lo malo es que a tal grado se ha comprometido el gobierno con ella que ya no puede dar marcha atrás, so riesgo de un descalabro político y de que pareciera además debilidad. Es la consecuencia a mi juicio de haber elegido una serie de acciones exclusivamente represivas, incluso en la equivocada elaboración de cambios constitucionales. Pero la pregunta del señor Martínez y de otros dirigentes de su partido es reveladora de algo muy serio. Si no se está del lado del gobierno, ¿dónde se está? El secretario general del PAN ha dicho: "...y lo único que nos hacen presumir con las descalificaciones es que no están con él (con Calderón) en esta lucha". Como si no ser gobiernista fuera hallarse en el vacío, en la nada, hasta en la irresponsabilidad y el pesimismo antipatriota. De aquí se infiere en buena lógica que el dirigente del PAN y su secretario general utilizan argumentos electoreros, de muñidores de elecciones. No es la hora, desde luego, de achacarse culpas ni de enredarse en un diálogo vituperioso. Lo que desilusiona es que a pocos meses de las llamadas elecciones intermedias los políticos no guarden la debida compostura democrática. En vez de comparar propuestas, ideas, programas, se enredan en el hilo de araña de las insinuaciones perversas y no utilizan el discurso político sino para tergiversarlo, ensordeciendo al pueblo. Ya llegará el día de las elecciones y aparte del fantasma del abstencionismo, que recorre el país envuelto en la bruma de su pesimismo, los mexicanos tenemos enfrente un reto enorme: el de entregar nuestra confianza política, si es que nos resta algo de ella, a los candidatos que le den prioridad inteligente, responsable, a soluciones viables y acordes con el Derecho para enfrentar la criminalidad. Sin dar cabida obviamente al desorden visceral de la mera venganza (pena de muerte o extinción de dominio a rajatabla), que por regla general es un subterfugio demagógico para jalar al votante a las urnas. El vituperio es un arma innoble. Forjada a pulso de malos corajes tiene el color espeso y bilioso de la iracundia porque la han templado en aguas inmundas, asquerosas. Vituperan los engreídos y los soberbios, los que pierden el rumbo de la argumentación al menor aspaviento del otro. Vituperan los desequilibrados. Y el pueblo está ahíto de la palabrería hueca. Algunos nos quieren quitar hasta el derecho de disentir acusándonos de enemigos de la razón. Los pobres se creen dueños de ésta. Pero llegará el día en que se corra el riesgo de que las urnas se abran únicamente al silencio y a la abstención. ¿Qué pasará entonces? ¿Se ha pensado en que ello es caldo de cultivo para la proliferación de la violencia y del crimen? Si se sigue así, se votará por estos. Ahora bien, los que hoy alegan mirando sólo para sus propios intereses caerán en el olvido, no importa que escalen puestos públicos, que se atiborren de dinero y que lo miren a uno como al cándido de la esquina. Y el escepticismo nos invade al pensar, casi adivinar, que las torpes palabras con las que maltratan ideas buscando el favor del pueblo serán dichas, también, cuando lleguen a la que pomposamente llaman tribuna más alta de la nación. Qué falta le hace estudiar a la mayoría de los políticos mexicanos, leer buenos libros, intercambiar ideas, manejar argumentos, presentar proposiciones sólidas y bien fundadas. ¿Les vamos a dar el voto para que nos endilguen supuestas verdades durante tres años? Analicemos con cuidado qué nos ofrecen en materia de seguridad y de auténtica prevención del delito, sin ostentosos medios represivos que a manera de bumerán vuelven al punto de partida.
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